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Vida y trabajos de Gerónimo de Pasamonte
Al reverendísimo padre Jerónimo Javierre,
Generalísimo de la sagrada religión de Santo Domingo en Roma
Habiendo estado diez y ocho años cautivo de turcos, me hizo Dios merced fuese restituido en tierra de Sacramentos, y merecí por su gracia la primera Cuaresma oír los sermones de Vuestra Paternidad Reverendísima en la Iglesia Mayor de Calatayud, y así me ha parecido persona muy digna, si bien yo indigno para dedicar este libro a persona tal, juntamente con el padre Barto[lo]mé Pérez de Nueros. Y ansí suplico humilmente por las llagas del Hijo de Dios se dé remedio a tantos daños como hay entre católicos; y sólo por esto he escrito toda mi vida y mi intención, sin pretender ni haber ninguna vanagloria. Porque antes que escribiese estas epístolas, fue acusado por libro de herejías en el arzobispado de Nápoles, de malsines, y le tuvieron más de cuatro meses; y me le volvieron y me daban licencia si lo quería imprimir, pero yo no he pretendido ni pretendo tal, sino encaminarlo a Vuestra Paternidad Reverendísima para el remedio; y miren como personas de tan alto entendimiento que da Jesucristo, gracias a su padre onipotente, que hay cosas escondidas de sabios prudentes y las saben los niños. No me alargo más como indigno, sino que Nuestro Señor guarde a Vuestra Paternidad Reverendísima como puede.
De Capua, a veinte y cinco de enero, 1605.
Menor servidor de Vuestra Paternidad Reverendísima.
Gerónimo de Pasamonte.
Al reverendísimo padre Bartolomé Pérez de Nueros,
asistente de España en la Compañía de Jesús en Roma
Habiendo sido Vuestra Paternidad Reverendísima el medio por quien Dios me restituyó en tierra de Sacramentos, y por conocerle y saber su alta doctrina, me ha parecido persona muy digna para juzgar mi intención en lo que por este libro pretendo. Porque, en el tiempo que he estado entre turcos, moros, judíos y griegos, he visto su total perdición por tratar con ángeles malos, y después que estoy entre católicos ha permitido su divina Majestad que yo haya padecido tantas persecuciones por malas artes, que si tengo vida es por la inmensa bondad de Dios. Y he venido en la cuenta cómo la ruina de toda la Cristiandad es por dar crédito a estos malos spíritos, y aun soy de parecer –remítome a la verdad– que tanto sufrirá Dios el mundo hasta que todos los católicos den en guiarse por malos ángeles y vendrá el verdadero Antecristo públicamente, pues hay hoy tantos ocultos. Todos mis trabajos y mi vida está aquí scrita, y mi parecer. Hago Vuestra Paternidad Reverendísima juez en el remedio desta causa con el Generalísimo de la sagrada religión de Santo Domingo. Guarde Nuestro Señor a Vuestra Paternidad como puede muchos años.
De Capua, donde ahora vivo por huir ocasiones, a veinte y seis de enero, 1605.
Menor servidor de Vuestra Paternidad Reverendísima.
Gerónimo de Pasamonte.
Spiritus Sancti gratia illuminet sensus et corda nostra. Amen.
Dicen en nuestra España que no hay mejor maestro que el bien acuchillado. Para mejor declarar estas palabras y para que se vea la inmensidad de mi Dios, escribo mi vida y trabajos desde mi infancia, y pongo por jueces a los doctores sacros conforme mi intención.
Capítulo primero
Siendo de edad de siete años, por ahí, que aún eran vivos mis padres y agüelos, me salía después de comer a jugar, y llevaba una aguja de arramangar en las manos que era más larga de un dedo, y para quitar la aldaba de la puerta, me la puse en la boca. A este tiempo mi señor padre, que esté en gloria, me llamó; y yo, por responder, me tragué el alfiler y se quedó en medio de la garganta y me ahogaba, y con muchos remedios no lo pude arravesar. Y una hermanica de tres años me ponía la mano y no lo pudo sacar. Al último la tragué: o que la digiriese, o que Dios hizo milagro, no pareció más.
Capítulo segundo
De ahí a otro año, o por ahí, vino al lugar un volteador destos que caminan por encima de las cuerdas y voltean. Y yo, de muy agudo, tomé una estaca un día en el corral de mis padres y subí por lo bajo de unas tapias a no sé cuántos hilos de alto, y poniendo el palo en un agujero, me eché de pechos en él y comencé a hacer vueltas alrededor. Quise hacellas tan deprisa que se me fueron las manos, y di de pechos en tierra y quedé muerto o casi. No sé lo que estuve en tierra, que despierté como de sueño y no me podía levantar. Al fin me levanté y fui como pude en casa. De allí a no sé qué días, mi padre me quiso azotar o que dijese la verdad. Yo la dije y me azotó; y no me acuerdo más, sino que estuve bueno.
Capítulo tercero
Otra vez, nadando en el río ni sabiendo mucho, me cogió un recuenco y me vi cuasi ahogado, y salí libre sin saber cómo.
Capítulo cuarto
Otra vez, siendo ya mi madre y agüela muertas, no sé qué enfermedad me dio, que fui despedido de los médicos, y vi el ataúd y antorchas encendidas en la cámara para llevarme en un monasterio de San Bernardo donde era nuestro enterramiento, que es una legua del lugar. Y entrando mi padre en la cámara con las espuelas calzadas a darme la bendición, que iba a Zaragoza a negocios del reino y me habló, yo le dije, llorando, las antorchas y ataúd para quién eran. Él me consoló y me dio la bendición y se fue. De allí a no sé qué días, yo estuve bueno.
Capítulo quinto
Antes desto que agora he escrito, en vida de mi madre, me dieron ciertas tercianas o cuartanas; y como me dejaba el frío, me tomaba la calentura y yo cantaba con mucha gracia, que cuasi todas las señoras del lugar venían a ver esta maravilla, y estuve bueno.
Capítulo sexto
También otra vez me dieron ciertas viruelas, que me acuerdo con un cuchillico me abrían la boca para comer, porque estaba una llaga de la cabeza a los pies, y también sané.
Capítulo séptimo
Después de la muerte de mis padres, quedamos tres hermanas y dos hermanos; yo sería de edad de diez años o por ahí. Dejó mi padre por nuestros tutores a Pedro Lujón y a Doña María de Pasamonte, su mujer. Estos señores, por ciertos bandos, se retiraron a tierras del Conde de Aranda. A mi me envieron a Soria a servir el Obispo, y por ir tarde, me asentó la persona a quien fui encomendado con un amigo suyo, doctor en Medicina. Este vivía en una casa que había un trasgo, y esta mala fantasma muchas noches venía encima de mí. Yo vine a estar cuasi a la muerte y nadie me curaba. Mi amo vino a morir; y muerto él, yo salí de aquella casa, y vino la Cuaresma, y confesando y comulgando estuve bueno.
Capítulo 8
La persona a quien fui encomendado en Soria me tuvo en su casa y después me puso con un caballero que se llamaba Antonio Calderón. Allí estuve muy malo, pero fui muy regalado y estuve bueno.
Capítulo 9
Siendo yo de edad de doce o trece años, mi hermano fue por mí y me trujo para estudiar la Gramática, y un tío mío clérigo, hermano de mi madre, era a quien se había renunciado nuestra tutela. Estando yo en su casa, m emandó echar una cabalgadura a la adula y después la hubo menester para ir a una misa nueva, y me dijo por qué la había echado. Y yo le dije:
–Vuestra merced me lo mandó.
Arremetió tras mí, y yo me huí por una sala a unos entresuelos nuevos. Él corrió y tomó unas varas de membrillo y cerró la puerta de entresuelo, que era nueva, y me dio tanto, que cuasi me mató. Pusieron un escalera de coger fruta por una ventana, y entraron y me quitaron cuasi muerto, y estuve fuera de sentidos muchos días; y después estuve bueno.
Capítulo 10
Por temor deste tío, me fui en Zaragoza, que estaba mi hermano, y él lo sintió mucho. Y yo, un día, oyendo misa en Nuestra Señora del Pilar, me voté en su capilla, que, aunque a mi hermano pesase y a todo mi linaje, me había de poner fraile en un monasterio de Bernardos que se llama Veruella. Y cuando salí de la capilla, se alzaba la hostia en el altar mayor. Me torné a arrodillar y confirmar la proprio. Dije a mi hermano mi voluntad; él no me consintió. ¡Oh secretos de Dios! Reñimos de palabra, y como era mayor, yo callé. Él me dijo que yo había de ser deshonra de mi linaje, y yo respondí:
–Pues ahora pasa el Señor D. Juan en Italia, yo me iré en Roma, y con la ayuda de Dios pienso ser mejor de todos.
Él me consintió, o por quedarse con la hacienda o por lo que Dios fue servido, y yo vine hasta Barcelona con intento de ir en Roma para ser de la Iglesia, y allí esperé el pasaje.
Capítulo undécimo
Estando en Barcelona con descomodidad, me puse a pensar y dije: «¡Válame Dios, yo soy corto de vista! ¿Cómo tengo de estudiar, no teniendo renta?». Y pensé en mi imaginación: «Mis agüelos sirvieron al Rey Católico Don Fernando y valieron tanto; también puedo yo servir al Rey». Y ansí, me fui a la plaza de San Francisco y me asenté soldado en una compañía que allí se hacía. El capitán se llamaba D. Enrique Centellas, y D. Miguel de Moncada el Maestre de Campo. Pasé en Italia con el Señor D. Juan de Austria, y fuimos a alojar a los casales de Aversa. Yo iba malo y perdí el camino, y por mal que otros de mi compañía habían hecho, salieron ciertos hombres armados al camino, y como me encontraron solo, me quitaron la espada, y pues no me mataron, doy gracias a Dios.
Capítulo 12
En Aversa torné a recayer muy malo; y un honrado patrón, habiendo allí un buen hospital, no quiso sino tenerme en su casa; y él y su mujer y dos hijos y un hijo me servían, haciéndome toda merced. Y vine al cabo y al fin me llevaron al hospital y estuve algunos días bien gobernado. Y el día que tomé la purga, vino por mí un cabo de escuadra y otros amigos, y me dijeron que me levantase, porque daban el socorro. Yo me escusaba por la purga. Hiciéronme levantar burlando conmigo, y más que al bajar de la escalera me harté de agua con la purga en el cuerpo. Y estuve bueno.
Capítulo 13
Embarcámonos y fuimos a Mesina con la armada; allí torné a recaer y vine cuasi a la muerte y me querían dejar al Hospital. Yo, con celillo desta honrrilla temporal, dije que yo había de morir o hallarme en la armada. Ganamos el jubileo que envió Pío Quinto; y yo, por recebir el Sacramento a la iglesia del Pilar, estaba tan malo que si amigos no me favorecían, la multitud de la gente cuasi me ahogaba. Embarqueme con la armada, y antes de llegar a Corfú estuve bueno sin regalo.
Capítulo 14
En los molinos de Corfú se hizo el aguada, y allí, frontero en un puerto que se llama las Gumenizas, tomó muestra Su Alteza a la felicísima Armada católica. De allí nos partimos con ánimos invencibles, y a siete de otubre domingo, salido el sol, año 1571, dimos la batalla al Turco con cien galeras menos de las suyas, y gozamos con la ayuda de Dios la felicísima victoria. Yo salí sin ninguna herida, aunque la galera en que yo iba peleó con tres del Turco.
Capítulo 15
Con esta victoria tornamos en Italia, que nunca tornáramos sin seguilla, y con no poco trabajo de mar por tierra marchando. Año de 1572 fuimos a la jornada de Navarino, y con muy larga embarcación y trabajo sin provecho, por no haber embestido con la armada del Turco en. Modon, que cierto fuera otra mejor victoria. Volvimos en Italia, y desbarcando en Risoles, nos dieron un socorro de treinta y tantos reales. Yo venía muy malo; y por más ayuda de costa, un amigo paisano y camarada me hurtó todo el socorro de la bolsa y se fue hasta hoy. Creo debió de pensar: «Éste muere: mejor es para mí que para otro». En aquella campaña tendido, me tomó un amigo a cuestas para llevarme encubierto allá casi noche: una mujer pobre y honrada me tuvo en su casa no sé qué días en un pobre estrado, que no había camas. Aquel invierno estuve en Calabria, alojado y siempre malo. Los patrones se dolían de mí, y estuve bueno. Y valía una gallina medio real y un capón tres cinquinas; y ahora gracias a Dios.
Capítulo 16
Año de setenta y tres fuimos a tomar a Tunes, y yo era a soldado en el tercio de Nápoles, que el de Don Miguel de Moncada fue reformado en él. Yo iba con una terrible cuartana, y mi capitán D. Pedro Manuel me quiso dejar en Mesina y en Palermo y en Trapana. Yo, por celo de la honra, no quise sino ir a la armada o morir. Y me acuerdo que, el día que desbarcamos al arenal de la Goleta con buena marea, me tenía la cuartana; y yo, armado con mi coselete y pica, con el terrible frío hacía crujir mis guazamalletas. El capitán, que me vio, me hizo subir des esquife. Yo dije:
–¿Por qué?
Él me dijo que me quedase con los malatos. Y me torné a arrojar al esquife. Y el. alférez Holguin mío dijo:
–Soldado tan honrado, déjenle ir.
Metiéronse los escuadrones terribles, huyéronse los moros y turcos de espanto, y tomamos la ciudad sin pelear. Quedamos ocho mil hombres en ella, que nunca quedáramos, y yo tuve mi cuartana seis meses, y con ración a usanza de galera sané, con mucho trabajo, así de un fuerte que allí se hizo como de muchas y continuas guardias.
Capítulo 17
Estuvimos en Túnes un año, y vino la armada del Turco sobre nosotros con trescientas galeras y veinte galeazas. Y en término de cincuenta y tres días, por mal gobierno se perdió la Goleta y Túnes. Yo fui esclavo en la Goleta con un arcabuzazo por el cuello que me sale a la espalda izquierda, y otras heridas. Este arcabuzazo me libró la vida. Porque yo con otros amigos nos habíamos arrojado a la muerte, determinados de no ser esclavos, y no hube llegado yo a la iglesia con mis heridas, arrimado a las paredes como pude, que los enemigos de la fe entraron por aquel puesto y ganaron la fuerza. Fui comprado con otros heridos por muerto en quince ducados, y fuimos setecientas millas hasta Turquía cuasi sin curarme, y no pude morir, dando voces como loco. En Navarino fui principiado a curar, y en cuatro meses de aquel invierno no sé qué me diga que estuve bueno.
Capítulo 18
¡Eya Pasamonte! ¡Quesistes ser soldado sin pensar que el apóstol San Pablo lo fue, y San Sebastián, y otros sanctos. Y aquellos ilustrísimos Macabeos con tanto derramamiento de sangre defendieron y pelearon. ¡Pues alegremente, que a grande ánimo grandes trabajos se aparejan! Yo fui captivo dieciocho años, primeramente de un capitán de galera, que, como tengo dicho, me compró por muerte a la ventura. Túvome en su casa, cavando un jardín con algún regalo no poco peligro, porque las turcas de casa me daban fastidio, y de sangre y carne hay poco que fiar, pero todo lo puede Dios. Venida la primavera, como yo era esclavo nuevo, mi amo me dejaba caminar solo; y acaso fui al Tarazanal allí en Constantinopla, y entré por buscar algún amigo en una galera capitana que allí estaba. El amo della se llamaba Rechesi Bajá, que iba por virrey en Túnes. Corno entré, hallé un español y le pregunté:
–¿Estos forzados son turcos?
Y él me dijo que todos eran cristianos. Yo me maravillé y le dije:
–¿Cómo no os is en tierra de cristianos?
Y él me dijo que callase. Yo me fui, y con gran deseo de venir en una galera desas, por alzarme con ella. Mi amo quería vender dos cristianos que le habían quedado de los heridos que compró, que los otros se le habían muerto; y yo, como vi esto, le rogué me vendiese a mí. Él se maravilló, y, vista mi voluntad, me vendió; y torné con ese virrey en Túnes, donde había sido soldado. Y la muralla de la ciudad que había ayudado a derribar con vaivenes, la torné a ayudar a hacer con muchos palos, y por ser conocido de los moros de allí, llevaba algo de más.
Capítulo 19
Fue tanto el trabajo que yo padecía del arcabuzazo, que no podía llevar un barril de agua, ni leña, ni cosa a cuestas; que se me arrancaba el ánima, no por la entrada ni salida de la herida, sino junto a la cintura. Y no pudiendo morir, vivía con trabajo; pero a puro palo me hicieron fuerte y se me quitó aquel dolor.
Capítulo 20
Envió mi amo cien cristianos de Túnes a Biserta para hacer allí un castillo, y yo fui uno dellos. Como yo me vi en Biserta, y vi que para ir a una montañuela que está encima de la ciudad, donde hacíamos el castillo, pasábamos con nuestros palos, azadas, y herramientas a cuestas cada mañana y tarde por delante de la puerta del castillo de la marina, me pareció grande necedad no cerrar con cuatro viejos que estaban a la puerta y alzarnos con el castillo, y armar la capitana que estaba debajo de la muralla del castillo, y los remos y velas estaban dentro, y cañonear la ciudad, y irnos en tierra de cristianos. Tratélo con algunos cristianos de quien me fié; dijéronme que [lo] hiciese, que morirían conmigo por su libertad. Dentro del castillo había un cristiano que alambicaba agua ardente. Yo, con un guardián, en achaque del agua ardente fui a el; pareciéndome que en su traza y habla me podía confiar. Me arriesgué y le di parte. Halle el buen cojo, que lo era, con lindo ánimo, y me dijo:
–Señor, muy bien se hará, porque yo sé el almaguacén de las armas y pólvora, y aquí no hay más de veinte plazas, y todos son viejos y de poco. Pero por más seguridad esperaremos que se vayan las galeotas de corso que están dentro del canal, porque los más de los soldados dellas posan en el castillo y nos darán grande impedimiento.
Confirmóse que las galeotas siempre se iban o por la mañana o por la tarde; que vístolas ir a la tarde, cuando bajásemos, diésemos el asalto. Yo tenía ochenta cristianos en la prisión, y íbamos a trabajar al castillo. Los otros veinte eran algunos maestros, y hacían una galeota en un isloto que está allí en el canal. Yo hice de mi[s] ochenta tres postas con sus cabezas, y avisé a los de la isla, que en sintiendo el ruido, que volasen. De mis ochenta, en arremetiendo y ganando la puerta, los veinte subiesen encima de la puerta y cortasen el rastrillo, y los otros veinte defendiesen y atrancasen la puerta hasta aseguralla, y asegurada, subiesen con los otros a defendella con esfuerzo. Y yo con los otros cuarenta había de volar a los almaguacenes por armas y pólvora, y que andase la danza; y muertos los pocos y ruines turquillos, cañonear muy bien la ciudad y hacellos sfrasar por aquellas campañas a son de artillería, y hacer un agujero por la muralla a la vuelta del canal, y armar nuestra galera, que estaba allí debajo, y coger el camino hacia tierra de cristianos. Hecho este concierto, todos nos compramos cuchillos secretamente y hecimos unas contrafaldiquerillas en los calzones de tela, para llevar cada uno dos piedras como güevo escondidas. Y con nuestras palas y azadas y con otros hierros, con que trabajamos, íbamos apercibidos con un león en el cuerpo cada uno, y pliege a Dios no hubiese alguna oveja; y lo que más a Dios se rogaba, nos guardase de traidores. Por todo un verano, siempre cuando se iban dos otras galeotas por la mañana, a la tarde venían otras, y no pudimos hacer nada; y duró esto no sólo el verano, pero el invierno se quedaron allí en el canal, por nuestro mal, dos galeotos de veintidós bancos a invernar. Vino una galeota de un mercader, buena, que no iba en corso sino haciendo mercancía de Argel a Túnes y a los Gelves; y el capitán della, por no hacer gasto de tomar casa, invernaba en ella. Dio fondo en medio de una saetía francesa que allí estaba, y nuestra capitana, sin entrar dentro en el canal. Vista esta comodidad y que no podíamos tomar el castillo, dije que era bueno la tomásemos. Determinados, se dio orden que a cuatro turcos que estaban con nosotros en la prisión los embriagásemos haciendo fiesta, y que Lazarín de Arenas, genovés, buen marinero, fuese nuestro cómitre, y el con otros cuatro pusiesen el timón, y los demás atendiesen a armar la galeota y a pelear, que los remos estaban debajo de las bancadas. Y una camarada de las mías, que se llama Juan Fernándes, animase en crujía y gritase: « ¡Viva Malta!» para [que] los turcos pensasen que las galeras de Malta habían venido; y valió mucho. Yo con otra camarada mía que se llamaba Francisco Pedroso, fuésemos a cortar las gumenas y palamaras de la galera capitana para que se atravesase en el canal y no pudiesen salir las galeotas que estaban dentro en el canal tras nosotros. Diose orden a un griego que se llamaba Francisco, y por ser esclavo viejo lo hicieron cucinero y se fiaban dél; este había de tener la hacha con que cortaba la leña lista para la noche del efecto. Y un español que servía al capitán, que tenía la sobrestantía del castillo que hacíamos allí cerca de nuestra prisión, nos hacía la guardia con dos señales, y eran que si venía alguna galeota y se quedaba fuera de la capitana, que echase tierra por una ventana, y si pasaba dentro, que echase agua; por la tierra, que estuviésemos quedos, y por el agua, que saliésemos a la pelea. Venida la noche del efecto, pusimos los turcos que dormían con nosotros de manera que por tres días no tornaron en sí, porque les pusimos agua ardiente por agua en el vino. Y tanto que se hacía la fiesta, un Candioto, que tenía la maza con que se hierra y deshierra, rompió las cerraduras de dos puertas para que saliésemos, y cuando nos herraba, en lugar de herrarnos, nos dejó desherrados. El español que hacía la guardia fuera echaba tierra por la ventana a tres o cuatro horas de noche, porque había venido una galeota y se había quedado detrás de la saetía francesa, y creo Dios la había traído por nuestro bien. El traidor del que habíamos hecho cómitre fue a ver lo que decía el que hacía la guardia a la ventana, y aquel le dijo que Diego echaba tierra. Él le respondió que callase, que eran las ratas que caminaban por el techo. Porque tenía pensado el traidor, tanto que andábamos de revuelta a la galeota, huir por tierra la vía de Tabarca, como lo hizo con otros catorce de los bravos, y ninguno se salvó. Y visto que era ya hora, tomé a mi amigo Pedroso por la mano, porque estábamos con silencio y las lámparas muertas y sería media noche, que con la luna parecía medio día. Llegué a la puerta, y todos fueron comigo. Comiencé a llamar bajo bajo:
–¡Francisco, Francisco, dad acá la hacha!
Y el griego traidor se había escondido con la hacha por miedo, que es una. Salidos fuera, dije:
–Lacerín, id dos a reconocer si hay algún naval detrás de la saetía.
Él me dijo:
–Va, va, corta las gumenas y traviesa la galera, que siempre peinsas el diablo.
Y no era sino Dios. Yo fui con mi camarada, que habría treinta pasos hacia riba a hacer nuestro cargo, y puestos encima la escala, comenzamos con nuestros cuchillos a cortar las ataduras de una gumena de cáñamo que estaba en medio de la escala. A este tiempo el turco de la guardia gritó, y siempre ellos gritan cuando hacen la guardia y se responden. Yo dije a mi compañero:
–¡Eya, Pedroso, aquel es el viñadero y estas son las uvas, animaos!
Y él después lo contaba a muchos. Cortada esta gumena, yo entré dentro de la galera a cortar la boza para aflojar un resto de esparto, y se habían de cortar dos palamaras de popa, y mi compañero cortaba la cuerda de la escala para echarla a la mar. A este tiempo sonó la grita y andaba la herrería de los buenos y animosos esclavos que habían embestido la galeota, y andaba la sancta pedrada, y el buen Juan Fernández daba voces: «¡Viva Malta!», y anima su gente. Y en verdad que muchos turcos confesaron que se habían descolgado por la otra parte de la muralla, de miedo. Las guardias de arriba con el claror de la luna vieron lo que era y daban grandes voces al alcaide, diciendo en su lengua: «¡Cayde Hazán, cayde Hazán, cahur cachar!», que quiere decir: «¡Los cristianos se huyen!». A estos gritos mi compañero se desanimó y se arrojó al canal, y yo, como veía que si la galera no se atravesaba, éramos perdidos, gemí por la hacha y hacía lo que podía, cuando me acordé que yo le había dicho a mi compañero: «Ya veis que yo soy corto de vista, si veis que la galeota se va, avisad». Y como él se había echado ya a la mar, yo corrí la vuelta de popa y me arrojé, bramando por la hacha. Salí en tierra y comiencé a llamar: «Pedroso, Pedroso», y no le vi más hasta la vuelta. Torné a arrojarme a la mar, porque el que habíamos hecho cómitre me había dicho que saliese delante, no me quedase. Yo con este pensamiento me di tanta priesa a nadar con mi cuchillo atravesado en la boca, y salí un tiro de ballesta antes que la galera, y sentado junto a una torre vieja, sentía los alaridos de la ciudad y castillo. Y yo, de coraje cuasi lloraba la hacha, porque la galera no quedaba atravesada, y torné a arrojarme a la mar, pareciéndome que la galeota tardaba. Y luego me encontré con ella que salía cuasi armada, y conocí un buen soldado que se llamaba Andrea Milanés, con un puntal en las manos que venía guiando la galeota, que no encallase. Yo me abracé con el espolón hasta que salimos al largo, y él y Juan Fernández, mi camarada, me ayudaron a subir, y me arrodillé en el espolón y alcé las manos al cielo, creyendo estar en libertad. Entré en la galera y hallé un pobre viejo que no tenía compañero y se llamaba Lohoro Esclavón, que me gritaba:
–¡Ayúdame, Pasamonte!
Yo torné el bogavante y él puso el estropo y comiencé a arrancar con los demás. A este tiempo nos tiraron del castillo tres o cuatro cañonazos y pasaron por alto, y los cristianos comienzamos a dar voces diciendo: «¡Oh canalla, oh canalla!».
El griego Candioto que nos había desherrado, como le iba la vida, andaba por aquella crujía como un león animando. Y el buen español que hacía la guardia en tierra y la había echado por la ventana, se había echado a dormir sobre seguro, y como oyó la gritería, había arrebatado dos espadas y salido como un toro de Jarama a embarcarse, y andaba también como un león. Púsose en poniente, le eché en popa, y nos llevaba la vuelta de la punta de Puerto Farina. Cuando vieron esto los que andaban por crujía, comienzaron a gritar: «¡Oh, Lazarín, da el timón a la banda!». Corren a la popa, ni hallaron a Lazarín ni a Moreto, ni a Nicroso, ni a Metelín, ni otros diez con ellos, que se habían ido por tierra, creyendo salvarse en Tabarca, tanto que seguían la galeota, y ninguno se salvó. Luego nueve hombres de los mejores frenillaron los remos y corrieron a mover el timón, que si los traidores que lo tenían a cargo lo hubiesen puesto, nos salvamos. A este tiempo la galeota que había llegado esta noche nos embistió, que si los malaventurados hubieran reconocido, como yo dije, hubieran desaparecido con ella, porque estaba toda armada y sin turcos, y los turcos que corrieron a la marina, como la hallaron armada, se embarcaron en ella, y no pasó media hora que salió tras nosotros y, como he dicho, nos embistió. Pero fue tanta la pedrada que tuvo por bien de venir de largo, haciendo humadas de pólvora, para que las otras siguiesen. Yo que sabía que la galera no quedaría atravesada, estaba abandonado; y mataron nueve hombres por poner el timón y no se puso. Pusieron un remo al maimonde de la espalda para guiar. Y llamaron un griego que se llamaba Nicolá, porque era marinero. Y el dijo una mala blasfemia, y no hubo tomado el remo para guiar cuando arde una escopetada y le lleva la lengua y las quijadas. Seríamos al pie de cuarenta millas a la mar, cuando llegaron las dos galeotas de veintidós bancos y la otra que hacía las ahumadas; y triste la madre que allí tuvo hijo. Embisten todas tres con toda Biserta con un alarido y a gente desarmada, como quien corta melones al melonar, hicieron pedazos dieciocho o veinte. Y salimos heridos hasta veintiocho o treinta. Yo, abandonado por muerto, más me quise echar a la mar, esperando la muerte. Diéronme cuatro heridas, y un renegado que me dio la que llevo en la mano derecha, que me era amigo, como me conoció, me defendió y salvó. Tornamos bogando al puerto con mucho trabajo, y nos encerraron en la prisión ansí heridos. Como yo fui a mi rancho, hallé a Pedroso echado. Y como yo dijese:
–¿Quién está ahí?
Él me respondió y le conocí. Me así con él con dientes y manos, de coraje que no habíamos atravesado la galera. Todos nos acordamos en dar la culpa a los muertos, y ansí yo quedé con la vida, y uno que estaba con nueve heridas de muerte, lo hicieron pedazos y lo pusieron por los cantones para espantar los pájaros del cañamar. Laus Deo.
Capítulo 21
Las cuatro heridas que me dieron fueron una en la mano derecha, y un revés a los dientes que me cortó los de abajo y uno de arriba con un poco de labio, que si daba por la cara, había señal de oreja a oreja. Y un moro que me quiso u...znar me dio otra haí junto a las sangrías, que la sangre que a mí me salió tornando bogando, si hubieran degollado un buey, era no pienso tanta. De la mucha sangre salida y del frío (que era a dos de febrero jueves a la noche), yo quedé tieso como un pavés, y por estar malherido no iba a trabajar, que me fue comodidad, pues con el nuevo caso andaban los palos sine fine dicentes. A cabo de mes y medio o por ahí me llevaron a trabajar. Yo llevaba mis tabletas en la mano y iba tieso como un pavés, que no me podía abajar. Llevaba con un guirlín atada una cofa: me la henchían de tierra y hacía lo que podía. Se deshacía un cimiento allí de unas piedras gruesas, y como yo soy grandazo de cuerpo, el turco sobrestante me llamó cuando me vio pasar; Yo me encomendé a Dios y fui tieso como por palo. Él me gritó y dijo:
–¡Boje, boje bre le que.
Yo, que no me podía abajar, comiencé como dama que hace reverencia. Él, que vio esto, arrebata un picón a dos manos y con el martillo dél me dio en la cruz de las espaldas, que dio conmigo en tierra.. Milagro de Dios o que fue el espanto, que me levanto y arrebato mi cofa y echo a huir, que nunca más me dolió nada. Y tenían por refrán los cristianos, cuando había algún poltrón: «La medicina de Agí Arraiz, que sanó a Pasamonte» Laus Deo.
Capítulo 22
Llamaron a mi patrón en Constantinopla, y de allí lo enviaron por gobernador de Alejandría de Egipto, tierra de la gloriosa virgen y mártir S. Caterina. Viéndome yo allí y que mi amo iba por aquellos mares con una galeraza armada de cristianos, luego imaginé otra ocasión. Seis meses del verano navegábamos, y seis estábamos en tierra el invierno. Había en nuestro captiverio dos herreros, uno trapanés y otro ginovés, excelentes maestros de su oficio. Yo los cogí un día junto al altar, y les rogué, pues ellos eran de tan buenos ingenios, hiciesen una docena de manillas templadas y buscásemos nuestra libertad. Ellos dijeron que de muy buena gana, ofreciéndome yo a morir por todos si hubiese traición, y ellos las hicieron en verdad muy al propósito. Dio en Alejandría una crudelísima peste; mi amo nos puso a todos los esclavos en galera, porque no fuésemos por la ciudad, y íbamos dieciocho millas de allí a la boca del puerto a hacer el agua, de ocho a ocho días. Los buenos herreros hicieron no sólo doce, pero catorce, y yo proprio los hice dar a los hombres de más confianza, doce en el cuartel de popa, y dos, una tomé para mí y otra di a Natal Bello Vitale, un hombre bogavante delante de mí a los tres bancos de proa. El gobernador de Damiata, sesenta millas de Alejandría, es obligado a navegar los veranos con el Bai de Alejandría, y ese se llamaba Chafer Bay. Tenía una galera suya, pero no tenía mas de cuarenta o cincuenta cristianos, y lo demás armaba de moros baharines que son buenos remeros. Y como no tenía más de aquellos pocos cristianos, los gobernaba bien, y dondequiera que llegaba, los desherraba para hacer sus mercancías, y estos cristianos eran todos soldados de Túnes y La Goleta, españoles y italianos, buena gente. Acaso un paisano mío, que se llamaba Martín Gomes, vino a Alejandría con su guardián; y viniéndome a ver, yo comuniqué con él mi negocio, y él me dijo:
–Espere, que mejor será, porque nuestro amo en haciendo nuestra Pascua, luego se viene aquí y nosotros nos desherraremos todos y traeremos los remos y espadas nuestras de su galera volando.
Yo le dije que lo tratase con sus cristianos y me avisase. Cifradamente nos escribíamos: a las espadas llamábamos peces espartiel, que los hay allí muy buenos, y a los remos anguilas ahumadas, y ansí apuntamos el negocio por muy cierto. Yo entonces lo traté con el espalder y con otros amigos, y ellos me abrazaron y quedaron muy contentos. El demonio, que siempre hace su oficio y más en gente ruin. Ellos se comunicaron entre ellos, como se supo después, diciendo:
–Nosotros tenemos catorce manillas y nos podemos desherrar siete o ocho abajo, ¿para qué queremos que unos soldados nos vengan a mandar?
Y ordenaron, sin darme parte a mí, que el primer día que fuésemos a hacer el agua a la isla, se hiciese. Y como fuimos a la isla, dormimos allí por mejor comodidad, u como se hizo el agua y fue noche, ellos pasaron la palabra de mano en mano diciendo:
–No duerma ninguno, que esta noche imos en libertad.
Llegada al segundo banco de proa, uno que se llamaba Catamia me llamó a mi y me dijo:
–Pasamonte, esta palabra viene.
Yo me quedé helado y lo traté con el bogavante, que estaba delante de mí. Él me dijo:
–¿Cómo puede ser?
Y luego imaginé lo que era, porque al anochecer habíamos sentido que a la mezania se desherraban. Yo llamé a Catamia y le conté lo concertado. Él me dijo:
–Pasadnos palabra, pues os conocen, que no se mueva ninguno.
Y le dije:
–Pásala tú de mano en mano, que dice Pasamonte que se estén quedos.
Los que a mí me conocían por lo de Biserta, luego la pasaban. Había a los seis y a los siete bancos de proa un sardazo como un jabalí y un rojo que había sido capitán de caballos, hombre de armas de sesenta años y como un león, que se llamaba Taitiaza. Como llegó la palabra al sardo, que decía yo que no se moviese ninguno, él se alzó y de manera que yo lo oyese, me dijo:
–¡Ah, judío, ya estás cagado!
Yo, que me deshacía por miedo de la guardia, que estaba entre las arrumbadas hablando con otros turcos, me alcé como pude sobre crujía y le dije:
–Ven acá, Bainche.
Y el otro rojo chillaba como sierpe. Como yo le conté lo que pasaba, él lo dijo al rojo, y ansí los otros tornaron la palabra hasta popa. Luego me tornaron a responder que no tuviese miedo, y que estuviese alerta cuando la popa se alzase. Yo entonces me animé y le dije a Natal Belo, mi compañero:
–¡Eya, ellos han hecho otro concierto, seamos volando con ellos!
Ellos eran ocho desherrados y doce manillas a su cuartel y una espada y todas las banderillas con unos clavos hechos a posta que servían como alabardas y mas de ducientas balas de asmeriles, todo al cuartel de popa. Ellos rompieron las tablas de mezania y quiler, y tomaron todo el dinero del Bai y lo pusieron en la compañía escondido para alzarse con él. Comieron y bebieron mejor todos ocho, y como durmieron, se les yeló la sangre. Yo y mi compañero estuvimos como grullas toda la noche y aun toda la chusma. Ya era el alba, yo desanimado y sin ninguna arma, cuando por mejor suerte un caramuzal cargó de especiaria, habiéndole dado una maestradada y no habiendo podido subir el isloto, había dado fondo a la punta, que fueran cien mil ducados de presa. Era ya el alba y yo y mi compañero habíamos soltado las mazolas de las manos que teníamos para romper las manillas y nos habíamos recostado a reposar; y yo ya me dormía. A este tiempo, el bajá, que vio el caramuzal, dijo:
–¡Oh, el diablo lleve este caramuzal!
Y llamó el espalder y le dijo:
¡Oh, Barberoto, llama los cristianos, que no hagan fuera tienda, y vamos y saqueamos este caramuzal un poco a la mar.
El espalder, que tenía una voz gruesa, se alzó en pie y dijo:
–¡Oh, cristianos, no hacer fuera tienda y calar remos!
Los de proa, que lo vieron en pie y oyeron estas palabras, que pensaron que decía que andase la danza. El capitán rojo arremete a la cabria y hácela dos pedazos en la regola y comienza a jugar de montante. El sardo con la pedana de un turco y echado a la mar, un húngaro desventurado con un clavo largo y una mazola, y plantado por las sienes a un su banquero matándolo. Otro ginovesillo tenía el servicio del butafora, le había atado un clavo de los que se habían hecho para las armas de asta y dio una lanzada al Ota Bajá; y por la carta de marear que tenía en el pecho, no le mató. De manera que a la proa no quedó turco que no fuese a la mar o sobre las arrumbadas. Y de allí, con las espadas desnudas, daban voces y decían: «¡Sienta abajo, canalla!». Y el pobre Pasamonte a las primeras voces se despertó, y arrametí a la macola y di un gran golpe a la manilla y no se rompió. Y luego di otro y tiré y no salió. Di un grito: «¡O Virgen María del Rosario!». Y di otro golpe, y como era rota, me descoyunté el pulgar. Saco mi manilla, y como no tenía armas, arrametí y saqué la pedana y subí en crujía. Como tengo dicho, los de proa andaban de revuelta; abaten dos cabrias y dan conmigo en el remiche. De todos los turcos de proa no había quedado hombre, sino un traidor de guardián que era negro como un[a] pez y alto como una viga. Y este traidor, con un cuchillazo damasquino que tenía en la mano, había herido dos cristianos que lo habían querido asir. Yo, que me creía que la popa era ya ganada, no sabía cómo hacer para pasar. Salgo por debajo la buña a la bancada, para dar un pedañazo al negro y partille los sesos, que como me vio encima la bancada mía, me dijo:
–¿Donde vai, cane?
Yo le respondí:
–Agora lo verás.
Y procuraba yo de sacar la pedana. A este tiempo, Antonio Trapanes, mi bogavante, me tiraba de la pedana y me decía:
–Torna acá, perdido; torna aca, perdido, que no hay nada.
Yo torné a entrar en el remiche por debajo la baña. Y como vine a popa, vi que todos cristianos de popa estaban echados y Chico de Gaeta segundo y Murina Liparoto gritaban a la compañía:
–¿Qué tenéis a proa? ¿Que tenéis a proa? ¡Sentar abajo!
Y vi los turcos de popa con unas alabardas en las manos y sus arcos y escopetas, y al patrón que daba voces a los turcos de proa que no nos matasen, porque los golpes de las espadas que daban encima de los arrumbados, él se creía que nos herían o mataban. Piensen que corazón haría yo, viéndome desherrado y sin ninguna arma ni aun un cuchillo. ¡Oh leivosos y traidores infames!
El patrón dijo:
–Fuera tierra y calar remos.
Y fuimos al otro puerto. Yo en este medio fui a la banda y con un pañuelo me até la manilla al pie, y luego imaginé el remedio, que si me dijesen qué manilla era aquella, decir que como yo a la noche había oído decir a los turcos que las galeras de Malta habían jurado que nos habían de tomar, aunque fuese dentro el puerto, que como yo sentí el ruido, me creí que fuesen las galeras de Malta, y que mi manilla era un poco sentida y que yo la rompí y me iba a echar a la mar, si el guardián no me dijera:
–¿Honde vay, cane?
Y si mucho me apretasen y conociesen, el siempre decir que el alférez Boltario, que había ido en libertad, me la había buscado. Y allí tener fuerte por no descubrir las otras trece de los cobardes y gallinas. Pero Dios sabe otros caminos, y fue que un renegado de Galípoli, que se llamaba Morato Arraiz, vino allí debajo a la arrumbada; yo le dije de mi banco:
–Señor Morato Arraiz, como a la noche hablábades que la saetía francesa había dicho que las galeras de Malta nos habían de tomar, yo, como sentí el ruido, tenía mi manilla media rota y la había acabado de romper para echarme a la mar–, y que por amor de Dios me pusiese en cadena.
¡Oh, soberano Dios, va corriendo a la mezania y trae una manilla; y yo alzo mi baragan encima la cabeza, y el me metió en cadena, sin que nadie lo viese, y por guiallo Dios mejor, arrojó la manilla rota al fondo de la mar. A este tiempo los turcos inquirían al bajá que empozase siete o ocho cristianos, y cada uno se quejaba de quien le había echado mano. Cortaron miserablemente a cuatro cristianos las orejas y narices hasta el caxco y los dientes, y queriéndolas cortar a Andrea Merinos, que era postizo de uno de las cortadas, gritó y dijo:
–A mí, ¿por qué? Deshérrenme y yo diré la verdad–; que si callaba, por fuerza se había de hacer.
Desherrado, dijo al bajá:
–Señor, yo no culpo, Pasamonte y el espalder y Vitale son cabezas; mira que hay catorce manillas falsas y se alzaban.
El patrón que oyó esto, lo hizo poner a la cadena y que no le hiciesen mal, y luego se pasó al estanterol y dijo a los cristianos:
–¡Oh gente de poco juicio! Si esto queríades hacer, ¿había más que esta noche, cuando yo iba a la banda, echarme a la mar, y era vuestra la galera? Eya, eya, no tengáis miedo; quien tiene manilla, meta pie en crujía.
Viérades trece faquinazos meter pie en crujía; quítanle las manillas, llévanlas delante del bajá y todas se rompieron como de vidrio. Y de allí adelante, cuando herraban un cristiano, a son de martillo probaban la manilla. En este tiempo, un hermano de un escribano y otros turcos porfiaban que el bajá empalase los culpados; salta aquel arraiz que a mí me puso a la cadena y dijo al patrón:
–Señor, los cristianos no culpan, culpas tú, que con una galera cinco a cinco te vas por ahí. Mi amo Xiroco llevaba doscientos turcos con un palmo de mostachos y se le quisieron alzar muchas veces. Y la manilla que falta, yo he herrado un cristiano a proa –y le contó la causa y cómo la había echado a la mar–; y a ese turco dile que gane los cristianos como tú los has ganado, y verá cómo se empalan.
El bajá dijo que tenía razón, y cogen el hermano del escribano y danle docientas corbachadas. Estábase muriendo el turco que tenía el clavo en la cabeza; vanle a perguntar quién le había muerto, y dijo antes que se muriese que Jerónimo de Pati lo había hecho, y no era verdad. Y este era un buen hombre, sino que cuando le enojaban por alguna cosa, siempre decía: «¡Oh, que me sean rotos los brazos y piernas, si mas hago esto o aquello!». Cogen a nuestro Gerónimo Pati y llévanlo en tierra a romper brazos y piernas, y realmente el no mató al turco, y llevávanlo a morir. Me dijeron después que aquel guardián negrazo que llevaba la maza con otros turcos, le iba diciendo:
–Gerónimo, hazte turco y ganarás el ánima; y si lo haces, el patrón te perdonará.
¡Y miren qué tentación y a qué tiempo! El buen hombre dicen respondió con buen ánimo:
–¡Oh traidores, agora que estoy al puerto de la salvación me venís con esto!
Y que exclamó diciendo:
–¡Oh virgen y mártir Sancta Caterina, vos me ayudad, pues estoy en vuestra tierra!
Rompiéronle tos brazos en dos partes y las piernas en otras dos, y le dejaron tendido en aquella arena, llamando a Dios con alaridos. Un renegado a media noche lo degolló, y el patrón se holgó, y los griegos le enterraron como a sancto. Había gran peste en esta ciudad, y el bajá temió no nos muriésemos todos. Y una mañana se alistaron seis o ocho sayones con los corbachos en las manos, y principiaron de popa a dar diez palos por uno hasta proa, que quedaron más cansados ellos que los dieron que nosotros que los recebimos; y no se hizo mas justicia de la hecha. Pónese el patrón cerca el estanterol en popa, y dijo a voz alta:
–Eya, malaventurados, no tengáis miedo.
Y llamó al cocinero y dijo:
–Coxima fave.
Aunque de allí a no se qué días puso tres palos a tres partes del puerto, diciendo que quería empalar a los dos herreros y a mí, pero ya eramos avisados que no sería nada, como no fue. Y con todo, o de miedo o de peste se murieron cuarenta y ocho cristianos. Contaré un milagro: llevando a Gerónimo de Pate, el negrazo traidor que le dio la primera mazada no pudo dar la segunda, porque luego un abejonazo de repente le mordió al cuello, y cuando tornó en galera, traía una boza como dos puños; luego lo enviaron en tierra y murió, que fue no poco bien para todos y para mí, que me había amenazado. Laus Deo.
Capítulo 23
Por esta borrasca me hicieron unas manetas a posta, casi tan gruesas como la del pie y por más de un año nunca me las quitaron, y me pusieron al indullo de la gumena junto al árbol a banda derecha, que es el banco de más trabajo que hay en la galera; y me hicieron cabo de casa poniéndome el bogavante en las manos. No pasó un año que tomamos una galeota de Malta a la Guongolla hacia Bon Andrea con muy buena gente. Envió mi amo la galeota al Gran Turco armada, y se quedó con algunos cristianos, entre los cuales quedó uno que se llamaba Florio Maltes, hombre muy honrado y muy de hecho. Estos, como se vieron en el vano el invierno, comienzaron a tratar de buscar su libertad, que es cosa de esclavos nuevos el buscar novedades y trazas. Había una nave catalana en el puerto de Alejandría, como son scalas francas, y en esta nave había un platero, napolitano según él decía, el cual no trató con turco ni moro o judío ni cristiano, a quien no quedase hecha campana, cuando la nave se fue. Y creo alguna de éstos no cabe en tierra de cristianos. Florio Maltes y Antonino Mesines y el caporal Vicencio y otros hombres honrados comienzaron a tratar con este platero, y él le sacó hasta treinta ducados, diciendo haría ciertas pincetas para desherrarnos. Él se tomó el dinero, y la nave se fue, y no sólo los esclavos quedaron burlados, pero muchos otros. Yo me había dado todo a la iglesia y no me empachaba en nada, escarmentado de lo pasado. El dicho Florio fue a inquietar los herreros, informado de lo pasado, y decilles que pues ellos tenían habilidad, por qué no hazían limas sordas y que él se obligaba a dar libertad a la chusma, si le daban modo de desherrarse. Los herreros, escarmentados de la borrasca pasada, dijeron que no se querían ambarazar. Él hizo tanto con otros amigos, que ellos respondieron que si yo lo mandaba, harían lo que yo ordenase. Y vino Florio a mi y comienzó un día junto al altar donde yo tenía mi camarada a rogarme que por qué yo (pues los cristianos tanto se fiaban de mí) no rogaba a los herreros hiciesen algunas limas sordas. Yo dije que no me quería entremeter y le conté las desgracias pasadas. Y hizo tanto que hizo venir allí los herreros, y ellos dijeron que si yo lo mandaba y tomaba el negocio a mi cargo y rogaba a Dios, que ellos se pondrían al peligro. Y yo dije que de muy buena gana, y torné a poner los pies en la pared y rogué a Marco Antonio Trapanes que tomase el cargo en buscar el acero. Anduvieron más de mes y medio y no hicieron nada, así en la columna de Pompeo y en otros lugares ocultos de Alejandría. Yo, mohíno y inquieto, visto ya que no hacían nada, les dije que lo dejasen estar, que yo buscaría otro medio. Y rogué a Florio y los demás que se quietasen, porque era menester gran cautela, y que advirtiesen a no fiarse, porque los llevarían a empalar, antes que supiesen el porqué. Vienen en Alejandría frailes de Jerusalem a predicar, y este año predicaba en el fundago de venecianos un frailecico de la orden de S. Francisco, hombre vivo y de mucho espíritu. Yo me fui a él y traté mis negocios, y concluí que si él o otro me buscaban una espada y una lima, que a mí me bastaba el ánimo a dar libertad a la galera. Él, conocido por lo pasado que yo tenía entendimiento y ánimo para hacello, me dijo que tuviese paciencia por este año en que estábamos, que para la Cuaresma venidera él me inviaría de Jerusalem hombre que me daría recaudo. Yo lo traté con mis amigos y les aseguré que, pues yo tomaba el negocio a mi cargo, moriría en la demanda. o saldría con ello. En toda la navegación del verano no cesé de encomendarme a Dios y me determiné de morir solo o salir con la impresa. Venida la Cuaresma, vino el predicador al fundago de Franchi, que ya la iglesia era acabada. Yo fui a ella, pero no era el que me había de dar recaudo, porque no quiso tratar mucho comigo, que creyó lo debía saber. Y era bueno para confesor y no valía para mártir. Yo me torné desconsolado, y de allí a no se qué días fui al fundago de venecianos y pergunté si había venido su capellán, porque no le tenían, y me dijeron que sí. Yo subí a su cámara y llamé a la puerta, y el buen fraile abrió. Y como me vio por las señales que el Francisco le había dado, me dijo:
–¡Oh, que sea bien venido, señor Pasamonte!
Yo me holgué mucho y me fui a la iglesia con él, quedándose el guardián a los corredores. Este bendito fraile era domenico. Entrado en la iglesia y confesado con él, traté mis negocios y concluí que su reverencia me había de buscar una espada de tres palmos con la empuñadura, con su lima sorda puesta en la vaina para ponella dentro en un barril, que ya yo tenía el barril comprado al propósito, y que Su Reverencia había de hacer a un maestro que hiciese tres dogas calafatadas de manera que la espada estuviese dentro y no se mojase, y que cortase bien y tuviese punta que se hincase en una pared. El buen fraile lo hizo a pedir de boca; Dios le dé su gracia para simpre. Díjele más al buen fraile, que de un cristiano que yo le enviaría, que se llamaba Baptista Grasso, se podía fiar, que era un jugador que por su dinero iba libre donde quería. Diose tan buena maña el buen fraile que dentro de cuarenta y cinco días tuvo la espada aderezada que cortaría un buey y pasaría un hombre armado. Yo me había de comprar un vestidillo a la turquesca, y la noche del efecto tener avisados los cristianos y desherrarme y vestirme debajo del capote, y cuando la guardia pasase o se descuidase, ir la vuelta de popa y dar en ellos, cosa que con toda la facilidad del mundo se haría, porque ganada la popa, que allí tienen las armas, es todo perdido. Estando esto determinado, vino a mí Florio Maltes y el caporal Vicencio y Francisco Rebasa y me dijeron:
–Pasamonte, bien está que de vuestro ánimo y entendimiento se crea que haréis y pondréis vuestra vida, pero nosotros no queremos pase adelante si no nos buscáis armas, que somos tan celosos de nuestra honra cuanto vos de la vuestra.
Y con muchas razones no quisieron sino que me habían de hacer compañía. Yo, que me vi puesto en la danza, volví al fraile y se lo dije. Él me animó y me dijo que mejor era así. A mí me parecía dificultad en buscar tantas espadas. Él me dijo que no tuviese pena, que él las buscaría, y luego las buscó. De allí a no sé cuantos días vinieron a mí los espalderes y me dijeron:
–¿Pues cómo, Pasamonte, estando nosotros a las espaldas, donde al primer rumor hemos de.ser hechos pedazos, hemos de estar sin armas? Dadnos a nosotros las espadas de Rebaza y Caporal Vicencio, que Florio y nosotros y vos bastamos con los demás que se podrán desherrar.
Yo, viéndoles tan celosos de honra, les dije toviesen buen ánimo y no lo tratasen con nadie, que yo les buscaría espadas. Volví al bendito fraile como si él fuera espadero, y me dijo:
–Muy bien, ahora será más seguro.
Y también me dijo que él era el padre que había sido causa de la libertad de la galera de Jiban Bai que allí se había levantado los años atrás. Y que él traía nueve limas de Jerusalem, que mirase si quería más nada, que él lo buscaría. Y escribió todos nuestros nombres en un pergamino. Y yo puse a Florio Maltés el primero y los demás, y a mí el último, y le pergunté para qué, y me dijo que siempre que decía misa nos quería tener en el altar para rogar por nosotros. ¡Oh secretos de Dios! Yo me volví al baño muy contento. Fue Dios servido que a sólo Natal el comprador dije quien era el fraile, y este comprador era el que había al tiempo de la ocasión traer las armas.
Había en nuestro captiverio un barbero Francés de Nisa, y pareció a Florio Maltés y los demás amigos que en la caja deste barbero irían mejor las armas. Diéronle parte, que nunca se la dieran, y él respondió que de muy buena gana y que él deseaba su libertad como cada uno, y yo pasé por ello. Maestro Antonio Trapanés hizo un contrasuelo al arca para cuando nos embarcásemos y se hiciese la buscua, sacadas las medicinas, visto el suelo de la caja vacío, no se buscase mas. Y este traidor había prometido al patrón darle todo el argadizo en las manos.. Yo en las desgracias pasadas había visto ciertas visiones que después las vi verdaderas, y en este caso, una noche durmiendo, me vi con grandísimo temor que no sabía qué hacerme, y vi a mis compañeros muy tristes y que corrían sangre. Como desperté, luego me dio el.corazón que había traición entre nosotros. Informéme de verdad que el barbero era luterano; llamé a Rebaza que era español y dile parte, diciéndole no dijese nada a los amigos, por que no se desanimasen, porque en ninguna manera yo quería que el barbero fuese con nosotros, pues era luterano, y que lo dijese a Florio que se escusase, que no queríamos hacer nada. Florio y otro que se llamaba Francisco Facearsa tantearon el Francés, y al traidor le hallaron con lindo ánimo, pero fingido. Y el mal hombre se había hecho tan amigo con el buen fraile, que me traía recaudos en latín, que lo sabía muy bien. Y el pobre fraile, con habelle yo avisado con Baptista Grasso que no se fiase dél, le tenía tan ganada la voluntad, que se fiaba dél mejor que de mí. Nosotros, como tengo dicho, nos embarcábamos hecha la Pascua de Resurrectión, y era ya mas de media Cuaresma, y el francés instaba le diesen las armas. Yo sólo lo defendía y no quería, tanto que Florio me dijo un día:
–¡Cuerpo de tal, parece que nuestras vidas no lo son; más ha de temer vuestra merced que nosotros! Vamos todos por un camino.
Yo me enojé mucho y dije:
–Pues al freír de los güevos se verá quien es cada uno–, que no fue poca honra mía.
Y dije que hiciesen lo que quisiesen. Vino la Semana Sancta, y un chico de Gaeta y Caracaur, griego, y otros alevosos habían dado noticia al patrón, pero si entre los siete no había traición, no se podía saber nada. Yo serré de campiña y no quise que al barbero se diesen las armas. Y me fui al fraile y le dije se guardase del barbero, y como había traición, y que junto a Sancta Catalina había un cristiano muy honrado, que él las guardaría hasta que hiciésemos dos viajes a Rodas, y después del patrón asegurado, Natal el comprador las traería en galera con su cofa de comprar llena de coles largas y las daría al compañero, y que el cristiano de la cintura estaba ya avisado, aunque lo matasen, a decir que a él le habían dado tanto dinero para que las echase en la mar. Y el buen fraile, confiado en Dios, dijo que no quería fuesen a ninguna parte, pero que se las llevasen allí, que él las quería guardar. Yo le puse por delante el peligro que había tan grande si se hallaban en casa de los señores venecianos. Él quiso se las volviésemos, y así Baptista Grasso se las llevó, que ya las teníamos a nuestro cargo. Y avisé a los amigos de todo y que se guardasen del barbero, que ya estaba muy enojado con Baptista Grasso por no sé qué dineros que le habían ganado fuera; y decía, quejándose de Baptista, que él había sido la parte. Y Baptista me juró a mí que no era verdad. El traidor, viendo que no le dábamos las armas en su arca y que el tiempo se acercaba, me llamó en su cámara, que era fuera del baño, porque el luterano no vivía con nosotros, y me dijo:
–¿Pasamonte, qué hacemos? ¿No veis que el tiempo se acerca?
Yo le dije:
–Señor mastre Francisco, ¿no os han contado lo que pasa?
Dijo:
–Señor, no.
–Pues habéis de saber que no se hace ya nada, porque es tentar a Dios; y ya habéis entendido cuántas veces no hemos hecho nada, por la buena suerte de nuestro amo, o que por nuestros pecados no lo merecemos, y más agora que Chico y Caracaur han dicho no sé qué al bajá. Las armas están ya al hondo de la mar y yo no quiero tentar más la fortuna.
El traidor, viéndose engañado y que no cumplía la palabra en dar las armas al patrón en su caja, me dijo:
–Espéreme aquí, que voy por un poco de malvasía.
Y me dejó allí y se salió. A mí me quedó el corazón saltando, y luego salí tras él. Entré en el baño, pergunté si habían visto el barbero, y me dijeron:
–Aquí ha entrado muy deprisa buscando Florio, y Florio está fuera y ha ido a buscallo.
Yo quise tomar la puerta para ir tras él, que el portero me era amigo. Y el guardián estaba allí y no me dejó salir. Florio le contó todo lo que yo tenía ordenado, y que no tuviese pena, que con la ayuda de Dios iríamos en libertad. Florio Maltés, puesto que era hombre honrado, su padre también fue francés y por esto se fió dél. El traidor, como supo la verdad, luego se fue al Bajá y le dijo cómo a él no le daban las armas, pero que se levantase antes del día y fuese al fundago de Venecianos, que en la caja del capellán las hallaría con los nombres escriptos; que para escusalle a él de traidor, que tomasen a Baptista Grasso la noche y le hiciesen confesar la verdad, que todo lo sabía, y que a él lo pusiesen con una branca a la noche en cadena; y habríalo traído su pecado al paradero, si me lo hubieran consentido. Era miércoles o Jueves Sancto a la noche, que no se lo dé Dios tal a ningún desventurado. Yo tenía por costumbre, de prima noche, cuando la chusma andaba en bulla, de dormir; y cuando se aquietaban, yo me despertaba y me ponía a rezar al altar. Esta noche, estando yo durmiendo, pusieron guardia a las ventanas y puerta de gente armada, y dieron la ampolleta a la chusma para que se hiciese la guardia como cuando está la galera desarmada; y trajeron al barbero con una branca de cadena y lo pusieron a la bancada del espalder. Y arrebatan a Baptista Grasso cuatro o cincuo turcos armados y el guardián, y lo llevan delante el bajá. Y el bajá, menazándole de muerte, según el proprio guardián me dijo, y poniéndole tres o cuatro veces la espada a la garganta, que siempre había dicho que no sabía nada, hasta que el patrón le dijo:
–Ven acá, traidor, ¿no sé yo que a la columna de Pompeo y a otros lugares habéis procurado de hacer limas, y por no tener acero bueno, no habéis hecho nada, y tú has traído las espadas a la compañía y las has tornado al capellán, y tú lo haces todo en pago que te dejo yo ir suelto?
El pobre Baptista, como oyó esto, respondió:
–Pues, señor, si tú lo sabes todo, ¿para qué me lo perguntas a mí?
Y esto fue por traza del barbero, para que tuviéramos a Baptista por traidor. Hecho esto, traen a nuestro Baptista seis o ocho turcos con las espadas desnudas, dándole mojicones y espalderazos, y entran por aquel baño espantando, y llevan a Baptista a su bancada, y pónenlo en cadena. A este tiempo, el pobre Pasamonte se despertó; y como oí los cristianos gritar: «¡Guardia!», y vi las espadas desnudas que salían del baño, piensen qué corazón haría. Vuelvo los ojos hacia el altar, y vi a mi camarada maestro Pedro Remolar con el codo sobre la rodilla y la mano en la cara, que se derretía en lágrimas vivas, y los otros compañeros. Yo me arrodillé en el altar y di gracias al Señor con ansias que se me arrancaban las entrañas. Volvíme a sentar, y con una risa falsa por no llorar, dije a maestro Pedro:
–Señor maestro, no lloréis; dejadme llorar a mí, que soy llegado al martirio injustamente.
Y en esto oí al traidor del barbero que se quejaba y decía:
–¡Oh Baptista Grasso, Dios te perdone, que me haces padecer a mí.
Yo, que oí esto, dije a maestro Pedro:
¿Qué lámparas hay encendidas?
Él dijo:
–No más de esta y otra al cabo del baño.
Yo le dije:
–Pues id a Martín Veneciano, y decidle que digo yo que en escusa de atizar aquella lámpara, que la mate.
Y el otro luego lo hizo, y yo fui a atizar la del altar y la maté. Y rogué a maestro Pedro que me diese un cuchillo, que yo quería degollar al barbero. Él se alteró y nunca me lo consentió, y todos los amigos me dijeron que estuviese quedo por amor de Dios, y así él quedó con la vida contra mi voluntad. Antes que Dios amaneciese, que era o Jueves o Viernes Sancto, el bajá se levantó con toda su casa y los turcos que estaban por allí. Y fue y hizo abrir las puertas de la ciudad, y fue al fundago de venecianos y llamó y le abrieron. Piensen qué corazón harían el bajá con todos sus turcos. Subió dos corredores con claustros que hay y llamó a la puerta del fraile por información del barbero. El fraile se levantó y abrió las puertas. Entra el Bajá con algunos turcos en su cámara, y dice:
–¡Abre esta arca!
El fraile abrió, y un renegado ginovés toma las seis espadas y nueve limas y el pergamino con nuestros nombres atado en ellas. El bajá dijo al fraile:
–¿Qué te parece, traidor, tener tú armas para mis esclavos que me maten a mí y se alcen con mi galera?
Y hácelo tomar con.las espadas y bájalo abajo, donde estaban los mercaderes y el cónsul de Venecianos. El Bailo de Francia (que era supremo y más que mi padre, si decir se puede, y lo sabía) se había ido al Cairo para de allí sentir el trueno y el lampo. El buen fraile que se vio perdido, se servía de la industria que yo le había dado para las traiciones, que era decir que el platero napolitano de la nave catalana que meses antes se había ido, había buscado las espadas y limas. Como el Bajá aprietase, el cónsul y mercaderes, injuriándoles de traidores y que había de escribir al bajá del Cairo y hacelles confiscar naves y haciendas y hundir la casa y sembralla de sal por traidores al Gran Turco (y cierto que si lo hiciera, fuera así), el bueno y sacrificado fraile se opuso a esto con un argumento y dijo:
–Señor y señores turcos, vosotros no hacéis lo que vuestros Morabutos os mandan.
Ellos dijeron:
–Sí.
–Pues, señores, esta es la verdad: estos cristianos que están ahí escritos se han encomendado a mí. Yo les he buscado estas espadas y limas, que infaliblemente ninguno destos señores no sabe nada, ni los cristianos esclavos culpan, que yo se lo he mandado. Y así te suplico que no castigues a ellos, que yo solo culpo; a mí me abraza o empala o haz lo que fueres servido.
El Bajá dijo:
–Mientes, traidor: ¿cómo podías tú buscar tantas espadas y limas, si estos mercaderes no te las buscaran?
–A eso, señor, yo diré la verdad. Has de saber que en la nave catalana que de aquí se fue, estaba un platero napolitano y él me vendió estas espadas y limas muy bien vendidas, porque el señor cónsul me pagó este año adelantado de la capellanía y todo lo he gastado en esto, y ésta es la verdad y no hay otra cosa. A mí me castiga, y perdona a tus esclavos.
Y a este tiempo los mercaderes y el cónsul habían traído una fuente con más de setecientas o mil ciquines y conficiones y buena agua ardiente y mejor malvasía, y comenzó el Bajá a comer y beber, y los mercaderes a dar ciquines a aquellos Chanses y renegados. Y el bajá, me dijo a mi Chafer Ginovés que no hacía de cuando en cuando sino poner las manos en aquellos cequines y alzar al aire. Y como el fraile dijo que el argentero napolitano le había dado toda la cosa, luego los turcos todos dijeron: «Or chuer cher», que quiere decir: «Es verdad, es verdad». Y luego cada uno contaba las burlas que le había hecho. Creída esta mentira por verdad, el bajá llamo al fraile y le dijo:
–Y o quiero hacer un sello con mis armas y te quiero hacer escribir esta carta.
Y luego, de allí a un poco, dijo al cónsul:
–Luego, luego, tomad este fraile y envialde en tierra de cristianos.
Vinieron a nuestro baño por una cadena y métenlo en cadena con muchas amenazas; y veinticinco millas de allí, en Bahur, había un caramuzal que pasaba en Candía, y lo enviaron. Después supe que era capellán en la capitanía de Candía. Cuando andaba en casa el cónsul de venecianos él fracasó, luego como fue de día vino el guardián con muchos turcos a nuestro baño y nos metieron a todos las manetas en las manos. Y quién a mí me dijera: «Pasamonte, a vos os empalan, pero el fraile ni el fundago de venecianos no habrá mal», yo diera mil gracias a Dios. Vino el patrón dos o tres horas antes de medio día al baño, habiendo prometido al cónsul y mercaderes no hacer morir a ninguno. Y luego se alistaron ocho o diez sayones y pusieron un palo de hierro arrimado a la pared, diciendo que habían de descoyuntar un cristiano con él. Sacaron cuatro brancas de esclavos a mucho palo, con sus guardianes para tener a los que se justiciaban. Y por el proprio escripto que tenía el fraile, de lo alto de una ventana donde estaba el bajá (y abajo había un grallano), un renegado comienzó a leer, y llamó a Florio Maltés. Arrebatan los sayones a nuestro Florio y dan con él fuera, y luego los esclavos agarran con sus guardianes a mucho palo, y el buen Florio desnudo en cueros que debió de mirar el palo de hierro para más animarse. Y luego dos de aquellos sayones, con sus brazos arremangados, el uno de un lado y otro de otro, comienzan a sacudir el polvo con toda su pujanza. Y cansados estos dos, se mudaban otros dos, y un renegado allí alerta para lo que el bajá perguntaba. Cuando le hubieron dado hasta quinientos, le hizo el patrón algunas perguntas: ¿que por qué él lo quería abruzar, que mal le había hecho? Y esto era porque en algún banquete él se había fiado a descubrir su ánimo y todo el traidor francés lo notificaba al bajá. Florio formó sus escusas lo mejor que podía, y el bajá, airado, mandaba le diesen con el porpalo. Arrametió uno de aquellos sayones y asió el porpalo y hacía muestra de dalle, pero tuvo algunos renegados que lo iscusaban. Y luego tomaron a sacudir con los corbachos, y la sangre iba por aquel llano. Y el buen Florio, a la segunda batería rescataba los cristianos de dos en dos, siendo pobre soldado, que no fue poca honra para mí, porque él me había dicho que yo temía mas la muerte que los otros. Y le di yo alguna baya después. Habiéndole dado hasta mil palos, le cortaron una oreja y lo mandaron dentro. Luego llamaron otro, y haciendo su oficio los sayones y cortándole otra oreja, fue dentro. Y así pasaron todos cinco, con cinco orejas menos y hasta mil o mas corbachadas. Y el barbero moro, con un caldero de vinagre y sal pistada, lavaba las llagas como entraban, que esta era la medicina. El barbero traidor estaba muy disimulado en la camarada del espalder y se quejaba que, sin haber culpado él, le habían tratado mal. Y Dios perdone a quien culpó de que él no fuese degollado. Piensen que corazón haría el pobre Pasamonte, que fue el postremo de los llamados y de los escriptos. Yo tenía mi camarada junto al altar. Llamáronme y entran por mí siete o ocho de aquellos sayones, y yo con ánimo apercebido de muerte, me arrodillé con brevedad y tomé mi camino. Los cristianos, que no me querían mal, como vieron que con el palo de hierro no habían muerto a ninguno, tuvieron por cierto que había de ser yo, y como yo pasaba por medio y con semblante fingido de alegría miraba a una parte y a otra, los cristianos de dolor volvían la cara a la pared y lloraban. Tuvo tanta fuerza el veer yo esto, que me hizo desmayar y caer, y la imaginativa no había dejado de hacer su oficio cuando andaba la fraguaria en los otros. Luego los verdugos dieron conmigo en aquel llano, y por no haberme yo quitado un gilico negro que traía cuando me pusieron las manetas, me volvieron los vestidos del revés por encima la cabeza; y agarran de mí los esclavos y comenzaron la herratería. Sea Dios testigo en el cielo y en la tierra que a los primeros palos comiencé a voz alta a decir: «Te Deum laudamus».
Y un cristiano de los esclavos, que se llamaba Juan Catalán, me tapó la boca y dijo:
–¡Oh, que dirán que hacéis burla!
Pero yo no hablé palabra hasta acabar mi salmo rezado. Y luego comiencé a gritar en turquesco: «¡Alahix, Alahix!»; que quiere decir: «¡Por amor de Dios sea!». Y no me salió otra palabra, y llamando el nombre de Jesús bajo, bajo. Y en verdad que creo no alcancé quinientos palos., cuando el bajá dijo:
–Llevad mano.
Y llamó al Chauz Bají que era el renegado para hablar, y le dijo:
–Di a este cristiano que yo lo tengo por un Xehec (que quiere decir «hombre de Dios»; y esto dicen, porque los que veen con libros en las manos los tienen por buenos cristianos), que él se me alzó con la galeota en Biserta y me murieron muchos cristianos y muchos heridos, y que agora ha dos años que el trazó aquellas catorce manillas para alzarme la galera, y agora se ha hallado en aquesta bellaquería sin habelle yo cortado orejas ni nariz ni aun le he hecho mal.
El Chaus repitió lo que yo había bien entendido, y hizo me soltasen las manos para hablar. ¡Estraño caso!, que con una promptitud y voz alegre dije en alta voz que él lo oyese:
–Señor, es verdad que en Malta y Mesina y toda la cristiandad, de las naves que aquí vienen de mercancía suena gran fama de ti; pero tú, señor, nos matas de hambre y nos traes desnudos; y si el negrillo Murgan nos saca un ojo, está bien sacado. Y mira, señor, que estos pájaros que tienes en estas jaulas, con mucho regalo buscan su libertad. Y más, señor, con una galera cinco a cinco te vas con veinte bardajas, como si nosotros no fuésemos hombres–. Y callé.
Habiéndome oído el patrón, volvió la cara hacia dentro la ventana y dio una gran risada. Los turcos y moros, que eran gran multitud abajo, que vieron al patrón reír, todos a una voz gritaron alzando el pulgar de la mano derecha (que es su uso) y dijeron: «¡Choc axaes taur! ¡Choc axaes taur!», que quiere decir: «¡Buen viaje hagas, cristiano!». El bajá, que oyó esta grita, dijo al guardián:
–Déjalo ir.
El guardián, que tenía orden a cortar una oreja, me asió della para cortármela, y ya me ponía la navaja encima, cuando el bajá, que lo vio, gritó en su lengua y dijo:
–Bellaco moro, ¿no te he dicho que le dejes ir?
Y el moro dejó caer la navaja en tierra y dijo:
–Va con Dios, papaz, que yo te he defendido esta noche.
Y era que el traidor francés a mí y a Baptista la cargaba, y en los herejes tiene Dios procuradores. Y este guardián no se quiso mudar cuando me daban los palos, por hacerme buena obra, y creyendo la punta del corbacho tocaba en tierra, me había descubierto una costilla porque no tocaba. Viérades nuestro Pasamonte, que tenía la muerte tragada cuando vino al propalo, entrar por la puerta del baño con la mitad de los palos que los otros y con sus orejas. Y en poniendo los pies en la puerta, me quité mi barreta y dije:
–¡Oh traidores (porque estaba allí el barbero y otros), aun traigo mis campanas!
Y lavado con vinagre y sal, y curado mi lado, di gracias a Dios.
Capítulo 24
Quedé destas desgracias malquisto de malos renegados y en sospecha del patrón. Estuvo mi amo cuatro años en este bailico de Alejandría, y de aquí volvió en Constantinopla y le dieron el bailico de Misistro, que es frontero de Corón y de Modón. Y el trabajo que aquí se pasó en dos años lo sabe Dios, porque siempre andábamos en el árbol de abajo. Y Dios perdone a las galeras del duque de Florencia, que nos pudieron tomar a cabo de Maina y nos dejaron ir creyendo éramos más galeras. Y a la mañana estaban todas cuatro a la vista de Corón, y nos esperaron no sé qué días en cabo de Maina, y mi amo despalmó y tierra a tierra nos fuimos hasta Modón. Y de aquí a la noche nos engolfamos y fuimos a Bon Andrea y de allá a Rodas, y de Rodas a Xío, y de Xío a Nápoles de Romania a invernar, que son al pie de tres mil millas de rodeo; y era de invierno y con las manetas en las manos.
Capítulo 25
Deste gobierno de Mixisto tornó mi amo en Constantinopla y fuimos con el general de la mar Ochalí en Argel. Me acuerdo, pasando por el canal de Malta, mi amo siempre remolcaba las galeras de chacales que quedaban atrás. Y era el trabajo tanto y la privación del sueño, que me dieron tres veces de palos porque cantaba, que no tenía otro alivio. Y al amanecer, dos galeotas de cristianos habían tomado una galera del armada, pero como sonó el artillería, luego los tomaron.
Capítulo 26
Tornamos en Constantinopla sin querer mi amo ser rey de Túnez ni de Tripol, por escrúpulo de conscientia de no hacer mal a los moros, que es buen ejemplo para católicos. Contentóse con ser gobernador de Rodas, donde estuvimos cuasi que ocho años, y el trabajo que aquí se pasaba en hacer una mezquita y acarrear liñame para hacer bajeles y en remar (que es la guardia de mayor trabajo que hay en Turquía), no hay lengua que lo pueda contar. Aquí en Rodas vino un renegado armar una galeota suya para ir en corso, y los esclavos della nos llamaron, que si le dábamos ayuda nos alzaríamos con ella. Un hombre honrado que ya es muerto inventó la danza; como supo que yo era en ella y de veras, fue y dio aviso. Y de verdad que yo iba a la marina en escusa de llevar unas lentejas a cocinar a mi compañero, que era cerrador. Y iba a reconocer la casa donde estaban las armas para saber dónde había de acudir cuando abajase con la furia del efecto. Y el guardián, con otros turcos, me encontraron, y venían de avisar el capitán de la galeota que pusiese los remos en el castillo. Y como me vio el guardián, me dijo:
–¿Dónde vas, papaz traidor?
Yo le mostré el saquillo de las lentejas y le dije:
–Julio, mi compañero, se ha olvidado estas lentejas y se las llevo.
Él me dijo:
–Torna, torna, can, al baño.
Yo vuelvo rabo entre piernas y me voy a mi bancada, y tomo mis horas y me pongo a rezar. Fue Dios servido que no fue nada, porque el capitán de la galeota era un hombre del diablo; y como le avisaron, se hizo burla diciendo que no era él hombre que esclavos le llevasen su bajel. Y fue Dios servido que, como salió armado, galeras venecianas le tomaron y cortaron la cabeza, y sus cristianos hubieron libertad sin ayuda de gente buena ni ruin.
Capítulo 27
Era yo tan mal querido de un renegado de mi amo que se llamaba Chafer Arráiz, de un lugar de la cuesta de Nápoles que se llama Mayore, y este traidor era tan cobarde y informado de las cosas que yo había hecho en tiempo que él no estaba en este captiverio, que no me podía ver, ni muerto ni vivo. Y juro de hombre honrado que en estos ocho años de la guardia de Rodas no se pueden contar los palos que siempre me daban en la cabeza por que muriese. Y que una noche, de una vez me dieron más de setenta o ochenta, todos en la cara y en la cabeza. Mi Dios y Redemptor Soberano me tenía de su mano que no pudiese morir, deseando yo la muerte con muchas lágrimas. Y más afirmo de verdad que puso este traidor tres cómitres y a todos dio orden que me matasen a palos. Y fue Dios servido que ellos fueron al infierno y no salieron con la suya.
Capítulo 28
El padre Bartolomé Pérez de Nuero me había remetido por vía de mercaderes ciento cincuenta escudos de oro para que yo me ayudase a mi libertad, y estos tenía en Xío un doctor de Leyes que se llamaba Sobastopoli. Y como yo fui avisado, fui a él y le hice una ampara que aquel dinero era de mi hacienda, y que hasta que yo fuese muerto no lo volviese aunque lo pidiesen, porque yo tenía ciertos designios. Él dijo lo haría. Vine a término que por la sospecha que de mí tenían, a los esclavos que se desherraban a hacer servicio, no les dejaban parar en mi banco, y el que a otros procuró su libertad por muchos caminos, no la pudiese haber para sí. Y digo esto porque el señor D. García de Toledo (déle Dios mucha salud por las muchas obligaciones que le tengo) me invió medios por vía de espías; y por tenerme tan estrecho, no se pudo hacer nada. Saliendo mi amo de Constantinopla para ir a Rodas, el doctor Sobastopoli en Xío, que es el que a mí procuró mi libertad por vía de rescate, mi amo dijo que aunque le diesen mil ducados, no me podía dar, que había nueva de bajeles de cristianos y íbamos en corso y que yo era bogavante. Fue Dios servido que este año mi amo y Hazán Hagá, que era general de la mar, se testaron uno al otro. Hazán Hagá tenía una hija y mi amo un hijo; hicieron el casamiento y que el que dellos muriese primero, el otro heredase. Fue Dios servido que el que no me quiso dar por rescate fuese primero al infierno, que no fue poco bien para mí.
Capítulo 29
Muerto mi amo en Rodas, fuimos a Constantinopla en poder del heredero Hazán Hagá, y el año proprio se le habían alzado dos galeotas en Argel, en que perdió muchos cristianos, y luego con la herencia cobró cuasi otros tantos. En este captiverio no había que hablar de rescate menos de ochocientos o mil ducados. Pero por las nuevas de las galeotas que se habían alzado, nos mandó a dar a todos los esclavos, porque estuviésemos alegres, a docientos palos por uno. Y si no fuera por un mudéjar que se llamaba Hazi Salem, cierto nos los daban. Aquel buen Pablo Mariano que dije, de Alejandría se había ido al Cairo; ahora residía en Constantinopla y me era tan fiel amigo y señor como fue buen servidor de nuestro rey, pues por él murió. Este señor con mucho secreto me hacía merced en procurar mi libertad, y cierto yo le hiciera a Hazán Hagá alguna burla. Quiero contar un caso porque se vea cuán diferentes son los juicios de Dios de los de los hombres. Cuando Hazán Hagá nos heredó, todo nuestro captiverio se había hecho de conformidad en que no quería que Chafer Arráiz nos mandase. Este Chafer Arraiz era aquel renegado de Maiore, de la costa de Nápoles, que dije arriba me quería tan mal y había puesto los cómitres para que me quitasen la vida. Pues como los más de nuestros cristianos procurasen que éste no nos mandase, rogaron a Florio Maltés que escribiese una carta en que continiese todos los ladronicios y maldades que ese Arráiz había hecho, así en la ropa del patrón muerto como en la del Gran Turco. Florio no lo quiso hacer sin primero tratallo comigo: envióme el barbero, que siempre andaba desherrado, y contóme el caso. Yo le respondí:
–Maestro Bautista, decilde a Florio que cuando fuera por mi libertad o de algunos o de algún cristiano, que yo me hallara en ello. Pero por hacer mal al Arráiz y sin provecho, que no quiero poner en ello y que en ninguna manera lo haga, porque aunque den la carta al bajá, el Arráiz se irá al Visir (que es segundo Gran Turco) y le contará cómo hacemos por alzarnos con la galera, y que él, por conocernos y saber más de nuestros tratos, lo queremos echar della.
Tornó el barbero con mi respuesta a Florio, y el lo trató con los cristianos del cuartel de popa, diciendo que yo no decía mal. Y el designio de muchos no era sino porque ese Arráiz no les daba comodidad para sus ladronicios y bellaquerías, que para nuestra libertad nos dio tanta que no lo merecíamos. Comunicada mi respuesta, luego comenzaron a murmurar de mí y a decir que ya yo no me curaba de la chusma y que tenía dineros para mi libertad, y que el Bailo de Francia y Venecia y otros señores me favorecían y davan dinero, y que yo no me curaba más.
–Y vuestra merced, señor Florio, la escriba, por hacernos merced, que aquí se la daremos al Bajá.
Florio la escribió con todos los ladronicios y bellaquerías que el Arráiz había hecho, y cuando el bajá entró en la galera, porque pasábamos ciertos bajeles con muchos camellos de una parte a otra del canal, diéronle la carta; y el bajá la leyó, y después la dio a un renegado que se llamaba Maltrapillo y le dijo:
–Muéstrale a Chafer sus bellaquerías, y que yo le castigaré.
Ido el bajá, luego Maltrapillo mostró y leyó la carta al Arráiz, y se la dio y le dijo:
–Mira cómo te gobiernas mal.
El Arráiz se quedó más muerto que vivo; y otro día el bajá le mandó no se empachase más con la chusma, que se estuviese en su casa. El Arráiz se fue al Visir (que es como presidente del Consejo Real), y le informó y dijo:
–Señor, los cristianos de Rechepe bajá, ya muerto, han dado una carta al General de la mar con información falsa, quejándose de mí; y tengo temor que el bajá me quite toda mi hacienda. Y esto lo han hecho porque ya, señores, sabéis cuántas veces han intentado alzarse con la galera y no han salido con ello; y porque yo sé sus maldades, procuran echarme para hacer alguna bellaquería.
El Visir, entendido esto, habiendo bien sabido nuestras desgracias, mando al bajá de la mar que no echase a Chafer Arráiz de la galera y que le dejase castigar al cristiano que escribió la carta. Asen a vuestro Florio y mándanle dar quinientos palos, y a fe que alcanzó más de docientos y le valieron buenos amigos. Y el Arráiz se quedó en la galera, pero con poco gusto del bajá y menos de los cristianos. El Arráiz se creya que yo hubiese sido el secretario de la carta que Florio escribió, y me tenía tan grande odio que no sabía cómo hacer para vengarse de mí. Sucedió que un día, estándose quejando de mí, el barbero le dijo la verdad, contándole la respuesta que yo, por el barbero, había enviado a Florio. Enterado en la verdad, aquel mortal odio que me tenía lo olvidó y se convertió en buena voluntad. Y me dijeron que dijo:
–Miren Pasamonte, que ha hecho tantas maldades por alzarse con esta galera, y yo le he maltratado y procurado su muerte tantas veces, no ha hecho contra mí, y Florio, que no lo he tocado por serme encomendado, me la ha hecho. Pues yo prometo no perseguir más a Pasamonte y favorecello en lo que pueda y a los demás españoles, que al fin son gente de honra.
¡Oh secretos de mi Dios incomprehensibles! Entrando yo en este captiverio de Hazán Hagá, general de la mar, perdí toda la esperanza de mi libertad, y de verdad que escribí una carta a Roma al padre Bartolomé Pérez de Nueros y al doctor Cabañas si podrían haber un breve de Su Sanctidad para que el obispo de Xío me diese órdenes, considerando no me debía de convenir la libertad; y en un capítulo della hacía una exclamación a mi Dios, quejándome como Su Divina Majestad no había permitido yo muriese cuando tuve tragada ya la muerte. Y antes que me volviese la respuesta, me mostraron la carta en Roma, gracias a mi Dios. Tornando a mi propósito, este Hazán Hagá, después que fui su esclavo, no vivió más de dos años, y también dicen fue entoxicado. Tornó el hijuelo de mi primer patrón a heredar su hacienda y los esclavos, aunque mucha parte ya el bajá la había gastado. Tornados a nuestro nuevo patrón, la chusma se había rebelado, y antes querían morir y meter fuego al baño que Chafer Arráiz tornase a mandar. El tutor del machacho le mandó que huyese de la furia y se estuviese en su casa, y de allí gobernase; y hicieron guardián de los cristianos un negro portugués que había muy poco que había renegado. Y a los inviernos, cuando estábamos en tierra, tenía cuenta con el altar, así en predicalles como en entonar la Salve y Salmos y oraciones. Y de esta en Alejandría me dieron licencia los padres de Jerusalem, y en Constantinopla el padre patriarchal, que está en lugar de obispo, pero no in scriptis, sino de palabra, por no tener órdenes. Y frailes del monasterio de San Francisco me venían a oír para ver cómo me gobernaba. En el captiverio de Hazán Bajá había dos frailes que decían misa, y yo predicaba con no poco aplauso de gente, gloria de mi Dios soberano por su divina gracia. Y como yo tuviese mis cristianos a mi cargo y procurase su bien, así espiritual como corporal, este negro portugués había dejado morir once o doce esclavos de cruelísima fiebre, sin quitalles la cadena, y a todos los hombres de mala vida y viciosos tenía desherrados, porque le pagaban. Yo, condolido desto, escribí una carta secretamente a Chafer Arráiz, diciéndole toda la verdad y que sería bien hiciese guardián a Cayvan Siciliano, por sabello hacer, y se quitase este mal negro, que no convenía ni para la chusma ni para el patrón. Di la carta a un cristiano que iba vendiendo calcetas a los cristianos esclavos, y él fue tan hombre de bien que la abrió y la lió, y viendo que era contra el guardián, en lugar de dalla al Arráiz, la volvió y la dio al guardián negro. El negro, como vio y abrió la carta, llamó a su consejo todos los hombres a quien él dejaba ir con sus comodidades desherrados, y eran pocos hombres de bien. Y hecho su consejo, determinaron revolverme con toda la chusma, como lo hicieron; y donde yo decía en la carta que era bien hacer guardián a Cayvan Siciliano, ellos leyeron qué yo decía que la chusma era contenta que Chafer Arráiz tornase a mandar. ¡Oh misterios de Dios! Aquellos por quien yo había puesto tantas veces mi vida por su libertad, venlos aquí todos rebelados contra mí en pago de la más buena obra que yo pude hacer en servicio de Dios y provecho suyo. Cumplióse en mí las palabras del psalmista, aunque indignamente: «Amici mei & proximi mei adversam me appropinquant & qui iuxta me erant, de longe steterunt». Los que estaban en mi favor eran Pedro de Alarcón, hermano del sargento de Castilnovo, y otros amigos; y ni osaban a hablar, tanto era el rumor de todos que lo menos a voces gritaban: «Vamos y acabémoslo allí junto al altar», porque allí yo tenía mi camarilla. Yo tenía un Cristo en mi cámara, y muchas veces le dicía: «Domine, pone me iuxta te et cuiusuis manus pugnet contra me»; y con todo esto yo había quitado un pie a un banco y estaba apercebido a sus voces si alguno venía, para abrille los brazos. El guardián negro con mucho gusto vino con otros turcos, y me arrebatan y llevan a la otra parte del baño y me dan más de docientos, palos y me meten unos grillos con una branca de cadena y me dejaron allí medio muerto. Y a cuando de cuando venía el traidor del negro y me descargaban una media docena por la cara y por la cabeza. Y no era tanta esta pena cuanta la que me daban los cristianos injuriándome y escupiéndome de encima de sus bancadas; y yo los injuriaba, diciéndoles:
–¡Oh bellacos, tomad la carta y veréis la verdad!
Duró dos o tres días este ímpetu, hasta que un cristiano que servía el guardian le hurtó la carta durmiendo, que la tenía bien guardada, y la mostró a Pedro de Alarcón y a otros amigos míos, y ellos a otros maestros del captiverio, y después la tornó el buen cristiano donde la tenía el negro. Comunicado de unos a otros mi buen celo y la fingida maldad de los malos, comienzaron a arrepentirse y a caer de su asno, y tanto rogaron al negro, que me tornaron a mi camarada junto al altar. Bien venga el mal si viene solo. En este tiempo andaba yo procurando mi libertad, y el buen Pablo Mariano, que residía en Costantinopla, me había enviado a decir que si yo le daba el dinero que tenía, que él me libraría. Ayudábame a mi libertad Chafer Arráiz, que me había perseguido doce años por darme la muerte, y por no haber yo consentido en la carta que contra él escribieron, me tomó tanta voluntad que dijo a los tutores del niño que me dejasen ir por cualquier dinero, porque yo no valía más, como cierto era verdad. Y si me quisiera mal como primero, podía decir que yo había predicado y que debía ser hombre de estima y no me dieran por mil escudos. ¡Oh secretos de mi Dios!, que el que más me persiguió más me ayudó. Como Pablo Mariano me envió a pedir el dinero y que Pedro de Crassi, el mercader que lo tenía remetido de Xío, le dijo que no lo tenía, yo me vi desesperado por no poder negociar. Y más, que al fundago de venecianos que se hace la justicia no dejaban entrar ningún español, por el lippomano que habían justiciado por servir al rey de España; y con estas aflictiones y con dineros que me invió el buen Pablo Mariano, saqué fuerzas de flaqueza y salí negociar cosas de mi libertad. Vime con Pablo Mariano y con el mercader que me negaba el dinero, en una iglesia que se llama Sancta María, y le menacé dalle con un cuchillo si no me daba mi dinero. Él se salió de la iglesia con temor y el señor Pablo me dijo que escribiese en Xío y me dio más dinero; que Dios se lo pague. Yo fui al Bailo de venecianos, y para entrar me hice romano, ayudándome la lengua para disimulallo; traté con él mis negocios, y escribí a Xío al doctor Sebastopoli, quejándome que habiendo tenido mi dinero tantos años a su provecho, que ahora que yo lo había menester me lo negase. Él escribió con brevedad al mercader de Costantinopla, menazándole que me diese mi dinero. Luego me le dio y me fue muy buen amigo. Habidos el buen Pablo Mariano los ciento cincuenta scudos de oro (Dios le tenga en su gloria), puso otros sesenta o más de su bolsa y me libró, sin lo mucho que en Alejandría se gastó por mí. El segundo día de Pascua de Resurrectión fue Dios servido que yo me librase, habiendo yo ya por Carnestolendas tenido la ropa atada para librarme, y me sucedieron todas las desgracias escriptas. Y como yo siempre dijese al Cristo que tenía en mi cámara: «Pone me iuxta te & cuiusuis manus pugnet contra me», antes que llegase la Semana Sancta les torné a predicar, y la Semana Sancta se hizo la procesión, con sus disciplinantes, y cantamos los oficios y prediqué la Pasión, y muchos me besaban la mano con vergüenza contra mi voluntad y todos me pedían perdón. Y con gloria y honra de mi Dios, después de su sancta resurrectión yo resuscité en mi libertad y me vi en casa Pablo Mariano con mucho contento. Gracias inmortales a mi Dios.
Capítulo 30
Después de libre, volví algunas veces visitar a mis amigos con no poca vergüenza de los que habían hecho contra mí, que no tenían cara de mirarme. Quiero contar un caso que sucedió antes que yo me librase. El principal cristiano que a mí me persiguió por haber yo quitádole el camino del infierno, tenía muchos ducados y tenía una espía para irse, y me dijeron que había dicho que no se había de ir hasta que fuese mi ruina. Pues miren el suceso: cuando él vio que a su pesar yo me libraba, determinó de irse. Y era de quien más el guardián negro se fiaba. Y coge otros tres cristianos que halla fuera, y les dijo:
–Venid, vamos en libertad.
Los otros luego le siguieron. La espía le había dicho que pues él sabía la casa a do se había de recoger, que mirase que no fuese por Cassín Bajá ni por casa del Baylo de Venecia ni de Francia, sino que tomase una parma y por la mar fuese a la Vanceria. A él le cegó su ignorancia y fueron por el Baylo. Venlos ir ciertos genízaros sin guardián y deprisa; cierran con ellos y quítanles cuanto dinero tenían y ropa, y échanlos en prisión. A la noche le trujieron la nueva al negro cómo se habían huido cuatro cristianos. Él, desesperado, no sabía qué hacerse porque el patrón [no] lo pusiera a cadena. Los salió a buscar, y con diez ducados que pagó a quien los prendió, se los dio. Mi persiguidor con los demás tornaron captivos sin dineros y sin ropa. Luego, como el negro guardián entró en el baño, dijo a su mozo que herraba y desherraba:
–Va, quita a Pasamonte la cadena y ponla a este traidor, que por el mal que yo he hecho contra Pasamonte me venía esta desgracia.
Ven aquí el pago que le dio su mala intención, que pudiera ir libre y con muchos ducados y se destruyó a sí y a los otros. Y séame Dios testigo que cuando el guardián le daba de palos, yo me arrodillé delante el altar y rogué a Dios por él, porque me pareció milagro. Estando yo en casa del buen Pablo Mariano libre, vino un embajador de el rey de Francia, que hoy es en figura de oveja y fue un cruelísimo lobo, porque fue causa del daño de muchos y aun de la muerte de mi buen Pablo Mariano, según me han informado, por quien yo todos los días que viviere en este mundo rezaré cinco Paternostres y Avemarías. El buen señor, que esté en gloria, como vio este mal hombre, dio luego orden con un criado suyo que era hombre solícito, de ponernos en un caramuzal de turcos y llevarnos hasta la Olivara, quinientas millas de Costantinopla en el canal de Negroponte. Allí desbarcamos con nuestra buena espía y fuimos por medio aquella Turquía a parar a Castil Tornes, frontero del Zante. Y antes de llegar a Castil Tornes, pasando por un brazo de mar, una fragata de ladrones nos daba la caza. El patrón de nuestro bajel comenzó a gritar. Nosotros, que éramos ocho y buenos remeros, asimos de los remos, y antes que la fragata llegase a medio canal, ya éramos de la otra parte. Gracias a Dios, que si nos tomaban, nos tornaban a vender en aquella Natolia.
Capítulo 31
Llegados en el Zante, tierra de cristianos y de la señoría de venecianos y tierra del griego que nos traía, él nos llevó en su casa, y allí estuvimos esperando el pasaje. Este buen griego había gastado mucho dinero en el camino a causa de tres esclavos que había entre los dieciocho, no muy hombres de bien, que se hacían caballeros y que tenían dineros en Nápoles. Yo, que sabía la bellaquería y que lo que el griego gastaba era a cuenta del buen Pablo Mariano, llaméle un día delante de su mujer y de otras personas que entendían italiano y le hice una reprehensión y dije:
–Señor Petrivi, ya veis cómo tarda el pasaje. Vos habéis empeñado la cadena de oro y otras cosas de vuestra mujer. Nosotros hemos sido esclavos, no nos hartábamos de bizcocho, no hay para qué hacer esta tabla de cofadría con tan largo gasto.
Las mujeres me lo agradecieron mucho, pero el pago que él me dio fue decirme que me fuese de su casa, y que no tenía que mandar yo. Y en verdad que si no fuera por mí, que el bueno de su amo me lo había encomendado, que él quedaba preso en Nápoles por su mucho gasto. Yo no quise más comer en su casa y me fui a un monasterio de San Francisco y allí me entretuve hasta que vino una fragata de las que vienen a tomar lengua. El griego tomó una casa alquilada y con camas, y allí los entretuvo. Y aun los tres que tengo dicho un día me quisieron poner mano, porque yo escusaba el gasto del griego, y yo los traté como ellos merecían, y los otros compañeros los acomodaban si no fuera por mí. Venida la fragata de la corte, luego uno de mis compañeros me vino a avisar. El patrón de la fragata dijo que no podía llevar más de dos esclavos, que no tenía más orden. Yo hice entrar mis compañeros en la fragata y dije al patrón se fuese en buen hora, que yo daría mejor cuenta de la fragata que no él, y de los recaudos. Él, que vio el pleito mal parado, tuvo por bien de llevarnos. Llegamos a Corfú dieciocho cristianos y nuestra espía; allí tuvimos nueva de una fragata que iba robando, de albaneses. Dimos misa en una iglesia de Nuestra Señora, y cargamos algunas cestas de piedras rollizas para si encontrábamos con la fragata. Llegamos al Fano (que es un isloto a medio canal) para engolfarnos la vuelta de Otranto, y llegados a una cala del Fano, queríamos enviar a descubrir, cuando el patrón de nuestra fragata volvió la cara y vio la fragata de ladrones, que estaba tres millas a la mar a hacer la descubierta. Nuestros cristianos, sin tener otras armas que piedras, querían ir a visitalla. El patrón de nuestra fragata lloraba. Yo le dije:
–Eh, patrón, ¿quieres ir a pelear con piedras?
Él dijo:
–¡Oh desventurados de nosotros, que si vienen, somos esclavos!
Yo dije:
–Cierto será ello así, pero haz tu camino la vuelta de Otranto, y ellos, como vean tanta gente, piensan que los venimos a buscar de Corfú.
Y como nosotros tomamos nuestro camino, ellos, que nos estaban esperando, tomaron por otro camino. Con viento suave en popa, remando nosotros un par de horas y los marineros otras tantas, iba nuestra fragata a remo y vela, que volaba. Llegamos a la vista de Otranto a las dos horas, y un marinero siempre al árbol, y hacía fusquina. De Otranto nos hacían muchas humadas, y el marinero decía que quemaban rastuchas, y era de junio. Llegamos a Otranto al poner del sol, y casi toda la ciudad estaba a mirar en la muralla, cuándo seríamos esclavos, porque siete galeotas estaban combatiendo la torre del cabo de Santa María, cuatro millas de allí. Y fue Dios servido, como estaban peleando, que ningún perro alzó los ojos a la mar, y así llegamos libres por la divina gracia de Dios.
Capítulo 32
Recebida la reprehensión del gobernador de la ciudad de Otranto y de los demás del gobierno della, dimos gracias inmortales a Nuestro Dios, porque el último día nos libró dos veces. Yo luego me fui informando por hallar algún amigo que me prestase algún dinero, porque del Zante yo no comía ropa del griego que nos traía. Hallé lugarteniente del Castillo de Otranto al capitán Martín de Gastela. Este caballero me dio de comer en su casa y me hizo mucha merced en prestarme seis ducados para el camino. De allí fuimos a Leche, y allí estaba por gobernador D. Gerónimo Bazán. Entre los dieciocho captivos había tres, como tengo dicho, que siempre usaban malos términos y luego entraron a negocear con el virrey de provincia algunas fanfarrias sin provecho, y aunque los demás me lo rogaron que yo entrase, no quise entrar. Esperé otro día, cuando D. Gerónimo Bazán salía a tomar la siesta, y me le presenté delante con la mejor retórica que pude; me oyeron algunos de su consejo que venían con él y se pusieron a torno. Yo dije quien era Pablo Marianoy la mucha merced que del recebían los vasallos de Su Majestad y la que a nosotros nos había hecho, y que suplicaba a Su Signoría Ilustrísima me hiciese merced de una patente con que yo pudiese llegar en Nápoles y no ser causa de más gasto al buen Pablo Mariano. Él me dijo que lo que allí le había dicho se lo diese por escripto y que él lo presentaría al Consejo de Leche y me haría la merced. Yo luego me fui en casa de un boticario y me dio tinta y papel, y con las mejores palabras que yo pude formar lo escribí. A la mañana, como el virrey se levantó, le di el escripto y él lo presentó al Consejo, y luego se me dio la patente con cinco bagajes y en doce tránsitos, y sacaron dineros de la Universidad para socorrernos, que yo no quise recebir, pareciéndome que bastaba llegar cada noche a posada franca, y que en lo demás cada uno se ayudase. Los tres hicieron otra bellaquería, que antes que yo sacase la patente, le hicieron al griego que alquilase ocho caballos para ir a Nápoles, y los alquilaron a nueve ducados y la costa, que salió a más de doce. Un amigo mío, que se llamaba Cristóbal Sánchez, me vino a avisar; yo le envié a decir que no alquilase caballos ni hiciese más costa, que ya yo tenía patente con cinco bagajes: uno para él y cuatro para nosotros. Los tres honrados vinieron allí donde se hacía la patente en la escribanía con dos mil ducados de pena, y movieron una cantera diciendo que por qué yo decía que Petridi era criado de Pablo Mariano; que Petridi no era criado de ninguno, sino mercader rico, que no lo menospreciase yo. El otro, cabecilla vana, con ellos. Yo me enojé y con palabras graves les hice reprehensión; ysi tuviéramos armas, o ellos me mataban o yo los acabara. Un doctor de leyes, que allí estaba, vista esta discordia, dijo:
–Pues aún no asamos y ya impringamos; ¿que haréis cuando iréis con la patente?–; y ase la patente y hácela dos pedazos.
Yo, lo mejor que pude, le informé la verdad. Él dijo que era necesario informar al virrey. Informóse el virrey y dióseme la patente con los proprios tránsitos y bagajes, pero sin pena. Y con todo esto, yo me goberné con ella de manera que sólo en un tránsito de los doce dejé de sacar dinero por los cinco bagajes y comida necesaria. Porque contra mi voluntad llevaron alquilados los ocho bagajes con tanta costa y pagado no se qué dinero adelantado, y más que el pobre griego se hizo prestar treinta ciquines de uno de los esclavos que traía comodidad y se obligó por acto de notaría, como llegase a Nápoles, pagalle, aunque vendiese su ropa. Y esto por las palabras que los tres le habían impuesto, diciendo que eran gente principal y que le pagarían más de lo que gastase. El uno dijo que era sobrino del Estirache que arrastraron, y era hermano de un pobre herrero, y perdió Pablo Mariano y otros que lo fiaron en Costantinopla sietecientos ciquines. El otro era portugués y no de buena casta. El otro se hacía caballero castellano y era hermano de quien tiró la jábega en la playa de Málaga, según dijeron los que los conocían. Llegamos en Nápoles con salud y no con poco trabajo, que si hubiese de escribir las ocasiones que en el camino me dieron, sería un proceso. Por cuatro españoles que veníamos de Costantinopla, yo con los seis ducados de limosna y los di todos al griege, los míos y de los otros, cinco por una que son veintiuno ducados, y lo que yo saqué de los cinco bagajes en los tránsitos, que luego se lo daba delante de testigos. Esto sólo hubo el griego necio, por no tomar mi consejo y por su vanagloria, y creo gastó al pie de mil ciquines, según él dijo. Pues no paró aquí, que el cristiano que le prestó en Leche los treinta ciquines sacó una provisión de vicaría para que le pagase o fuese en prisión, y si yo no me opusiera con el conde de Miranda, virrey de Nápoles, informando la verdad, el griego quedaba prieso en Vicaría hasta que le viniera dinero de Costantinopla. Porque lo que yo le saqué y di, y aun su ropa, no bastó para pagar los ocho caballos que él alquiló en Leche, que le salieron a más de doce ducados cada uno. Él se fue en Scicilia besándome los pies y manos, caído de su ignorancia, o por mejor decir, de su codicia. Tenía negocios en Scicilia con el conde de Alba de Lista, virrey de Scicilia, y con Jusepe Molica, secreto de Mesina; y así se partió con poco dinero y mal contento.
Capítulo 33
Quedé yo en Nápoles con poca salud y menos dinero, y fue Dios servido que el Señor Don García de Toledo (Dios se lo pague) me hizo merced en darme el sustento hasta que se fue con las galeras, que era tiniente dellas. Lo que después padecí, no lo puedo encarecer, porque cerca de dos meses no comía otra cosa sino un panecico y bien pequeño, y una taza de vino que me daban en Santiago, mañana y tarde. Miren qué sustento para un hombre de gran cuerpo y trabajado. Púseme a negocear. Era el duque de Sancta Gata escribano de ración. Yo pedía doce meses que había servido en Túnez en una compañía de siete del tercio de Nápoles que allí quedaron y dos meses más que quedaron francos cuando nos pagaron en Mesina antes de ir a Túnez. Fui remetido al duque de Sancta Gata a relación. La relación fue de aves de rapiña muy instruidas, y mala para mí: porque desde diecinueve de junio que entré en Nápoles hasta los últimos de agosto, no hice nada. Di otro memorial al virrey y le hallé y dije:
–Excelentísimo Señor, puesto que a mí se me deben veintitrés meses del tercio de Don Miguel de Moncada, yo no pido a Vuestra Excelencia sino catorce que se me deben de compañía deste reino. Y si bien lo he ganado con tantos trabajos y heridas, no lo quiero para vestirme ni comello, sino para cumplir con la honra de mi rey y nación, que los quiero remitir a este Griego que nos ha traído, porque no se cierre el favor en Costantinopla para amigos que allí me quedan.
Respondióme el virrey con amor. Acudí a las listas y hallé mi memorial con un decreto que decía:
Cuando venga por esta merced, entre dentro y acuérdenmelo.
Yo, como leí el decreto, di gracias a Dios. Díjome el que me dio el memorial:
–¿Qué entiende de ese decreto?
Dije yo:
– Que entraré al virrey y verá mi justa causa.
Él me dijo:
–No dice al virrey; entre en ese escritorio de Mayorga.
No me dejaron entrar al virrey. Tenga Dios a Mayorga en su gloria, que dejó muchos millares. Volví a su escritorio. Montoya, su secretario, como me vio con mi hábito de captivo, me dijo:
–¿Es vuestra merced Gerónimo de Pasamonte?
Yo dije:
–El proprio, a su servicio.
Él dijo:
–No sé dónde está su relación.
Y luego la halló y me dijo que no se me debía más de lo que decía la escribanía de ración. Salgo con mi relación y miro y hallo una horca que es un N que quiere decir “Nada”; y un escrito de Mayorga, de su mano, que decía haciéndome el asno de mí:
A este no se le debe más de lo que dice la escribanía de ración,
pero vaya a Mesquita y le dará un ayuda de costa.
Bien vi yo que era fisga, porque Mesquita me favorecía. Bajo la escalera abajo y encóntrome con Mesquita, que iba a la comida del virrey. Mostréle el decreto de Mayorga. Él se rió y me dijo:
–Yo no tengo tal orden.
Yo le rogué si me podía hacer entrar a Su Excelencia. Él me respondió que no podía ir contra Mayorga y se entró. Yo me bajé tan desconsolado que no lo podría encarecer, considerando si a un hombre como yo que viene de captiverio y ha derramado tanta sangre le quitan su sudor, ¡qué harán a los demás! Juzgué que había más embustes entre cristianos que entre turcos. Frontero de Palacio hay un monasterio de dominicos que se llama Sancto Spiritus; entréme en él y arrodilléme delante el Sanctísimo Sacramento. Fue tanta el angustia que me dio, que de la gradilla donde estaba arrodillado caí muerto en aquel suelo. En la iglesia había no sé qué mujeres y el sacristán que quería cerrar la iglesia; tomaron agua de la pila y echáronme en la cara. Yo torné en mí y me hallé mojado y no podía hablar, que me perguntaban si tenía peste. Recebí la habla con un sudor de muerte y respondí que no, sino que me había dismayado. No sé qué personas me llevaron al Hospital de Santiago; el doctor me mandóo sangrar y purgar. Yo dije que no me sangrasen que mi mal era flaqueza; él me dijo que era bachiller. Me sangraron, y en tapándome la vena, la casa iba al derredor. Allí me purgué y me goberné hasta cinco o seis días, y luego me levante con la ansia de negocear, y como me dio el aire, me desvanecí, que cierto la sangría me echó a perder. Fui a palacio y hallé un paje de Tarazona que se llamaba Don Francisco Sola. Diome una carta para otro paje que estaba en Mergullino con el virrey. Fui a Mergollino (recreación de media legua de Nápoles), que estuve dos horas. Di la carta al paje y creo no tuvo comodidad de gobernarme. Me puso con Mesquita. Luego que Mesquita me vio, me llevó a su escritura y me dio un billete cerrado y me envió a su escritorio a Nápoles y que pidiese de palabra doce ducados, que luego me los darían. Yo no sé lo que había escripto. Llegué a Nápoles más muerto que vivo, diéronme los doce ducados. Pagué seis al procurador del capitán Gatela, que me los prestó en Otranto cuando desbarqué de Turquía. Con lo que me quedó, me goberné dos o tres días. Y el día de la madre de Dios, a ocho de setiembre, me partí para Roma. Gracias al Señor.
Capítulo 34
Partí, como tengo dicho, día de Nuestra Señora de Setiembre, y antes que llegase a Aversa, que hay ocho millas, me tomó una agua tan fuerte que llegué a Aversa como si hubiera caído en la mar. Llegué a Roma, fui a la Compañía de Jesús a buscar al Padre Bartolome Pérez de Nueros, que me remitió ciento cincuenta scudos de oro en oro para mi rescate, que me valieron ellos y mi industria. Y fue mi suerte tal, que no le hallé en Roma y me dijeron que estaba Provincial en el Andalucía, en España. Un padre que se llamaba Francisco Rodríguez me envió en su lugar con mucho amor y me encaminó al Arco de Portugal, a casa de el doctor Cabañas, que era agente de Tarazona y tío de una mujer que tuvo mi hermano. Este señor, con otro canónigo camarada suya, me recibieron con mucho amor y me tuvieron en su casa algunos días. Yo vine a Roma con intento de irme a Nuestra Señora de Lorito a hacer una cuarentena, y luego me partí para Nuestra Señora de Lorito; y si hubiese de contar la necesidad del camino y trabajo y poca caridad, sería muy largo. Llegué a aquella sanctísima casa y hice mis cuarenta días ayunándolos todos cuarenta y confesando y comulgando jueves y domingo, por orden del padre Esteban, mi confesor, religioso de la Compañía del Jesús. Lo que yo padecí en estos cuarenta días me sea Dios testigo, por ser Lorito tierra muy cara y muy fría. Yo dormía encima de un arca, que un pobre remendón de zapatos, milanés, me hizo merced (rogándoselo yo y contando mis trabajos y devoción) de recogerme en su casa; y la arca la trujo de suerte a guardar un herrero que se iba huyendo no sé por qué. Yo llevaba cuarenta reales de respecto para mis cuarenta días y me concerté con un pobre tabernero por un real al día, aunque allí los hay muy ricos. Y comiencé mi devoción. Yo me levantaba de mi arca antes del día y iba a la puerta de la iglesia y esperaba que se abriese para oír la primera misa de la Madre de Dios. Entrado en la iglesia, hacía mi oración al Sanctísimo Sacramento y luego me entraba en aquel paraíso de la sacratísima casa de la Madre de Dios y Redemptor. Y estaba dos o tres horas para esto de rodillas oyendo misas y rezando, que no me levantaba sino a los evangelios. Es verdad que, dicha la primera misa, me arrimaba a la pared del lado izquierdo de la capilla y me apoyaba a un palo que era mi caballo, y pasaba. Y de verdad que nunca escupí en aquel sagrado lugar y que me tenían respecto algunos, que yo los gritaba porque gargajeaban allí dentro. Yo no fui a esta sancta casa por voto, sino por devoción y para pedir el perdón de mis pecados y la gracia de la vista de los ojos, con condición de ser fraile o clérigo, que no era otra cosa mi intención y no pude haber la vista. Y si Dios y su Madre me hicieran gracia de la vista, Dios sabe lo que hubiera sucedido, como adelante se verá, pero son verdaderos conocedores de los sucesos. Yo estaba hasta mediodía en la iglesia, y ido a comer, tornaba y estaba hasta la noche, que se cerraba la puerta. A los treinta y ocho días de mi devoción, me dieron fríos y calenturas. Gracias al Señor, cumplida mi cuarantena, pedí licencia a mi confesor para ir al crucifijo de Serol. Él me dijo que no fuese, que no podría pasar el río. Yo quise ser aragonés y fui hasta el río, con no poco trabajo, y no pude pasar, pero vio Dios mi devoción. Torné a Lorito ya tarde, y cuando el confesor me vio enlodado hasta las rodillas, quedó espantado y me dijo:
–¿No se lo dije yo?
Déle Dios salud, que en aquella sancta casa me daban cada día un pedazo de pan blanco, que fue el mejor sustento que allí tuve. Diome un billete de lo que allí estuve y algunos bayoques y su bendición. Y me partí para Roma con mis fríos y calenturas, y era cerca de Navidad y había media vara de nieve. Quiso Dios que a media jornada de Lorito me encontré con un pastor que iba hacia Roma; yo le dije si quería que fuese en su compañía. Dijo que de buena voluntad. Yo di gracias al Señor, que, por veer yo poco, me perdiera en la nieve si no fuera por él. Llegamos a Fuliñe, seis millas de San Francisco de Asise. Yo le rogué fuéramos allá. Él dijo que no podía. Yo me consolé por no dejar la compañía. Y él delante y yo tras sus pisadas, me trujo hasta una jornada de Roma, que se partió a sus ganados. Dios le dé salud por la buena compañía. Llegué a una hostería, y no tenía más caudal que para una minestra y un poco de pan y vino, y no había para cama. Díjome uno que estaba al fuego con otros si venía de Lorito. Yo dije de sí. Preguntó si había muchos lodos. Yo dije:
–Muchos, y muchas nieves.
Dijo:
–Pues yo quería ir a Asise y me volveré a Roma.
Me perguntó por qué no comía más. Yo respondí no tenía más dinero. El sé sentó junto a mí y me dio más sustento y me pagó la cama con él y a la mañana de almorzar; y nos partimos a Roma. Era día de los Inocentes, y un tiro de ballesta de Roma. Yo no podía más, a causa que el pie derecho por debajo la rodilla se me había cuasi secado y no le podía alzar, si bien los fríos y calenturas se me habían quitado. Dile las gracias de la buena obra que me había hecho, y que me perdonase, que no le podía seguir más. Él se volvió y me miró y me tuvo compasión, y me metió en una hostería y comimos muy bien, y se despidió de mí diciendo que era tarde y que había de ir a casa de su amo. Dios le dé su gracia. Yo entré poco a poco en Nuestra Señora del Populo y hallé una misa que se consumía, y no había más. Me encomendé a Dios y fui a la casa del doctor Cabañas, mi amigo, que me recibió con todo amor y caridad. Que Dios se lo pague.
Capítulo 35
Cuando yo llegué a llamar a la puerta del doctor Cabañas y su camarada, era después de comer y se entretenían con otros canónigos, y no me quisieron abrir hasta que dije que era Pasamonte. Y como yo no les había escripto de Nuestra Señora pensaban que era muerto; y como me oyeron nombrar, salieron corriendo a mí, y viéndome tan flaco y cojo y descolorido, con los ojos llenos de lágrimas me abrazaron y me hicieron dar de comer. Antes que fuese a Lorito, estuve cuarenta días en su casa; que Dios se lo pague en la otra vida, que ha muerto arcidiano de Calatayud; y a la venida estuve veinte. Y en estos veinte, aquellos señores canónigos hicieron convites en casa del doctor Cabañas sólo por engordarme. Y estuve siete o ocho días sin hacer cámara, que el doctor temía no cayese malato. Un viernes, teniendo yo por devoción no comer sino pan y agua, me perguntó el doctor si aquello era voto. Yo respondí que no, sino devoción, porque un voto que hice no lo cumplí y que no hacía mas votos. Él me dijo:
–¿Qué voto?
Yo le respondí lo que al principio tengo escrito del voto de Veruela. Él me replicó:
–¿Quién le absolvió?
Yo dije y porfié que Pío Quinto envió un jubileo plenissimi a Mesina el año del Armada, y que allí me absolvieron. Replicó:
–No puede ser–, como quien lo sabía.
Fuimos al librero y miramos el jubileo y di gracias a Dios. Diose memorial a Su Sanctidad y se me sacó el breve y absolución que agora tengo. Y la ignorancia no escusara de pecado, aunque, por creer yo que era absuelto, no se si incurriera en pena. Hubiera muerto, pero doy gracias a Dios por haberme traído a Roma y haber pasado así. Al doctor Cabañas, pasados veinte días le pareció yo estaba mejor, y por tener de mi hermano que yo fuese a la patria priesto, me partí de Roma en el corazón del invierno con cuarenta scudos de oro que su merced me prestó.
Capítulo 36
Tomé el camino de Génova, con harto desgusto por no haber podido tomar corona en Roma, que Su Sanctidad (si bien admitía los testigos de ser yo legitime), la confirmación no la quería admitir si no venía firmada del Ordinario de España; y así, me partí con no poco desconsuelo. Yo iba siempre a pie cuando podía, y en el camino me dieron unas cámaras a causa los humores estaban recogidos en el cuerpo que me traían acosado, y fui forzado en una tierra a tomar una cabalgadura por no poder más. Por el camino donde íbamos mataron un puerco, y a los graznidos del puerco mi rocinejo se alborotó a no querre pasar. Yo lo apreté a que pasase. Él se me pinó y comienzó a saltar, y por estar la cincha floja, se volvió la silla a la barriga y dio comigo en aquel suelo. Fue Dios servido me hallé desbaraztado de los estribos. Y el caballejo tiró cuatro coces y echó a correr con su silla rastrando. Pues no me acertó ninguna, doy gracias al Señor, que yo había acabado. Al arzón de la silla llevaba yo un saquillo y una caja de Agnus Dei bendecidos, y todos me los hizo pedazos los pocos que arrastró con la silla. Y luego se paró el rocín. El mozo que venía comigo corrió y asió de las riendas al cuartago, y se hacía cruces, quedando espantado como a las coces no me mató. Aderezamos la silla con mis Agnus Deyes rotos, y cabalgué lo mejor que pude y llegamos a la tierra. De allí me partí a pie y tomé mi camino; y si tuviese de contar lo que me sucedió en Siena y en otras partes, sería cuento largo. Yo llegué a Génova cansado, pero como llevaba dinero, dice el refrán: “los duelos con pan son buenos”. Génova es lugar frísimo, y Dios sabe lo que allí padecí de frío, porque venía con mi hábito de esclavo, y las reliquias del mal que me dio a Lorito me tentaban.
Capitán 37
Por no estar Juan Andrea en Génova, me fue necesario pagar el pasaje para España, y estuve más de un mes esperando en qué pasar. Una nave Aragona que se llamaba Cabesina se partió para España la vuelta del carnaval, que creímos hacello en España, en Barcelona. Y llevaba muchos pasajeros, pero ninguno menos de tres scudos en oro, que no los quería en plata, y yo puse el precio de los otros. En pocos días llegamos a vista de las montañas de Cataluña, muy contentos, y soplaron los vientos de aquellas montañas tan fuertes, que nos hicieron volver por fuerza la vuelta de Génova. Tomamos puerto en Villafranca de Nisa, cerca el Ginovesado, y hicimos allí las Carnestoliendas. Yo tenía la rodilla derecha muy hinchada; y en nuestra nave pasaban muchos clérigos y frailes, y había lindísimas voces. Desbarcamos en Villafranca domingo de Carnestolendas, y aquellos sacerdotes fueron a la iglesia y celebraron una misa, con tanta solemnidad y música, que dijeron los de Villafranca que tal cosa no habían oído en su vida. Yo estuve con mi rodilla hinchada lo más que pude de rodillas; cuando me quise levantar, no pude de gran dolor. Un soldado que me acompañaba a España, y yo le hacía buena obra, con otros amigos, me llevaron a una posada en brazos. En aquella posada había cuatro mujeres, madre y hijas. Contaron que a todas cuatro sus maridos habían muerto anegados en la mar. En aquella posada estuve nueve días hasta que se adobó el tiempo, y en aquestos nueve días aquellas francesas me hicieron ciertos emplastos que me reventó mi postema; que lo que de allí salió, creo me dio la vida después de Dios. Ellas me dieron de comer a mí y a mi compañero, y dos camas, y me curaron como he dicho. Y yo les daba cada día un escudo de oro, y me dieron mil bendiciones. Partió nuestra nave con próspero viento y desbarcamos en Blanes, diez leguas de Barcelona, y yo di mil besos a la tierra y me revolqué por ella que parecía loco, dando gracias a Dios por haber llegado a España. Y hice muchas cruces al mar, no creyendo tornar a entrar otra vez en él; pero una piensa el bayo y otra el que lo ensilla.
Capítulo 38
Desbarcados en Blanes, como tengo dicho, tomamos mi compañero y yo el camino de Barcelona, y de allí a Nuestra Señora de Monserrate, donde confesé y comulgué; y me partí de aquella sancta casa la vigilia de la Nunciada Sanctísima, que todo el mundo subía a ella. Por la prisa que tenía de llegar a mi tierra y ver a mi hermano y disponer de mi vida, tomamos el camino de Zaragoza, y a mi me tomó un dolor de muelas que se me partía la cabeza, mal que en toda mi vida le había tenido, y con haber estado diecicho años captivo nunca tal me dolió. ni me faltan de la boca sino tres dientes que me llevó en Biserta de un revés un turco cuando me alcé con la galeota, como atrás está escripto. Y yo, viendo este nuevo mal, decía muchas veces: «Bien venga el mal si viene solo». Y era tanto el dolor, que la tramontana, que en nuestra España llaman cierzo, nos daba de cara, y yo me moría de dolor y iba buscando ribazos donde repararme; y así llegamos a Lérida. Y se me había aplacado el dolor, y allí reposamos un día y una noche Y de allí partimos y llegamos en Zaragoza, en la cual tenía yo dos primos hermanos, el uno letrado que se llama Miser Godino, y el otro Antonio Pérez Godino, procurador fiscal de su Majestad. Y este, con ser casado y tener seis hijos, me recibió con mucho amor (que Dios se lo pague). Yo tenía gran voluntad de alojar en casa de Miser Godino, porque nos habíamos criado juntos de niños en casa un tío clérigo, y ansí fui allá con mi compañero. Él estaba en su estudio con ciertos señores, y así me dio la bienvenida y me dijo:
–¿Es vuestra merced hermano del señor Esteban de Pasamonte?
Yo respondí riendo:
–Señor, sí; ¿ya no me conoce?
Él dijo:
–Gracias a Dios, ya es muerto su hermano.
Yo respondí:
–Será el bastardo, porque de mi hermano Esteban yo he tenido cartas en Roma.
Él replicó:
–Su hermano Esteban de Pasamonte es ya muerto.
Fue tan grande el agonía que me tomó, que comencé a temblar, y me caía en tierra si aquellos señores y mi compañero no me tuvieran. Sentáronme en una silla, y allí estuve un poco y me quisiera quedar allí, pero no hubo lugar, y Antonio Pérez Godino envió su mula y me llevaron en su casa, y allí me regaló algunos días; que Nuestro Señor con su clemencia se lo pague. Pero gritemos a alta voz y digamos: «Bien seais venidos, males de la patria, que si habemos escripto muchos trabajos, otros mayores y de nueva impresión se han de escrebir, y Dios algo quiere deste miserable».
Capítulo 39
En casa de Antonio Pérez Godino estuve algunos días en la cama, muy malo, a causa de la alteración de la muerte de mi hermano; y de allí envié mi compañero en Maluenda con cartas a un tío clérigo, hermano de mi madre, y de allí fuese su camino. Y cierto que un escudo de oro que me había quedado, aquel le di por despedida, y, creyendo hallar mi hermano, fui largo en el gastar por el camino. Partíme de Zaaragoza y llegué a Maluenda y estuve en casa de mi tío la Cuaresma hasta el segundo día de Pascua. Hallé un niño, hijo de mi hermano, de dos años, y una hija bastarda, para mi mayor trabajo, y yo desheredado de la hacienda de mis padres como si fuera bastardo. Porque en el testamento hacía mi hermano heredero a su hijo, y si su hijo muriese, a Isabel de Salaberte, prima hermana de nuestro padre, y de mí ninguna memoria, como si yo fuera muerto, habiendo tenido mi hermano cartas mías de Roma. Hallé una hermana viva en un monasterio, dos leguas de Tarazona, que se llama Tulebras; y ésta me dijo que nuestro hermano, cuando se dio la batalla naval del señor D. Juan de Austria, mostró una carta como yo era muerto en ella, y que ansí ella y otra hermana mía que allí murió vincularon en él la parte de su hacienda. Dijéronme algunos letrados que si yo quería la hacienda me la harían dar. Yo respondí, con el grande amor que tenía al niño de mi hermano, que no permitiese Dios tal que yo quitase la hacienda al niño, antes, si Dios me llegaba a ser clérigo, le buscaría mucha más. Entre estos intervalos se pasó la Cuaresma hasta el segundo día de Pascua, que me partí para Madrid.
Capítulo 40
Tomé el camino de la corte con un vestido de paño de Zaragoza que me hicieron a costa de la hacienda del niño, y a pie, con un zaino a cuestas y no con poco trabajo, llegué a Madrid. Allí hallé un primo hermano mío que se llama Gerónimo Marqués, que era contino de Su Majestad, gran faraute de negocios, aunque no le tengo envidia, y agora es Veedor de la Infantería del Rey, de Aragón. Y este primo hermano por parte de mi madre me hizo tomar una posada junto a la suya, en la Plaza de la Cebada, en Madrid, y me la pagaba y me daba dos reales cada día para comer. Pero duró muy poco; y plugiera a Jesucristo no lo hubiera yo hallado ni conocido. En los pocos días que allí estuve, que no llegaron a diez o doce, se dio memorial a Su Majestad y salió remetido a Francisco Ydiaquez, a quien se dieron mis papeles, que eran todos los trabajos que atrás están escriptos, con las jornadas y una fe del Señor don García de Toledo, autenticado y probado todo. Contaré un caso que parece milagroso: un domingo a la tarde, estando en el Prado de S. Gerónimo recostado sobre unas yerbas junto a la Fuente del Caño Dorado que llaman (y de verdad que en aquella iglesia y monasterio aquel domingo me había confesado y comulgado); digo que estando acostado y cantando unos versos del Ariosto tan al propósito, que dicen en la lengua italiana (que yo los cantaba con una poca de gracia):
Stvdisi ogn’un giouare altrui, che rade
volte, il ben far senza il suo premio fia;
e s’è pur senza, almen non te ne accade
Morte, ne danno, ne ignominía ria.
Chi noce altrui, tardi o per tempo cade
il debito a scontar, che non s’oblia
dice il prouerbio, che à trouar si vanno
gli huomini speso e i monti fermi stanno.
Estos versos tanto al propósito estaba yo cantando, cuando un hombre que allí junto a mí estaba me dijo:
–¡Oh, cómo canta bien y sabe bien italiano.
Y el traidor bien me había conocido, y yo nunca le conociera si el callara. Éste, señores, era aquel barbero traidor que nos vendió en Alejandría de Aegipto cuando se hallaron las seis espadas y nueve limas en la caja del bendito fraile dominico en el fundago de venecianos; y el que me dejó hincada la lanceta hasta el mango en la postema que yo tenía debajo el sobaco y dijo iba por paños para curarme y se huyó porque le dejaban ir suelto por la traición hecha. Catorce años había que se había huido, y miren donde le trujo su pecado a mis manos. Como él me dijo que cantaba bien y sabía el italiano, yo le respondí:
–Caro me costa.
Él replicó:
–¿Por qué?
Yo dije:
–He estado muchos años captivo entre italianos.
Él dijo:
–¿De quién?
Yo dije:
–De Rechepe Bajá, el mayor can que había en toda Turquía.
Él dijo:
–En verdad que no era triste hombre.
Yo respondí:
–Sabed que llamamos triste hombre el que da poco pan y menos ropa y mucho palo; pero para las cosas que yo le he hecho (si bien fuera mi padre) me había de haber quemado vivo.
Él dijo:
–¿No me conoce?
Yo dije:
–No.
Replicó:
–¿No se acuerda cuando la nave de Axapo Hameto fue a través, que quedamos de su amo Rebaca Fanchón y yo?
A mí entonces que le conocí me dio tan grande alegría, que me pareció se me había helado la sangre de placer. Estuve un poco suspenso, y de verdad que si tuviera daga o estuviera donde lo pudiera hacer, que creo le hubiera muerto. Con una fingida alegría arremetí a él y le abracé; y decía en mi corazón: «Esto milagro es». Él me habló de ciertos cristianos cuales él, y yo le atajé la palabra y dije con risa:
–Señor, dejad estar eso. Veis aquí mis orejas y narices, y vale más quien Dios ayuda que quien mucho madruga. Y decime: ¿dó tenéis posada?
Él dijo:
–Aquí junto a San Felipe, y pago quince reales al mes, y si tuviese otro compañero estaríamos muy bien.
Yo me concerté con él de venir a su posada con intención que la primera noche me pagase la traición que a veinticinco cristianos y a mí había hecho. Venimos del Caño Dorado hasta su posada juntos, y yo me fui a mi posada y iba por aquellas calles que me parecía que no tocaba los pies en tierra. Llegué a la plaza de la Cebada y entro en la casa donde posaba Gerónimo Márquez, mi primo hermano, y él estaba con no sé qué papeles, y yo no le quise decir nada, más me paseaba de la una parte del aposento a la otra, riendo y rebufando de placer. Él, que me vido hacer aquellos estremos, me perguntó:
–¿Qué tenéis, Pasamonte?
Yo dije:
–¿Tiene que hacer?
Él dijo:
–No.
Díjele:
–¿Ha leído todas esas desgracias que me han sucedido en Turquía?
Dijo:
–Sí.
–Pues sepa que el barbero que me hizo la traición de las espadas y limas le tengo aquí.
Perguntóme él cómo, y yo le conté con estremo placer lo que me sucedió en el Prado de S. Gerónimo. Él se quedó espantado, y me perguntó que qué pensaba hacer. Yo le dije lo que tenía pensado en venganza de tan gran traición. Él me dio otros consejos, y por ser tarde me fui a mi posada. A la mañana antes del día me envió a llamar con un criado suyo. Yo me levanté y vine. Él me perguntó si tenía voluntad de ser clérigo; yo dije que no era otra cosa mi deseo. Él dijo:
–Pues con unos fruteros que están ahí, vuestra merced se vaya luego en Aragón y tome la corona y vuelva luego, que Su Majestad le dará doscientos ducados de pensión sobre un obispado, de mejor gana que no cuatro scudos de ventaja de su hacienda.
Y yo me lo creí como a mi primo hermano, y me partí, y así el traidor del barbero quedó libre de mis manos o de la justicia, porque era luterano.
Capítulo 41
Volví en Aragón con mucha prisa por tomar la corona, y fue Dios servido que estuviese malo en una cama sin poderme levantar muchos días. Yo posaba en casa un tío mío clérigo, hermano de mi madre, en Mahunda, una legua de Calatayud, al cual tío luego escribió Gerónimo Márquez que me entretuviesen y no me dejasen volver a la corte. Y también Pedro Pérez Godino (hermano de madre del dicho Gerónimo Márquez), me mostró una carta en que decía yo me estuviese quedo, que Gerónimo Márquez haría mis negocios. ¡Oh, Dios nos guarde de lo que no sabemos guardarnos! Gerónimo Márquez pagó cien reales al Nuncio del Papa por un breve de la irregularidad por haberme hallado en guerras, y por estos bienes exteriores que este mi primo Gerónimo Márquez me hizo, le rezo yo cinco Paternostres y cinco Avemarías; que los pobres no podemos pagar con otra moneda, y por cumplir el mandamiento de Dios que dice: “Orate pro persequentibus vos”. Era tanto el deseo que tenía de ser clérigo, que no podía reposar, por levantar la casa y hacienda de aquel niño, hijo de mi hermano. Y como estuve un poco bueno, me esforcé y tomé el camino de Tarazona con mi breve para tomar la corona, y siempre en el asno de San Francisco. Llegué a Tarazona, y por mi buena suerte hallé el obispo malo, y no hubo lugar; y hallé la nueva de la hermana que tenía en Tulebras, que era muerta. Volví la vuelta de Calatayud, y Dios sabe con qué fríos, y sin corona. Dormí un sábado a la noche en un lugar que se llama Alcalá, que es de un monasterio de bernardos que se llama Veruela. A la mañana, tomé el camino para Talamantes, una legua de allí, creyendo oír misa y comer. En pasando un barranco que allí hay cerca, fue tanta la nieve que cayó con una neblina, que yo perdí el camino y me hallé perdido. Y caminando todo el día topetando con aquellos robles por la mucha escuridad, monte arriba y abajo, a la tarde di en un barranco que se llama el Barranco de el Moro, y por el Barranco abajo vine a la noche a dar a una tierra que se llamaba Ambel, una legua mas atrás de donde había partido a la mañana. Y di gracias a Dios por hallarme en poblado, que si me tomaba la noche a la campaña, yo moría helado y anegado en nieve. Allí estuve dos días hasta que aclaró el tiempo.
Capítulo 42
Volví en Calatayud y de allí en Maluenda, y estaba en casa nuestro tío Mosén Godino, como antes. El tío, de allí a no sé qué días, me dijo que mirase lo que había de ser de mi vida, porque él no me podía dar de comer más. Yo lo sentí mucho, y mi primo hermano Pedro Pérez Godino me tenía en su casa. Daba el tío clérigo seis dineros al día y mi primo me sustentaba, gracias al Señor. En Maluenda había un caballero que se llamaba Miguel Pedro, el cual me quería tanto (o por la amistad que tuvo con mi hermano o por los muchos trabajos que vio en mis papeles que yo había pasado en Turquía), que este señor me hacía mucha merced, muchas veces dándome de comer en su casa, y cuando mi tío no daba los seis dineros, él me daba dineros para que yo cumpliese con mi tío Pedro Pérez. Y este trabajo tengo por cierto lo causaba el gran faraute Gerónimo Márquez, que es porque yo muriese de pena y quedarse con mis papeles para sus invenciones malditas. Era tanta la pena que yo tenía, que moría de rabia viendo que en todo mi linaje (si bien habían sido secretarios y tesoreros del Rey Católico) no había quien tan honrosos trabajos hubiese padecido en servicio de su Dios y Rey como yo. Este aborrecimiento me tenía tan desesperado, que si yo tuviera vista para poderme salvar, hubiera tomado cruel venganza de tanta ingratitud. Y séame Dios testigo que me dijo el Padre Villar (que agora es Provincial de la Corona de Aragón de la Compañía de Jesús) reconciliando con él:
–Veis aquí el milagro de Nuestra Señora de Lorito, que no os concedió la vista por esta causa–; y yo lo tuve por cierto.
Viendo esta mala cara que se me hacía, y estando en esperanzas que Gerónimo Márquez vendría presto con el duque de Alburquerque, que venía por virrey en Aragón, me salí de Maluenda y me fui al monasterio de bernardos que se llama el Monasterio de Piedra y es muy rico, y teníamos allí nuestro enterramiento. El abad deste monasterio me tuvo allí algunos días con mucho regalo a su mesa, hasta que, a no sé qué negocios, después me fui por aquellas aldeas a no sé qué amigos de mi padre, y me entretuve no sé qué meses. Viendo que no venía el virrey, bajé en Calatayud. En esta ciudad había una señora que se llama Isabel de Salaberte, rica y prima hermana de mi padre, y yo no la conocía. Dándomela a conocer, fui a ella y con algunas lágrimas le conté mi pena. Ella lloró y me recibió con mucho amor y me tuvo en su casa (que puedo decir no conocí otra madre que mejores obras me hiciese) hasta que vino el virrey (que pasó más de un año), haciéndome todo regalo.
Capítulo 43
Cuando Gerónimo Márquez me hizo venir en Aragón, que nunca viniera, me dio orden que yo hiciese información por el justicia de Calatayud como venía de la línea de los Pasamontes, y yo la hice y se la envié como él me ordenó, con gasto de algunos reales. Como si mis muchos trabajos padecidos y heridas en tanta honra hubieran menester servicios ni favor de mis antecesores; pero Dios nos guarde de lo que no sabemos. Vínose Gerónimo Márquez con el virrey en Aragón, y pasó a Zaragoza con él haciendo oficio de furriel, y habiendo pasado cerca de dos años sin haber hecho en mi negocio cosa alguna (¡miren qué primo hermano!). A mí me tomó tan gran desesperación, que me vi aborrido y pedí licencia a mi señora tía Isabel de Salaberte, que con algunas lágrimas me la dio; y cogí camino de Zaragoza, no con buen camino, pero aquella Madre de Dios del Pilar me debió de consolar. Vime con el señor Márquez y no del gasto, y enojóse mucho porque fui allá. Yo, un poco feroz, le dije si tenía duelos de las solas de mis zapatos, y que me diese mis papeles, que yo quería ir a la corte. Él me dijo que los tenía Francisco Ydíaquez, con la información de mi linaje. Yo puse pies en polvorosa a pura suela de zapato, y doy comigo en Madrid, y con bien poco dinero, gracias a mi Dios. Y si yo tuviera vista para servir en la corte y entretenerme, pudiera ser hiciera yo más a pie que no mi señor primo a caballo. Fui a Francisco Ydíaquez y hablé a Villela, su oficial, y me mostró el memorial y los papeles de Turquía, pero no tenía la información. Yo escribí a Gerónimo Márquez me la enviase y que no pasase comigo de esa manera, y que si pensaba que yo había de morir de disgustos, que yo era hombre de dallos a quien me los daba. Volví a Francisco Ydíaquez y me remitió a Villela. Villela me dijo dos o tres veces:
–Señor Pasamonte, don Manuel Zapata ha escrito a Francisco Ydíaquez quien vuestra merced es; mire si quiere una bandera, que esta tarde se le dará, y si no quiere bandera y quiere ser capitán, estése quedo, y a la primera electión será metido al número de los capitanes.
Puédaseme secar la mano con que escribo, si Villela no me dijo las palabras que tengo escriptas. Yo me escusé con mi poca vista y muchas heridas, por el deseo que tenía de ser clérigo, y quisiera un entretenimiento que lo pudiera gozar en Roma hasta ordenarme, y después renunciallo, ya que la pensión de mi primo no fue nada, que no se la dé Dios en su alma tal. A cabo de algunos días me respondió Gerónimo Márquez diciendo que el regente Lanz tenía mi información, que acudiese a él. Este regente era de Maluenda, muy conocido de mi primo. Yo acudí a él y le besé las manos y me le di a conocer; y me dijo sacase mis papeles de Francisco Ydíaquez con alguna escusa, y que él haría mi negocio como suyo; pero ansí tenía él la información como yo. Viéndome pobre y a pie, saqué los papeles y se los llevé, y le informé mi voluntad y mis muchos trabajos, y vio mis heridas. Y de verdad que el señor don García de Toledo me firmó cuatro fees, porque el Lanz siempre hallaba escusas: «¡Oh, señor; en esta fe falta esto y en esta estotro!»; tanto, que yo iba y firmaba una y rasgaba otra. Ruego a mi Dios le dé al señor don García de Toledo mucha salud por las muchas mercedes que me ha hecho y yo no se lo basto a servir. El regente Lanz, como tuvo mis cosas en sus manos, me dijo me fuese a la patria, que el tendría cuenta con mis cosas como suyas. Yo le besé las manos y me volví a Aragón con mi mucha pobreza, y haciendo sudar mis zapatos.
Capítulo 44
Vuelto en Aragón, me entretuve en casa de mi señora tía Isabel de Salaberte, y se dio orden entre los parientes se me diese un sustento hasta ver lo que había de ser de mí. Y estaba en casa de una viuda que se llamaba Menesa, con un sobrino de Pedro Ferrer de España, de Belmonte, capellán de Santorcaz. Dejó mi hermano (que esté en gloria) una hija bastarda, y Dios sabe el trabajo en que yo me vi por ella a causa de Gerónimo Márquez. Pero Dios lo remedió; no quiero escribillo. El señor Gerónimo Márquez iba y venía a la corte como faraute mayor de Aragón. Yo le escribí a él y al regente Lanz y a Carlos Muñoz, regente de Aragón, me hicieran merced, si había lugar, sacarme la pensión sobre el obispado que había dicho Gerónimo Márquez. El señor Márquez no quiso dar las cartas por lo que fue su gusto. Pasando algunos días, vino la cédula de Su Majestad con seis escudos de ventaja, con obligación de servir. Cuando yo vi esto, me vi tan aborrido, que no sabía qué hacerme, viéndome quitados los caminos de ser de la Iglesia. Consolábame Miguel Pedro, mi buen señor y amigo, y otros señores y padres spirituales, y por no tener la corona perdí una capellanía de las de mi casa; y si mi tío Mosén Godino me quisiera dar un préstamo, yo rompía la cédula de el Rey, pero no hubo orden. ¡Oh secretos de Dios! Don Pedro Zerbuna, obispo de Tarazona, vino en Calatayud y tomó casa en Nuestra Señora de la Peña, iglesia de canónigos. Los padres de la compañía de Jesús le hicieron tan buena relación de mi por su virtud, que el obispo me dio la corona y licencia para hacer la publicata de genere, moribus et vita. Lo hice con designio de, en llegando a Nápoles con algún favor, me hiciese el virrey merced se me pagase mi ventaja en Roma hasta que gozase algún beneficio simple y renunciaría la de el Rey y atendería a la Iglesia. Y hasta esto me cortaron los caminos de Epaña, como adelante diré. No tenía para partirme un real ni quien me lo diese. Don Alonso de la Cerda me dio diez ducados y mi amigo Miguel Pedro hizo como siempre, que Nuestro Señor se lo pague, y mi señora tía Isabel de Salaberte y sus hijos me socorrieron. Y para sacalle a mi tío Mosén Godino quince ducados, hube de haber malos medios, pero al fin me los dio y su bendición. Y entre todos estos señores saqué hasta cuarenta ducados o más. Y con un hermano mío bastardo tomé el camino de Barcelona, y me embarqué en las galeras de Su Sanctidad, que pasaban a Juan Francisco Dobrandino con mucha prisa, sobrino del Papa. Y Dios sabe lo que fue menester para embarcarme con mi borde, pero al fin me embarqué, que no me valieron las cruces que yo hice a la mar cuando entré en España. Gracias al Señor.
Capítulo 45
Mi amigo Miguel Pedro me dijo muchas veces que no estuviese tan aborrido, porque Gerónimo Márquez le había dicho que me enviaría a Nápoles cartas de regentes para el virrey, que no tuviese pena, y también me lo dijo a mí. Embarcado, como tengo dicho, Dios sabe el trabajo que tuve por traer mi hermano conmigo y mucho gasto. Y en Civitavieja no sé cómo no me hicieron pedazos los capitanes de las galeras del Papa, por favorecer a un español que un capitán de las galeras le había dado una puñalada, y a mí me lo habían vendido por hombre muy principal. Y yo eché una bravata que, aunque se fuesen al infierno, no estaban seguros, pues ellos trataban así a los españoles. Y Dios fue servido no se trabó la quistión, que, por bien que yo me ayudara, quedara sin vida. El que yo favorecía hizo sus amistades de secreto y tomó dineros, y supe después como era un grandísimo bellaco. Llegué en Nápoles muy pobre, y una barca que me trujo de Roma no tuve con qué pagalla. Fui a Castel Novo a hacerme prestar dineros de un amigo que allí tenía, y estaba en España. Y el señor Don García de Toledo me dio dineros para pagar la barca, que Dios se lo pague. Traté con Su Signoría mi intención y que me favoreciese con el virrey para que se me pagase en Roma mi ventaja hasta que yo gozase un beneficio simple, y que después renunciaría lo de Su Majestad. Él me dijo que no había lugar, porque no había ochodías que había llegado una carta de el Rey al conde de Miranda, repitiendo no mudase las cédulas conforme vienen de España, ni sacase ventajas de las galeras, y que no tenía remedio. Fui al marqués de Grothila (a quien yo había traído una carta de doña Francisca de Luna, hermana de su mujer, de mucha recomendación), y el marqués de Grothila me dijo lo mesmo de don García de Toledo, y ansí me vi perdido, habiendo dejado en la corte de ser capitán. ¡Oh que aborrimiento! Acudí al señor don García de Toledo por consejo, y me dijo era de parecer me fuese a Gaeta, pues estaba lleno de trabajos y poca vista, que no estaba para seguir bandera. El marqués de Grothila me dijo no fuese en Gaeta, sino que asentase mi plaza en Castil Novo, y que él me haría poner mi ventaja allí. Por mi buena suerte no hubo plaza en Castil Novo, y yo había vendido mi capa y no podía más, y mi buen hermano no quiso asentar plaza y se me volvió a España, creo espantado de que vio el día del Corpus el escuadrón delante palacio; y fue para mí no poco desgusto y gasto que había hecho. Esperaba las cartas de los regentes, aunque ya me habían dicho que los regentes no las pueden dar. Estando oyendo misa en Santiago, llegó un amigo mío con un alabardero que me dio un pliego de cartas. Yo muy contento di al alabardero dos o tres reales que tenía, creyendo que eran las cartas de los regentes. Abrílas; había una para mí, otra para don Álvaro de Mendoza y otra al padre Íñigo de Mendoza, para poner mi ventaja en el castillo, y esto no había lugar, porque tenía ya la orden para ir a Gaeta. En mi carta decía que acudiese a Mayorga, secretario del virrey, que me haría todo el favor que fuese necesario, y mi carta era de Gerónimo Márquez. Fui a Mayorga; no sé lo que le escribieron, que tanto que vivió no pude ver bien dél ni favor ni negocear nada, y más que dos meses corridos de la presentada de la cédula de Su Majestad también los perdí, que son doce escudos. Y así, desconsolado me fui a Gaeta con cartas de favor para el capitán Aguirra.
Capítulo 46
El capitán Aguirra de Gaeta me recibió muy bien, y vista mi cédula real y orden y las cartas de favor, me mandó que sirviese de día, y de noche me fuese a mi cama y casa, que es toda la merced que a cualquiera hombre honrado y trabajado se puede hacer. Dios se lo pague, que cierto me hizo tan buenas obras que yo no se lo puedo servir, hasta prestarme diez escudos de su bolsa. En esta ciudad estuve cerca tres años y mude siete casas, a causa de ser yo tan corto de vista que no me podía cocinar; y si hubiese de escribir lo que me sucedió en todas siete, no bastaría este libro. Pero escribiré la primera y la postrera para espantar a todo el mundo, que se vea el grandísimo daño que hay entre católicos, por no ponelles pena de escomunión, no puedan tener ni entender a los ángeles malos. Yo alojé lo primero en casa un buen hombre que se llamaba Rodrigo de Dios, y tenía una mujer morisca tunecina. Yo que me vi con grandes fastidios en los sentidos y ciertos embelesamientos, nuevas maneras de dolores sin saber lo que fuese; doy gracias al Señor que por el voto de religión quedé obligado a confesar y comulgar cada primer domingo de mes y Pascuas y Apóstoles y fiestas de Nuestro Señor y Nuestra Señora; y parece que Nuestro Señor, conforme a los daños, fue preveniendo los remedios y con otras obligaciones muy sanctas y a mi devoción. Esta morisca tunecina procuraba atraer mi natural a que yo me casase con una de dos doncellas pobres y vecinas suyas. Yo dije que ni quería ni podía casarme, que no tratase dello. Continuando los divinos sacramentos, vine a conocer el gran peligro de mi vida y con discreción buscaba mejor casa. Acuérdome que una vez a mediodía me levanté de dormir, y me puse a escuchar lo que la morisca hablaba con aquellas doncellas y la madre y otras vecinas. Y oí que decía una:
–¡Oh bienaventuradas nosotras, que es prohibido creer los sueños y cosas que nosotras hacemos de noche! ¡Y más bienaventuradas que somos cocineras y ponemos en las comidas lo que queremos, y hacemos lo que queremos su mal pesar de los hombres!
Dijo otra:
–¿Y el confesor?
Respondió la morisca:
–Al confesor no le has de decir todas las cosas, sino lo que él te pregunta.
Yo, vista esta maldad, me hice sentir y abajé a la conversación. La morisca era una vieja muy burlera, y yo, burlando con ella, le dije:
–Gerónima, ¿cuánto ha que no te has confesado?
Ella me dijo:
–¿Y tú?
Yo respondí:
–Poco ha que me confesé.
Y replicó:
–¿Quién te confiesa?
Yo dije, por sacalla al plática:
–Yo confieso lo que me acuerdo y lo que el confesor me pergunta.
Ella saltó y dijo a las otras:
–¿No te dije yo que no has de confesar sino lo que el confesor te pergunta?
Yo entonces me enojé y les dije las seis reglas que fray Luis de Granada pone, y que, callando un pecado por temor o malicia, la confesión no es válida. La morisca traidora se enojó mucho, porque yo la reprehendí. Yo, a la sorda, me salí de su casa y me fui a casa de un hombre muy honrado que se llamaba Castañeda; pero las mujeres en aquella tierra todas son a una, y por no quererme yo casar ni estar en pecado(ni tampoco soy sancto), me procuraron la muerte. Yo truje unos güevos a mi patrona rotos por frescos, que la que me los dio dijo que la gallina les había puesto el pie. Mi patrona me los cocinó. De aquello y de otras ayudas de costa yo vine a estar a la muerte. Y yo, pobre de mí, me acusaba al confesor que de mucho rezar y levantarme muy de mañana a ello, me había dado la muerte, y habíanme muerto. ¿Qué había de decir el pobre confesor? El médico de la compañía, que se llamaba Lupo Noro, me dio ciertas píldoras violentas que me hizo hacer más de treinta cursos, y me hacía tener todas maneras de vinos fuertes y que comiese y bebiese cuanto pudiese, aunque comiese poco. Y un amigo mío que se llamaba Aparicio de Almagro estaba comigo lo más del día. Veinte y siete días estuve sin poder dormir más de dos horas y medía a la noche. Un día, este amigo mío me dijo si yo me quería casar, que luego estaría bueno. Yo continuaba los divinos sacramentos, y me habían hecho alguna maldad, y por otra parte no creía ni tenía sospecha de Castañeda; y respondí a mi amigo que dijese que no me quería casar ni por miedo de brujos ni brujas. Tornóme a decir si quería dar diez ducados y que una mujer me sanaría; yo lo envié con el diablo. Yo iba estando bueno, y una noche, cuando me desperté, que ya estaba dormido algo más, oí una voz como de un pregonero que decía en latín:
–Ora contra eas.
Y lo repitió más veces; y yo, sentado en la cama, oí esta voz y entendí estas palabras, y me quedé espantado, y creí fuese tentación. Y estando en esto, torné a oír otra vez las mesmas palabras repetidas con voz como de un gran pregonero, y como estuve bueno, compuse oraciones contra toda maldad. Ya que estaba casi bueno, me vino a visitar la morisca y la madre de aquellas mozas con quien me querían casar, y me trujeron dos pares de güevos frescos y un rollico de pan, y me hicieron reír y se fueron. Y mi compañero Almagro se fue luego y tornó corriendo a pedirme los güevos y el pan, y ya yo me lo había comido todo. Él había sabido la traición, y por no alterarme no dijo nada. Yo torné a la muerte y perdí todo mi juicio; y lo peor, que me dejaban solo en casa sin esperanza de vida. Acuérdome que un día, estando solo, me vino un pensamiento de la bondad de Dios, y después, de mi pecado, y arrametí y así un cuchillo que estaba sobre la mesa pera matarme. Y creo fue el ángel de la guardia que me lo quitó de las manos y se me sosegó el corazón, y fui estando bueno. Y después se supo toda la maldad y echaron de Gaeta una pobre mujer, porque creyeron que culpaba. Los güevos fueron entosigados y el pan con sesos de gatos y mil bellaquerías.
Capítulo 47
Ven aquí, señores, los grandísimos daños que suceden por no estar privados los católicos a pena de excomunión, no tener ni creer a los malos ángeles, que ellos son causa de estos males y de otros mayores, que con su falsísimo saber y malicia desacreditando a muchos buenos y acreditando sus maldades. La que tengo escripta fue la primera desgracia en mi mal que en esta ciudad pasé, y como tengo dicho, sería muy largo a escribillo todo, pero traeré lo más cierto. Y me protesto y digo que reniego del demonio y de todas sus obras y aun quería decir de quien en él cree. Había mudado la cuarta casa y vivía con dos camaradas en un monte de pocas casas, y fueme necesario alargarme de las camaradas y de quien nos servía, porque conocí que andaban en naturales y secretos y iba poco a poco descubriendo maldades. Era mucha la malicia y mala voluntad que me tenían porque no me podían atraer a sus malos gustos. Estando en otra casa con un paisano mío, me sucedió (y fue la primera vez que me alumbré desta maldad) y fue que una noche venía sobre mí una mala cosa. Y miraba yo durmiendo en visión una mujer que venía con aquella mala cosa, y conocía yo la mujer, como si estuviera despierto, y no sé quien me batía al lado y me hacía decir: «Conjuro te per individuam trinitatem ut vadas ad profundum inferni». Y yo lo decía con la propria prisa que me era advirtido, y diciendo estas palabras, desapareció la mujer y la fantasma. Yo me desperté todo espantado y decía las palabras aun despierto; imaginé en mí y dije: «¡Válame Dios!, ésta es fulana, y a puertas cerradas, ¿cómo ha entrado?». Imaginé muchas cosas y di en la cuenta, pero como en el primer mandamiento dice: “No creer en sueños ni otras cosas”, me hice el señal de la cruz y dije el Evangelio de San Juan, que ya lo había decorado, y vestíme y fuime a la iglesia y al sermón que era de Cuaresma. Cuando venía del sermón, se me hizo encontradiza aquella mala mujer que había venido la noche, y yo no me acordaba ya. Y me dijo:
–Oh, traidor, ¿y cómo sabes tanto?
Yo simplemente le dije:
–¿Qué dices, fulana?
Ella replicó:
–¡Oh, traidor!, que esta noche escapaste de muerte.
Entonces me acordé y le dije:
–¡Oh, bellaca descomulgada!
Y ella echó a huir y se metió en su casa, y yo entré en la mía, haciéndome la cruz; y di en la cuenta, qué cosas eran brujas y como cierto fue el ángel de la guardia el que me amonestó y defendió, gracias al Señor. En esta casa, un soldado estremeño (que pocos días había que había venido a este presidio, casado con una coja y que tal) me venía a visitar muchas veces y nos íbamos paseando a la Trinidad, y yo, por velle de honrado pecho, entre algunos días le fui contando mis desgracias y trabajos. Bajéme de aquella casa y torné a entrar en la ciudad por huir de aquella mala mujer. El estremeño siempre me visitaba hasta cerca un año, y tanto hizo que me sonsacó me fuese en su casa. Dábale real y medio por la comida y medio por el servicio, que eran dos reales. Mudámonos de una casa mal cómoda a otra mejor; ellos estaban en lo alto y yo en lo bajo, y esta fue la postrera casa, que nunca allá fuera. Este buen hombre mostraba estar muy contento comigo y yo también con ellos, y Dios se lo perdone a quien los conocía del reino y no me avisó de la verdad cuando yo se lo pedí. A cabo de pocos días, yo descubrí que había caído de la sartén en las brasas y que estaba en mayor peligro que jamás. A cuantos meses que estuve con su casa, vine a Nápoles si podía negociar poner mi ventaja en un castillo por salir de aquel peligro y tierra, y no lo pude alcanzar, por ser aun vivo Mayorga, que este fue el favor que tuve de España, gracias a mi Dios. Tornéme en casa de mi estremeño, donde tenía mi ropa, y su mujer arrodillada delante un Cristo me juró que su marido había jurado, si yo me iba de su casa, de dalle de puñaladas a ella, porque perdía su comodidad. Yo le dije:
–Señora, yo no tengo tal voluntad, pero no andemos en naturales, porque yo no me quiero casar; y esas señoras viudas que os han hablado, decildes que yo no soy bueno para ser casado en Gaeta.
No sé si le dieron algún dinero porque me matase, que yo iba menoscabando mi salud y conocía por lo pasado mi mal. Dos veces hice muestra de quererme salir, y siempre me hizo juramento que si yo me salía, que su marido la mataría, como fue. Veis aquí el pobre Pasamonte que no sabía qué hacerse ni cómo remediallo. Yo decía: «Si me salgo, él la mata, y si se escapa, a mí me prenderán y me pondrán en quistión de tormento por adúltero». Rogaba yo a Dios en mis sacramentos me diese unas calenturas para irme al hospital y era lo peor que me iba helando. Ella tomó un gatico de leche y lo comenzó a criar y lo ponía en la mesa con sus cascabelicos de plata. Yo, que soy amoroso, gustaba dello. Un día murió el gatillo, por desgracia o aposta. Yo le dije al marido:
–Señor Jiménez, por amor de Dios, eche ese gatillo a la mar, pues sabe lo que hacen con esos animales.
Él se rió y dijo:
–No tenga miedo, que sí haré.
¡Dios nos guarde de traidores! De allí a no se qué días hicieron lo proprio con otro gatillo; y era en cuaresma, yo no sabía qué hacerme. Un confesor me dijo mudase barrio, y otros amigos; yo les decía lo que pasaba y quedaban espantados. Yo me determiné de morir, si Dios no lo remediaba. Con los gatillos hacen la mayor maldad que se puede escribir, y con güevos frescos dan venenos sin rompellos, y otras mil artes del demonio. ¡Jesús, Jesús, Jesús! En conclusión, el martes sancto me dijo la mala hembra (estando los dos a la mesa y su marido era de guardia):
–No te curarás, don traidor, pues que te has querido ir de mi casa; y yo te juro que antes del Viernes Sancto has de morir de muerte subitánea y sin poder frecuentar sacramentos.
Yo le respondí muy enojado y con ánimo:
–¡Oh, traidora herética!, el Domingo de Ramos me he confesado y comulgado, y estoy aparejado para morir, porque no se me acumule tu muerte; pero tengo fe en Jesucristo que me ha de remediar, y tú morirás a puñaladas.
Y me alcé de la silla y me bajé a mi cámara. Ella, la malaventurada, con los demonios y venenos tenía ya el término, pero Dios tenía otro término. El Jueves Sancto, muy de mañana, me reconcilié y recebí el Sanctísimo Sacramento, y después de comer me iba muriendo por la calle y haciéndome cruces en el corazón, y tomé el camino de la Nuntiada Sanctísima para ir a los oficios. Y en el camino hice fuerza para escupir y eché un gusano como un caracol. Ven aquí otra manera de muerte subitánea. Como eché este gusano, sentí un poco de descanso; llegué a la Nuntiada y oí los oficios y en un oficio de Nuestra Señora (que me fue prestado allí, que el mío le había olvidado) dije la oración in afflictione y el psalmo in tribulatione, y se me pasaron aquellas ansias. El domingo de Resurrectión confesé y comulgué, y el parrochiano me dijo tomase el sacramento con ella. Yo di una voz y dije:
–¡Con esa herética había yo de hacer tal; y no quise!
Un día de la semana de Albis, a la noche, yo estaba en mi cama rezando, creyendo me había de morir entonces, y bajó aquella buena mujer con su marido y el marido traía una candela en un candelero encendida. Ella entró delante, y el marido se paró a mi cabecera. Ella me perguntó cómo estaba, yo le dije que mejor, y en este instante comenzaron a dar vueltas alrededor della tantos demonios unos tras otros, en hábitos de frailecicos de San Francisco, como muchachos de ocho o doce años y de quince el mayor, y tantos que se hinchió la cámara. Yo, espantado, le dije:
–¡Oh, qué bien acompañada viene, señora Catalina!
Y ella me respondió:
–Bien, por cierto, pues vengo con mi marido.
Y estando mirando el maldito spectáculo, vi otros frailes de diferentes religiones dalle vueltas el derredor, y estos no eran muchachos sino como hombres grandes, y de la religión de Sancto Domingo no vi ninguno. Y entonces volví la cara a mano izquierda a la pared, llorando mis ojos; y tornando a mirar la mala mujer, vide un demonio en hábito de clérigo y sin cuello, que daba grandes saltos al derredor della con mucha alegría. Juzgue Dios y Vuestras Reverencias el caso, que yo no me atrevo a decir nada ni quiero, sino que digo que no fue sueño, sino que lo vide con estos ojos corporales. El marido no se si vía nada. Dijéronme si quería algo. Yo dije que no, y ansí en aquel instante una multitud de demonios de aquellos se hundió hacia la mano izquierda y los otros, que estaban unos encima de otros (que no cabían en la cámara), se hundieron al rincón de la mano derecha. La mujer y el marido se fueron, y yo en mi cama me harté de llorar, encomendándome a Dios. Evié el otro día a llamar el médico que me había dado la otra vez las píldoras, y le dije como estaba peor que la otra vez. Él me ordenó las píldoras, que eran tres y había de tomar una cada noche. Tomé la una y hice muchos cursos, pero me vi perdido de los sentidos. Otro día envié a llamar al cabo de escuadra que era de guardia, y le dije:
–Señor, decid al capitán Aguirra que su merced me haga recebir al hospital de la Nunciada, porque muero helados mis sentidos si no me socorre.
El cabo de escuadra fue, y el capitán mandó me recibiesen, y vino por mí. Yo me levanté lo mejor que pude, y cuando me quería salir, me dijo la buena mujer:
–Señor Pasamonte, tome, bébase estos güevos frescos.
Yo le respondí:
–¡Para ti, traidora, y para tu marido!– Y me fui.
Llegado a la Nunciada, un fraile de la religión de Sancto Domingo que allí tienen y le llaman el Teólogo, me vino a confesar, y yo le dije mi mal y se quedó espantado. En ochodías tomé tres purgas y otras tres veces los divinos sacramentos. Del viernes a sábado de Albis, que fui al hospital, al otro sábado, ya yo estaba muy mejor. Los más días me venía a visitar el buen estremeño. Yo le dije este sábado último:
–Señor Jiménez, ya yo estoy bueno, gracias a Dios; los médicos dicen que no vuelva más en aquel barrio, porque es muy húmido. Vuestra merced tiene la casa pagada por nueve meses, y traígame la cama al torreón de Sancta María en casa de Carmona, que ya está concertado con el álferez.
Él dijo que de muy buena gana, y se fue. Dijo la criadilla que tenían que, como llegó, dijo a la mujer:
–Catalina, Pasamonte no viene más en casa, porque esto y esto me ha dicho.
Ella, por la mañana, que era domingo, se fue a confesar; y estando en el lastrago después de comer al sol con otros vecinos, dijo él a la mujer:
–Vámonos abajo.
Y como la tuvo abajo, dijo a la muchacha:
–Ve escoba abajo.
Y él metió mano a un pasador que siempre lo traía consigo, y principió a dar por los pechos de su mujer y le dio siete o ocho heridas y la dejó por muerta y tomó la escalera. Ella que le vio tomar la escalera, se alzó corriendo y cerró la puerta. Él, que vio que no era muerta, torna como un rayo y da una coz a la puerta y mete mano a una muy buena espada que traía del perrillo, y pásala por las tripas. Y de esta herida murió, que si se estaba queda, no moría de las puñaladas. Y dicen que de la calle tornó arriba a quitalle unas arracadas de las orejas que valían veinte ducados. A los gritos acudió un alférez reformado a llamar gente de la guardia, que en casa nadie osó entrar. Y cuando vino la gente, ya él se había puesto en salvo por la otra puerta de la ciudad por aquellos bosques adentro, y se libró. Ven aquí el fin que tuvo la gran maestra de invenciones infernales, y vivió veinticuatro horas. Ruego a Dios que aquel sacramento que recibió la haya salvado. Luego supe la nueva al hospital, y el médico se llegó a mí y me dijo:
–Señor Pasamonte, por la herida de las tripas de aquella mujer le han salido un pañizuelo de gusanos gordos y rojos.
Yo le respondí:
–Señor, que no son sino dragones de la muerte que ella quería darme a mí.
El médico se quedó espantado; y Dios la perdone.
Capítulo 48
Por haber sido largo en el capítulo pasado, no he contado otro caso espantable, pero lo quiero contar en éste. Y fue que una noche, después de cena, la buena mujer (Dios la perdone) bajo abajo a lavar con la muchacha, y el buen estremeño y yo nos quedamos solos a la mesa hablando, y él siempre me sosacaba, sacándome al camino contra su mujer por si yo entendía algo de sus maldades; y séame Dios testigo que nunca le descubrí nada, pero bien la conocía él. Estando, como digo, a la mesa, en la cocinilla comenzó a sonar un ruido tan terrible que parecía que caían piedras de molino de lo alto y que hundían la cocina a bara. Y era que tenía la traidora unos clavos hincados en el fuego (encanto del demonio y nueva manera de matar), y ya yo le había sentido batillos otras veces. Como sentimos tal ruido, yo me alcé para pasar corriendo si los podía haber a las manos, y el estremeño con la candela en la mano se me atravesó delante de la puerta y dijo:
–Aquí no hay nada.
Y dije yo:
–Y ese ruido tan terrible, ¿qué fue?
Respondió él:
–Algún diablo había sido por espantarnos.
Yo, desimulado, me tomé a asentar y él también. Y luego tornó el ruido tan fuerte como primero. Yo quise tomar la candela y ir delante, y él me ganó por la mano y entró primero y dijo:
–Veis aquí que no hay nada.
Y no me dejaba entrar a mí a la cocinilla, y si trujéramos dagas, que no se podían traer, yo creo le ganara por mano. Yo, enojado, le dije:
–Mirad qué hay en aquel fuego.
Y él, también enojado, pisó con el pie en la ceniza y dijo:
–¿Qué ha de haber?, que no hay nada.
Y así nos tornamos a asentar, y él se puso a leer en un libro de corónicas. Subió la señora de abajo con la muchacha y dijo qué ruido era el que había sonado. Dijo su marido:
–No lo sé.
Llegóse la muchacha a mí y me dijo qué tenía, que estaba tan flaco y malo. Yo le respondí:
–Dios lo sabe lo que tengo, pero bienaventurada tú si no hubieras nacido.
Y esto dije yo, porque su ama le había mostrado sus malas artes. Respondió el ama:
–¿Por qué?
Yo dije:
–Por lo que Dios sabe.
Respondió el marido:
–Que tú le debes haber enseñado a que se condene.
Ella replicó:
–Ay, amarga de mí, algún diablo debe haber en esta casa.
El marido alza el libro a dos manos y dale con él en la cabeza. Ella se entró en la cocinilla, y yo aquieté el marido lo mejor que pude, y me bajé a dormir. Mirad si hay maldades como estas; y todo procede de no quitalles las armas a los frenéticos con que se matan, digo la prohibición de los malos espíritus. Estando en el hospital, vino un hombre honrado a mí y me dijo:
–Señor Pasamonte, vuestra merced a mí me ha hecho placer; véngase en mí casa, que mi mujer y yo le serviremos y tendrá harto mejor cama y servicio por los quince reales.
Yo me fui en casa deste hombre de bien, y cierto tenía mejor servicio. Pero tenía una dificultad, que un español honrado que tenía allí tres hijas y andaban a tú por tú cuál se casaría comigo, y yo estaba aborrido que no sabía qué hacerme. Fuimos pagados; y la patrona de la casa se llamaba la Osorio, mujer muy libre y conocida; dándole yo el pagamento a razón de quince reales, y díjome:
–¿Y no quiere pagar más?
Yo le respondí:
–Señora, sólo yo en Gaeta doy quince reales y no puedo dar más.
Ella, como mujer libre, me dijo:
–Pues otro poco a otro cabo–, que creo fue ángel para mí.
Yo me enojé y fui al capitán a suplicalle me diese licencia para irme al reino; y no queriéndomela dar, tantos medios tuve que me hizo la merced, y ansí salí libre de más que de demonios. Gracias al Señor.
Capítulo 49
Cuando me pongo a pensar las maneras de tales persecuciones, no sé qué imaginarme, sino que Nuestro Señor haya sido servido de darme conocimiento y que viese la perdición que hay entre católicos, cosa que si yo no la experimentara a costa de mi vida, no la creyera si todo el mundo me la dijera. Pero reniego de el demonio y de todas sus obras, y aun digo de quien en ellos cree. Háseme olvidado de escribir que un boticario que se llama Jacobo Fatigato, cuando me quise partir de Gaeta, sabiendo mis males, me dio un cierto remedio que lo tomase y me pusiese boca abajo en la cama y haciéndolo henchí una teriza de babas como de caballo, que se espantaron los que lo vieron, y habiendo tomado tantas purgas antes. ¡Miren cuáles paran los hombres con sus artes infernales! Y durarme esta persecución tantos meses sin haber muerto antes que tomase ningún remedio humano. Vine en Nápoles, y en Castel Novo, en casa de Francisco de Alarcán, sargento de dicho castillo, fui recebido y me hizo obras más que de hermano; que Dios se lo pague. Don Alonso de Mendoza, que Dios tenga en su gloria, no era de parecer que yo fuera en compañías del reino por estar tan impedido de vista y trabajos, pero tanto que Mayorga vivió no fue posible negocear nada. ¡Oh misterios de Dios! Asenté en una compañía y fui a buscalla a mi costa a Pulla. O que fuese voluntad de Dios que yo viniese a escribir esto, o que más yo experimentase estas maldades, que cierto cuanto más yo huia de la peste, daba más en lo empestado. No quiero decir quién es este capitán, sino que es persona que podía competir con Simón Mago. Estuve en su compañía cuasi dos años y fue mi suerte tal, que tanto que yo estuve en ella, cruzó el reino tres veces, que no sé cómo no morí por los caminos. Fue el odio tan mortal que este capitán me tuvo, que no lo puedo encarecer: lo uno, porque yo no rescataba cartela ni consentía que ninguno que hubiese comigo la rescatase, que vine a tal término que nadie quería venir comigo, y compadecerme de las insolencias que padecían pueblos cristianos, que yo, con haberme criado entre turcos, no había visto tales daños; y lo otro, porque estando ciertos soldados presos, fui rogado fuese a hablar al capitán y que le dijese que no se creyese de soplones y que les socorriese, que no habían de morir de hambre. Yo fui a hablalle con acuerdo de una sentencia a propósito, sin pensar en otra cosa, y habiéndole besado las manos y tratado sobre los presos muchas cosas, le dije:
–Señor capitán, por dos cosas suceden muchos daños en una compañía: por haber soldados emputados y que las putas no sean comunes de quien les paga, y la otra segunda por creerse de soplones. Vuestra merced se haga un anillo con unas letras del apóstol que dice: «Nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si a Deo sunt». Cierto que mi intento no fue otro, sino que no creyese a soplones, y como él oyó esto, se tornaba de mil colores y no acertaba a hablar, como quien dice: «Este me ha acertado mis mañas». En esto entró un doctor a hablalle, y no se podía tener en pie, que se sentó a un escalón de la ventana. El doctor le perguntó qué tenía, que estaba demudado. Él respondió:
–No, nada.
Yo, admirado, le dije:
–Señor capitán, mi intento no ha sido otro sino que vuestra merced no se crea de ligero, y beso a vuestra merced las manos–; y me salí.
Fui a ciertos caballeros amigos y gramáticos, y les dije lo que me había acontecido. Ellos me dijeron:
–¡Oh cuerpo de tal, que le habéis tocado en lo vivo.
Ven aquí por lo que me quería tan mal, y era gran maestro de hacer procesos falsos y revocar los verdaderos que contra él fueron hechos, que cierto pone espanto. Marchando por el reino, me puso en cabo de lista y que se me diese mi cartela sólo y una cabalgadura con otro compañero, y ordenó me fuese muerto el mulo y otra traición mayor, para hacerme ir en una galera (pero Dios es muy justo) o hacerme pagar sesenta ducados del mulo; y todo fue en un día. De una tierra muy alta de Calabria, estando yo a lo bajo con mi mulo del freno, que queríamos partir, me sentí llamar de lo alto. El que venía comigo, que era un cabo de escuadra, tomó el mulo y dijo:
–Vaya, que le llama el capitán.
Yo, espantado, subí arriba, pensando mil cosas; cuando llegué, vino por medio de la gente (porque estaba allí la bandera), y con un comedimiento me dijo si yo conocería un turco si es cortado. Yo dije:
–Pues habiendo estado dieciocho años entre ellos captivo, ¿no quiere que lo sepa?
Dijo:
–Pues bien, quédese aquí y mire, que importa. Y ahí el señor tal le dará un caballo para mí, y en la bufalara del príncipe de Bisigniano hará alto la compañía; venga presto.
¡Oh, Dios nos guarde de traidores! Fuese la compañía; un hombre (que envió comigo el caballero que me había de dar el caballo) me llevó la vuelta del castillo a reconocer el turco, y por el camino me dijo:
–Señor, vuestra merced haga buena relación a este pobre hombre y haberá cincuenta escudos de beveraje, porque es un pobre hombre y le acumulan que es espía.
Yo, gracias al Señor, que nunca pequé en tal pecado, le respondí:
–¿Qué buena relación?; y si por este hombre se perdiese esta tierra, buena sería la relación.
Llegamos al castillo y sacaron al preso. Él formó escusas que en Trapana había estado malo. Yo lo examiné y miré, y lo halle falso en todo, y cierto era renegado. Yo llamé y dije:
–¿Qué es del notario?
Díjome el hombre:
–No es menester sino informar al señor.
Bajamos abajo, el señor perguntó no sé qué al hombre que había venido comigo, y el hombre dijo:
–No, señor.
Yo luego sospeché que era el beveraje, y dije al señor:
–Este hombre que he reconocido, cierto es cortado y creo es espía del Cigala, porque en todo lo que lo he examinado, es falso. Vuestra merced esté advirtido. Dijo que me daban cincuenta escudos por buena relación. Yo soy hombre honrado y nunca seré traidor.
El señor se reyó y me quiso dar de almorzar; yo no quise. Diome un hermoso caballo con un criado, y llegué a la bufalara. Díjome el capitán:
–¿Cómo ha tardado tanto?
Yo respondí:
–No he podido más.
Pasamos un río, y pasado, me dijo el cabo de escuadra:
–Suba, señor Pasamonte, y llévese este palo, que cuando yo torne a cabalgar, se sostentara con él, que hay una gran cuesta.
Yo simplemente tomé el palo y era con el que él había dado al mulo. Cuando llegamos a la cuesta, tornó a cabalgar el cabo de escuadra y yo me fui con mi palo en la mano y era para que los soldados y el mulatero dijesen que me habían visto con el palo en la mano. Yo en la tierra llevé el mulo al mulatero, porque el cabo de escuadra siempre anda impedido. Como el mulo enfrió, luego le salió una hinchazón junto a las orejas como una cabeza, que le había dado allí los palos. Tomó el mulatero el mulo y le llevó al capitán. El capitán le dijo:
–Buena paga tiene Pasamonte, que te lo pagará.
Como el mulatero me dijo:
–Tú me pagarás el mulo–, yo quedé espantado.
Fui preguntando entre los soldados si habían visto dar al mulo, y nadie lo quería decir. Llegué perguntando hasta unos caballeros valencianos y dije a un soldado:
–Señor, ¿ha visto, por vida suya, si el cabo de escuadra Rodrigo ha dado al mulo en la bufalara del príncipe de Bisiñano?
Y dijo:
–Señor, sí; en una zanja lo tenía metido, y le dio tantos palos que no sé cómo no lo ha muerto.
Yo dije entonces a aquellos señores que me fuesen testigos. Ellos dijeron:
–No tenga pena, que todos lo habemos visto; y así, descanse.
El mulo no murió por el buen recaudo que le dio el mulatero. A la mañana, cuando cabalgué en el mulo, el mulatero lo tomó por el cabestro y me llevó delante el capitán y dijo:
–Señor, ve aquí el soldado que trae mi mulo.
El capitán respondió:
–¿No he dicho que él lo pagará si muere?
Yo respondí:
–Señor capitán, traía yo al mulo en la manga, que no se había de ver; por eso y por otra peor he quedado yo a traer a vuestra merced el caballo.
No faltó quien respondió y dijo cómo el cabo de escuadra le había dado, y ansí se quedó con su malicia; y yo piqué con mi mulo hasta alcanzar el cabo de escuadra que iba con la manguardia. Como le alcancé, me dijo:
–¿Quién es el grandísimo bellaco que ha dicho que yo di al mulo?
Yo respondí:
–No es sino hombre honrado.
De unas palabras a otras, yo bajé del mulo y metí mano a mi espada y dije lo había hecho muy ruinmente, que se lo defendería. Él no osó meter mano y se la tomó con un paisano suyo, porque le dio tuerto y no quiso que alojase más con él; y a la tarde fuimos amigos.
Capítulo 50
Este invierno estuvimos alojados en Calabria, y si hubiese de contar las varias cosas y sucesos, sería muy largo. A la vuelta, que nos mandaron volver a Nápoles, en una tierra de Calabria, por los daños que esta compañía había hecho a la pasada, nos la guardaron a la vuelta. Y era a tiempo que el astrólogo Campanela y su compañero les habían puesto en cabeza que habían de ser conquistados de nuevo rey. A la pasada por esta tierra, yo alojé en casa un valentón que se llamaba Horatio Tiano, y como me vio ser hombre de buen trato, dijo mucho bien de mí a toda la tierra, y esto me valió a la vuelta, que de otra manera yo dejaba el pellejo por quererme preciar de valiente. Alojada la compañía, ellos tenían gente armada de fuera, y los calabreses son un poco ariscos. Viérades cuchilladas acá y acullá. Algunos soldados corrían a casa los patrones por los arcabuces, y hallaban los patrones armados con ellos, y se iban a la bandera sin armas. Fue la ventura del señor capitán que se había ido a Nápoles, que, si se hallaba aquí, él pagaba lo mal ganado. El alférez, que era hombre discreto, bajó con treinta o más soldados a quietar un gran ruido, y todos sin arcabuces con sus espadas solas. A este tiempo salí yo de casa, y mi patrón al gran ruido, y Dios lo permitió, que si no salía, me hubieran muerto en casa, que me habían ido a buscar. Cuando quise salir, mi patrona se asió comigo y me dijo:
–Señor, estáte quedo, que si sales, te matarán.
Yo le dije:
–No tenga pena, que yo sé bien hablar y soy conocido en la tierra.
Ella me dijo:
–¡Ay señor!, que hay, señor, que hay gente forastera.
Yo, confiado en meter paz, salí fuera con mi capa al hombro cosida en cuatro dobles, que por no habella podido meter en un baúl, la traía ansí y la podía poner por tablilla, porque me salvó la vida. Llegué a un ancho donde había más de cien hombres de la tierra con sus espadas y cargados de piedras. Yo, muy confiado, corrí a ellos dándoles voces en su lengua que qué tenían, que mirasen qué soldado había hecho daño, que sería castigado. Ellos me gritaban que me alargase, pues era hombre de bien. El alférez se allegó a mí algo más para apaciguallos, y como el alférez se allegó, diez o doce soldados se quisieron allegar. Como ellos vieron esto, meten manos a sus espadas, y a pura pedrada. que parecía llovían. El alférez daba voces que se retirasen a la bandera, y los iba rempujando adelante, y yo llevaba mi capa asida por el cabezón encima la cabeza y servía de pavés a las espaldas, que sonaban las pedradas en ellas; con mi alférez delante, a largos pasos cobramos una calleja. Yo reparé a la esquina con mi espada desnuda y mi capa al brazo. Al entrar de la calleja, alcanzan al alférez tres o cuatro pedradas en aquellas ancas y riñones, que dan con él en el suelo y no se pudo alzar. Yo, que me hallé en el cantón, con buenas palabras y ánimo les hice resistencia, diciendo que se perdían y se confiscaban, que se retirasen, y siete o ocho con las espadas desnudas daban en mi alférez y lo acababan si no fuera por mí. Retirados los de la tierra, el alférez se alzó, que de verdad yo lo ayudé a alzar; siempre daba voces a los soldados que se retirasen, que le harían perder su cabeza. Yo le dije:
–Váyase vuestra merced con toda esa gente a la bandera presto, y estén apercebidos con sus armas, y yo me quedaré aquí y no pasará nadie, que me conocen y me tendrán respecto.
Él dijo me fuese con ellos, yo no quise, y así se fueron a largos pasos a la bandera. Quedado yo solo, salí a lo ancho con mi capa al hombro y mi espada debajo el sobaco, y llamé algunos que vi; y otros salieron de las casas, y tenía hecho un coro de más de cincuenta o sesenta, y yo en medio como predicador, diciéndoles que serían dados por traidores a Su Majestad, que por qué no miraban lo que hacían, y otras cosas. Al gran ruido y grita que allí había habido, de la gente forastera que en la tierra había armada acudieron allí siete o ocho y se allegaron al corro, y como vieron que yo era español, dieron gritos a una voz:
–¿Pues hay muertos y heridos de los nuestros y traéis aquí este marrano y no lo habéis muerto?
Y los buenos de la tierra, por mi buena fama, unos abrazaron con unos y otros con otros, y así me dejaron y fueron corriendo a otra parte. Un gentilhombre de la tierra me tomó por la mano y me dijo dónde quería ir. Yo le dije:
–Señor, la bandera esta muy lejos y corren peligro, que hay gran vocería. Yo quería ir a casa de mi patrón que se llama Juan Pablo y esta aquí cerca.
Él dijo:
–Pues bien, estése aquí, hasta que yo vuelva.
Y méteme en una casa y pónele pena de mil ducados al patrón que me tuviese hasta que volviese, y por esto creí fuese algún oficial, que no me quiso decir su nombre. Yo quedé en casa de este hombre y tenía la mesa puesta, y sus soldados se habían ido a la guardia. Cuando hice reparo a la gente forastera, por las guardias de mi espada me cortaron un dedo por la juntura sin yo sentillo. Yo había tocado con la mano a mi jubón y al brazo izquierdo y me había henchido de sangre. Este patrón, que vio tanta sangre, comenzó a dar voces:
–¡Ay, triste de mí, que estás herido, y si mueres en mi casa dirán que yo te he muerto!
Pasaban unos caballeros valencianos con sus alabardas. Díjome este hombre me fuera con ellos; y ellos, como vieron tanta sangre, me lo rogaron, y yo no quise, que creo lo guiaba Dios todo, porque ellos erraron el camino de la guardia y fueron aporreados y desarmados Yo hice tomar la candela a este buen hombre, y miramos por la sangre si había herida y no la hallamos, y yo no me sentía nada. Vimos correr la sangre del. dedo a hilo a hilo, atamos una pezuela y no fue nada más de haberme yo teñido con la sangre. A un hora de noche, vino un hijo de aquel hombre que me dejó en la casa, y me llevó en casa de mi patrón Juan Pablo, y se fue. Yo, como entré en casa, las mujeres me recibieron con mucho amor y me dijeron, por qué no me había ido a la guardia, que me habían venido a buscar en casa cuando salí. Yo dije:
–No hay lugar ya.
El patrón no estaba en casa; las buenas mujeres me hicieron subir en una camarilla de tablas que había allí, hasta que cesasen los gritos. ¡Miren que tal estaría el pobre Pasamonte y cuán arrepentido de no haberme ido con el alférez! Habría un hora o por ahí cuando llamaron a la puerta; las buenas mujeres abren y veis aquí dónde entran cuatro hombres armados con gran furia diciendo:
–¿Dónde está aquel marrano traidor?
Las buenas mujeres (que no son todas malas) dijeron:
–Se fue luego de casa.
Ellos respondieron:
–No es verdad, que fulano lo trujo no ha un hora.
Ellas con mucha cólera y descabelladas dijeron:
–Es verdad que lo trujo, pero no hizo sino alumbrar dos cabos de cuerda y se fue con cien diablos ese barranco abajo, y otros han ido por ahí; ¿siente como suenan los arcabuzazos?
Y era verdad que por allí se habían salvado algunos soldados y tiraban en el bosque; y a la mañana vinieron a la bandera bien puestos. Juro de verdad que cuando entraron estos hombres en casa de mi patrón, que casi a mí se me heló la sangre, pero con todo estaba sentado encima una tabla con una tranquilla en las manos, diciendo:
–El primero que sube llevará en la cabeza.
Y lo peor era que por la rechica de las tablas hacía luz arriba y estaba casi helado, en buen romance. Como las mujeres dijeron que por el barranco había escapado, ellos se lo creyeron y dijeron:
–¡Oh el traidor, qué ventura ha tenido!
Y comieron y bebieron de lo que yo había de cenar, y dijeron cómo el Señor de la tierra lo había hecho muy bien, que los más valientes había enviado a las cuestiones y yo lo testigué así. Como los bellacos se fueron, las buenas mujeres me dijeron me estuviese quedo y se fueron a otra casa. Luego entró el patrón Juan Pablo, y bajé abajo y me carició; pero cierto no pude comer bocado ni dormir: tanta fue la alteración y a sangre fría. A la mañana me acompañó el patrón hasta la bandera; el alférez me abrazó y otros amigos que ya me habían llorado por muerto; y de verdad que cuando el alférez tenía junta toda la compañía y bien puesta, que yo estuve de parecer que nos vengásemos de su bellaquería y él no quiso. Hubo de los nuestros hasta veinte heridos y uno muerto; de la tierra un otro muerto y muchos heridos. Y este fue el suceso.
Capítulo 51
Veníamos la vuelta de Nápoles, y antes de llegar nos vino orden para alojar en los casales de Montecorvino, para acabar de hacer la garrama. En estos casales estuve yo muy malo a causa del trabajo del camino y de no haberme sangrado por la refriega pasada. Aquí fui sangrado cuatro veces y purgado una, y vino el capitán a la compañía, o por mejor decir el maestro de malas artes y invenciones; que Dios se apiade dél. Aquí se le hizo proceso a un hombre honrado, en pago de habelle dado una cuchillada por la cabeza y habello hecho estar preso todo el invierno sin culpa, porque muriese. Y creyendo se quejaría al conde de Olivares, le procesaron por revolvedor de las tierras, siendo muy gran falsedad; y de los más pintados de la compañía juraron falso por gusto del capitán; y si el soldado se quejara, le echaran a galera. Fue avisado, y pidió licencia y se fue a otra compañía. Fue tanta el astucia deste capitán, que con ser el conde de Olivares tan astuto, annuló dos procesos que contra él fueron hechos; pero si no se le acabara el tiempo al de Olivares, él lo pagara todo junto. Este capitán me quería a mí tan mal, que me dijo un amigo que había dicho que pagara quinientos ducados [si] yo no hubiera ido a su compañía, porque se temía yo informase al virrey las maldades que por el reino hacían, y procuraba acortarme los días; pero Dios es muy justo. Estando en estos lugares, vino la orden para marchar a Nápoles, y nos mandaron saliésemos al camino todos. Yo, por no dalles fastidio por cabalgadura, con un criado que me guiaba, recién purgado y con mis cuatro sangrías y lleno de llagas hasta los pies, vine aquel día veintiséis millas a pie. Y otros soldados, que se vinieron con sus putas, no le dijeron nada, y para mí hubo justicia. Al llegar de la tierra donde habíamos de alojar, y en la casa donde había de estar la bandera, que había más de cien soldados llegados sin la bandera, salió a mí el sargento ganzúa del capitán, y me dijo por qué no venía con la bandera. Yo le dije:
–¿Pues a mí me dice vuestra merced eso, estando con sangrías y purga, y estando una legua de la bandera, y viniéndome a pie, con todos mis méritos?
Respondió:
–Sí, juro a tal, que él ha de dar mejor ejemplo.
Yo respondí, casi llorando de rabia:
–Dejemos eso, señor sargento, que yo he dado tan buen ejemplo en tierra de turcos y no caminando por el reino de Nápoles, que no hay capitán en Italia que lo haya dado mejor que yo.
Él metió mano a su espada y me tiro quince o veinte tajos y reveses, todos a la cara, y los reparé todos con mi arcabuz; y de un revés me cortó el serpentín del arcabuz, y ayina me llevara las narices, que vinieron de tierra de turcos. Por este buen servicio le hizo el capitán alférez. Llegó el alférez con la bandera, y le riñó por lo que contra mí hizo. Yo me alargué de la compañía con dos balas en mi arcabuz, con no buen intento; pero Dios es muy justo. Así llegué a Nápoles, tomé mi remate de pagas a su pesar, y procuré con el conde de Lemos no salir más de Nápoles ni ir tras ladrones, y quietarme, pues no podía más por la poca vista.
Capítulo 52
El conde de Lemos me hizo merced no saliese mas de Nápoles, y su hijo. don Francisco de Castro, me confirmó la merced en las plazas residientes, estando su padre en Roma. Y así fue Dios servido me librase deste mal capitán y sus ministros, si bien estas malas ánimas ofenden más en lo oculto que en lo exterior; pero todo lo puede mi Dios y Señor. A su tiempo, tornaré a tratar dél. Viéndome con tan poca vista para tornar a pretenciones y valer más por la milicia, y que mi paga se me iba en posadas y poca seguridad en las comidas y otros peligros, me determiné de casarme. Y por tener experiencia de las maldades del. mundo, determiné de sacar una moza honrada de un monasterio y casarme con ella, pues allí no se imparan supersticiones ni artes malas. Había en esta ciudad un hombre que con sus proprios ojos había visto cuando Dios milagrosamente me libró en Alejandría de Egipto; su mujer tenía dos hijas en un monasterio que se llama Sancto Eligio, donde recogen güerfanas honradas, y la duquesa de Osuna las había puesto allí. Yo fui al presidente Vicencio de Franchis y me informé de la mayor y su virtud, y me hizo merced dármela por mujer. Lo que la maldita madre y padrastro han hecho contra mí por ser yo hombre honrado y por darme la muerte, es lo que escribiré; y gracias al Señor, que siempre huyendo de la sartén, damos en las brasas, y siendo españoles estos mis suegros, que yo los estimaba como a padres; pero nuestra nación, en lo bueno y en lo malo, es aventajada más que las otras naciones.
Memoria de las mayores traiciones que se pueden escribir
1
A los 12 de setiembre 1599 saqué mi mujer del monasterio de Sancto Eligio, y a tres o cuatro días fui a tomar el hábito del Carmen con mi mujer; y cuando volvimos, hallamos los colchones de la cama mojados, dando ocasión con ello a partir el matrimonio y mi paga, por meacamas.
2
A los 21 del dicho mes, estando esperando el confesor a la puerta de la sacristía del monasterio de Santo Spiritus con mi mujer, por ser día de San Mateo, para reconciliar y comulgar, llegaron a mí dos amigos y me dijeron qué hacía allí; ¿por qué no defendía mi honra?, pues la madre de mi mujer y el padrastro estaban en casa de un notario preguntando cómo harían para partir mi casamento y mi paga, porque yo era impotente; y a mí proprio me lo dijo el mal hombre, siendo mentira.
3
Que me comía la paga fuera de casa y no les daba la despensa necesaria. Yo respondí al capitán Aledo, que me lo dijo:
–Señor, son mala gente; vuestra merced lo pergunte a mi mujer, porque yo, como tomo la paga, les doy seis ducados al mes, quedo a pagar la mitad del alquiler de la casa. Y perguntada mi mujer, se halló ser mentira lo que habían dicho ellos.
4
A una hijuela suya pequeña le hacían decir a mi mujer que me había visto comer a la taberna muy bien, para que mi mujer no me tuviese amor; y a mí proprio me lo dijo, inducida de la madre propria, no siendo verdad.
5
Que yo tenía parte con la mujer de un hombre honrado, con falsedad, para inducir a mi mujer me quisiese mal, discordando con lo que primero habían dicho, que yo era impotente.
6
Que yo informaba en Sancto Eligio de algunas niñerías que mi mujer había dicho en casa, para que a mí me quisiese mal mi mujer, siendo mentira.
7
Veíame yo tan aborrido que no sabía qué hacerme, porque conocía que me entosigaban. Y yo le decía muchas veces a mi mujer:
–Luisa, yo muero por ti y no lo puedo remediar, por no dejarte perdida.
En estos trabajos, llegué hasta los seis o ocho de noviembre, que a media noche o algo más vino sobre mí una fantasma en forma de hábito de clérigo (que lo miraba yo en visión, estando durmiendo); y antes que llegase a mí, no sé quién me daba golpes en el lado y me decía en latín:
–Dic: Conjuro te per individuam Trinitatem ut vadas ad profundum inferni.
Y yo lo decía con la propria prisa que me era advirtido, y durmiendo. Y vi cómo aquella fantasma desapareció, pero no vi la persona que me advirtía, y tengo por fe en mí sea el ángel de la guardia. Y lo que me maravilla, que no desperté; antes luego una forma como gato me mordió del lado derecho y con grandes uñas me quería asir por la tripa. Allí sentí hablar personas, pero no conocí a nadie. Oí uno que dijo:
–No, no.
Y asió de las manos del gato y lo tenía, y me dijo a mí que no temiese (que ya me desmayaba):
–Y áselo tú por la garganta.
Yo me tomé ánimo, y así de la garganta del gato y apreté tanto que me soltó. Y no vi la persona que me dijo que no temiese. Júzguelo Dios, que creo fue buena, pues no perecí. Entonces me desperté, llamando el nombre de Jesús y haciéndome cruces en el corazón, y dije algunas oraciones. En esto oí a mi suegra, que tenía la cámara más afuera, que decía:
–¡Ay, ay!–, como espantada, y despertó a su marido y le hablaba bajo, no sé lo qué.
Yo desperté a mi mujer, y mis ojos hechos dos fuentes, le dije rogase y diese gracias a Dios como no era muerto, porque si de Dios no hubiera sido defendido, me hubiera hatlado muerto en la cama. Y luego me vi corrompido y hasta el día fui no sé cuantas veces del cuerpo, como si hubiera tomado purga violenta. Acudí a los divinos sacramentos y a dar gracias a Dios, y perdí la vista del ojo derecho, que era el que más me servía. Por tiempo de nueve meses siempre me corrompía a la hora que me dio el mal; y después, gracias al Señor, he quedado bueno de salud, pero sin mi ojo derecho. Aquí es menester declararme un poco. La primera fantasma tengo por cierto lo hizo mi maldita suegra por darme la muerte, por cumplir su burdel y augmentar su infierno, pero la segunda tengo por cierto fue aquel mi mal capitán, que lo que ha estudiado en Salamanca todo lo emplea en maldades. Esto lo digo, porque tenía la casa junto a la propria donde yo me casé, y ya noches antes me había hablado para saber mi pensamiento si yo informaba al virrey. Pero yo no le informé, y el demonio, como mi enemigo, le engañó para que me diese la muerte, y Dios me defendió. Y seguido este efecto, luego tomó casa a otra parte lejos. Y un día, en Santiago, después de la prédica, oyendo yo misa debajo el púlpito, oí y vi que me mostró a otro que debía de ser otro tal maestro como él y le dijo:
–Véislo aquí.
Y el otro me miró y dijo:
–No puede ser, o ¿por qué modo?
Y luego hablaron más bajo, que yo no los pude entender, y cierto que estuve para dar voces y decir: «¡Oh los herejes, que están delante de Dios y tratan herejías!», pero por no escandalizar la iglesia, callé. Otra vez, el mal hombre de mi suegro me dijo:
–Bien le quiere mal el capitán.
Y yo le respondí:
–Por ser otro tal como vos.
Pero Dios es muy justo, que promete tomar la venganza y lo hace, y aun lo hace en este mundo. Y creo este mal hombre, por estas maldades y otras tales, le han de quemar, pues siempre es obstinado y se fía de demonios, y cierto es mala bestia. Que Dios se apiade dél, pues le compró con su sagrada sangre; pero ¿de quién se quejará, pues es suya la culpa?
8
Tornando a mis suegros, digo que viéndome afligido de lágrimas en algunas oraciones, una mañana salí muy desconsolado y me fui a la guardia, y quedó mi mujer llorando por verme ir ansí desconsolado. Y cuando volví, me dijo que su madre entró bailando y cantando en mi cámara, y la riñó porque lloraba. Y mi desconsuelo era tanto por verme perdido el mejor ojo, que creo Dios me tenía las manos a que no me vengase.
9
Estando un día muy afligido a la mesa por verme sin dineros ni remedio para mudar casa, mi suegra, creyendo yo no lo vía, hacía señas a su hija Mariana y se hacía burla de mí. Yo reventaba en ver que si ponía las manos, mi mujer quedaba perdida.
10
Un domingo, viniendo de misa mi mujer y yo, vimos que ellos salían a oílla; y como nos vio, hizo subir a su hija Mariana arriba. Y como estuvo arriba, me dijo en presencia de mi mujer:
–Señor Pasamonte, vuestra merced por amor de Dios se vaya de esta casa, porque mi madre le entosiga en la comida y en la bebida.
11
Que una fiesta, viniendo yo de confesar y comulgar, hallé gran quistión en casa, y habiéndoles yo puesto en paz, después de comer pergunté a su hija Mariana por qué había sido, y me dijo que él había hallado un papel de vidrio molido, que por eso reñían. Y yo pergunté si su madre tenía sulimán en casa, y me dijo que tenía una garrafa dentro en el arca.
12
Que viéndome yo muy angustiado y con solas tres horas de sueño, y en el poco sueño perseguido de preguntas, despertándome una vez, oí que mi suegra contaba a su marido lo que yo había respondido durmiendo, y era que el dinero que me quedase de la paga, lo quería dar a guardar fuera, viendo la poca lealtad suya.
13
Que habiendo sido hurtado el día de mi boda un anillo de oro que traía mi mujer emprestado, dijo su hija Mariana que su madre había hecho hacer el cedazo, y después pareció el anillo, porque mi mujer hizo decir una misa a Sancto Antonio y se supo lo tenía su madre.
14
Que estando yo una noche rezando al candil unas oraciones y letanías de Nuestra Señora en su aposento, estando ella en la cama con una hijuela suya pequeña, vi que soplaba a la niña dentro la oreja y no sé qué palabras decía de secreto.
15
Que un día la niña se quejó a su padre, diciendo:
–Señor, no sé qué me camina por el pecho y por el lado, que me hace mal.
Y el padre se alteró y dijo:
–¿Qué será; hija?
Respondió la madre de la cocina riñiéndola y dijo que no era ninguna cosa.
16
Que estando el padre, después de cena, tratando de un cierto casamento que le salía a la niña, la madre respondió y dijo:
–Dime el nombre y la casa, que antes de mañana te sabré decir lo que es.
17
Que estando mi mujer afligida por verme malo, le dijo:
–Hija mía, maridos siempre se hallan, más madre y hermanas no se hallan.
Y su voluntad en tener burdel cumplido con las dos hijas; y por ser yo hombre honrado y de honra, no me podía ver.
18
Que otra vez le dijo a mi mujer:
–Déjalo morir este bellacón, que yo te buscaré un capitán que te tendrá por amiga; no tengas pena.
Y esto lo sabía Pietro Antonio de Sayas, y otras cosas, por dicho de mi mujer.
19
Que otra vez, riniendo con su marido y habiéndoles yo puesto en paz (y él siempre se cubría de mí a la sombra del asador), saliéndose él fuera, le dijo:
–No te curar, que yo te haré morir seco, sin que te puedas ayudar.
20
Que viéndome en tanta angustia, me abandoné por muerto, no pudiéndolo remediar, por no perder a mi mujer, y ella con la otra su hija detrás del paballón se hacían burla de mí, pero Dios la hizo dellas, pues no morí.
21
Que viniéndome a ver un letrado amigo mío que sabía mis trabajos y estaba a la guardia, ella, con mil embustes de palabras, no quería que subiese. Y haciéndole yo subir, él se me allegó a la cama y me protestó lo mejor que pudo en que yo me esforzase y luego buscase casa y saliese de allí, a pena de condenarme. Yo, otro día, lo mejor que pude me levanté y busqué casa; y quiriéndome yo salir, marido y mujer me lo impidieron, diciendo que mi mujer estaba virgen. Miren cuán ciertos estaban en sus bellaquerías. Y yo me fui a Pedro Antonio de Sayas, doctor de leyes y maestro de Sancto Eligio (que había tomado a mi mujer en lugar de hija) y le di parte, y él me hizo llevar mi mujer allá y se informó della muchas cosas que aquí están escriptas, y así mudamos casa a su pesar. Y lo que padezco lo sabe mi Dios, pero siempre me defendió y defenderá de malas ánimas.
22
Si les perguntan qué motivo han tenido a tanta maldad, a esto respondo yo que me casé [con] su hija sólo informado de su virtud del presidente Vicencio de Franchis; y de ciento y cincuenta ducados que le dieron de limosna para hacer una cama y vestirse, habiéndolos yo fiado, se quedaron con más de la mitad, y más dándole yo seis ducados para la comida y pagalles la mitad del alquiler de la casa. Este es el motivo que yo les he dado, y el ser defensor de la honra de Dios y mía y de mi mujer a su pesar.
23
Y más a la despedida me deshonraron a mi mujer con un falso testimonio, diciendo hacía el amor por la ventana, que por esto se iba de su casa, lo que ellos tenían de costumbre; y más que callo por agora (porque yo lo he visto), hasta que sus desvergüenzas me den ocasión a escribirlo; y ya es tiempo.
24
Que me dijo mi mujer que él dijo a ella:
–Hija, di tú que no lo quieres, que yo te casaré con un capitán amigo mío, y le cerraremos la puerta.
Como si el matrimonio que yo había hecho solenne en Sancto Eligio no fuera matrimonio, y sería el capitán el que deseaba la madre.
25
Que el primer hijo que tuve dijeron que no era mi hijo, y que yo había hecho empreñar a mi mujer por encubrir el impotente. Y el niño fue muerto de malas ánimas, gracias a Nuestro Señor, y otro que tengo de dos años han dicho también que yo había hecho empreñar a mi mujer de otra persona. Y esto dijo el marido de la mala a Juan Nieto de Figueroa, y en la Semana Sancta, y su mala mujer, en Santiago, señoras de Castil Nuovo le oyeron decir lo mesmo; y agora que está mi mujer preñada, no sé de quién dirán.
26
Yo confieso en juramento cómo este mal hombre, estando en Túnez cinco mil y más soldados de guarnición (y se llama Martín Trigueros) y el capitán don Diego de Osorio, que era su capitán, se caso allí solemnemente, y este mal hombre se caso allí también con Ana de Rojas. Y Ana de Rojas es viva y dicen está en Puerto de Hércules, y él ha doce y más años que está casado con esta segunda mujer, viviendo la primera, y dice por su boca que cierto obispo le dispensó. Miren cómo puede ser.
27
Que la hija Mariana que tienen en casa han hecho muchos burdeles con ella, porque estando en los gardones en casa de Isabel Palmier, habían hecho concierto por no sé qué suma de dineros y fue un gran ruido en aquel barrio, porque los galanes sin el dinero quisieron hacer el hecho.
28
Que su hija Mariana anduvo algunos días de venta en venta perdida, y se quiso recoger en mi casa y mi mujer no osó por temor mío, y la recogió una vecina mía que se llama Anna Sabia y su marido Bartolomé, allí en el monte, en las casas de Figueroa, donde contó que sus padres se lo hacían hacer y no se lo guardaban y que todo se lo comían y que no osaba volver a casa, porque la alcagüeta no había vuelto antes del día. Y andándola ellos buscando, la hallaron allí y se la llevaron a su casa.
29
Que fueron a pedir al conde de Lemos, que esté en gloria, diciendo que don Juan de Figueroa le había quitado el virgo a su hija, que Su Excelencia mandase se casase con ella. Y el virrey, informado de la verdad, los quiso castigar, y por ruegos lo dejó de hacer por ser españoles. Y esto lo sabe el secretario Lezcano.
30
Que tentaron casamiento con dicha Mariana con un griego que tenía seis escudos muertos, y había no sé qué días que el griego dormía en casa en la calle de las Campanas, y hechas las tres amonestaciones en Sancta Anna, estando que querían comer, subió un enamorado por la escalera y abrasó y besó la esposa y se sentó en una silla, y estando un poco, se fue. Después de ido, preguntó el griego a la madre si le era hermano o pariente. Ella dijo que no, y el griego alborotado se salió de casa y hizo romper los capítulos que los tenía un notario, cerca de palacio, que se llama Juan Dominico.
31
Después de deshecho el casamiento, parió la señora desposada, y habiendo ellos echado fama que estaba preñada de don Juan de Figueroa, parió una hija de un doctor de Leyes, y le llevaban la señora en su casa muchas veces y dormía con él, y la volvían secretamente en casa de sus padres; y esto se sabe cierto y se puede probar.
32
Que este letrado procedió como caballero y casó la moza honradamente, prometiendo favorecer al marido, como creo lo hiciera. Pero hicieron un error, que fue casalla por virgen; y dicen que los paños de la sangre, por ponellos entre las piernas, se hallaron a la mañana en la cabecera de la cama, por habérseles olvidado. Pero la tramera de la madre ganó de tretas, que fue dar voces y decir que el yerno era bujarrón y que había intentado el pecado nefando con su hija, y la hija confirmólo como hija de tal madre. De manera que todo el barrio lo sintió y acudió a las voces.
33
Que por hacer su maldad verdadera, dio memorial al señor conde de Lemos, acusando al yerno por bujarrón; y el letrado a quien fue remitido el memorial no le quiso dar audiencia como a persona tal. Dieron orden al Capuano, su yerno, se llevase su mujer a Capua, y la llevó. Y siendo llamado de Nápoles el doctor que en ella había habido la hija a no sé qué negocios de Roma, no pudo asistir a los acuerdos; y en este medio la buena de la madre le hizo en creyente al mozo por cartas, que le tenía buscado un cargo muy bueno, que viniese con su mujer a Nápoles. Él se lo creyó y vino, y estaba en su casa con ellos.
34
El demonio, que gusta de embustes y de engaños a todos los que dél confían y creen, debió de ordenar que el mozo viniese a saber todas sus bellaquerías y lo que comigo habían hecho, y se halló burlado y sin oficio, aunque yo siempre los alargué de mi casa como el fuego, menazando a mi mujer la echaría por la ventana, si yo sabía que entraban en mi casa. Dijo la niña pequeña que estaba con ellos que la moza se puso a la ventana y el marido le dijo que se quitase de allí; y replicando ella, el demonio encendió el fuego, y que metió mano a la espada y le dio no sé qué heridas y la dejó por muerta, y diciendo «Requiescat in pace», se huyó, y los padres no estaban en casa, que de esta calle de las Campanas habían ido a mirar a otro barrio otra casa a do se querían mudar.
35
Cuanto habían ganado y embustido, todo se acabó con las heridas y gasto, y fue Dios servido no haya muerto por dalles lugar a enmienda, pero sicut erat. Vinieron los padres de fuera y hallaron el buen recaudo; comenzaron a dar voces que el traidor, por no habelle querido dar todo el dote, por eso la había muerto; había en la calle dos mil ánimas y la calle llena. Sanó la señora con discurso de tiempo, pero quedó manca de una pierna, y tan galana y más que primero. Supo con una silleta visitar jueces y letrados, y prendieron al marido, y dicen lo han echado por seis o ocho años en galeras; y si la matara, no hubiera sido nada y cesaban muchos males.
36
Cuando yo estaba en su casa, la hija Mariana y la madre estaban hablando en la cocina, y la hija dio una voz diciendo:
–Madre, dejémoslo estar a este, que no haremos nada con él.
37
Que dijo el mal hombre en un corrillo (y hay testigos) que yo había sobornado con dineros al confesor (que era el maestro de novicios de Sancto Spíritus y agora es prior de Santo Domingo de Soma) para que indujiese a mi mujer y no dijese que yo era impotente.
38
Que diciendo Juan Nieto de Figueroa:
–Martín Trigueros, vos habéis sido mi camarada en la batalla naval y habéis sido buen soldado: ¿por qué no castigáis vuestra hijastra Mariana, que no se diga lo que se dice?
Y respondió:
–Oh señor, los enamorados de palacio me han amenazado: ¿cómo queréis que lo haga?
Y esto lo sabe la mujer de Figueroa, si bien él es muerto.
39
Que estando yo en su casa, un día después de comer, la buena de su mujer principió a decir que por qué fulana y citana habían de ser más ricas que ella, y comenzó a menazar a Dios que había de hacer y acontecer contra el Señor. Y esto decía llorando y con los ojos encarnizados, y yo le respondí:
–¿Señora, no tiene vergüenza de decir esto? ¿No sabe que nuestro Señor es muy justo y da a cada uno lo que le es necesario? ¿Si vuestra merced juzga a todos siendo pobre, siendo rica qué hiciera y qué soberbía tuviera?
Y así, me alcé de la tabla enojado.
40
Que estando yo en su casa, no sólo estos malos y perversos me buscaron la muerte del cuerpo, por perder y vender a mi mujer como tienen la otra perdida y vendida, digo su hija Mariana, pero la muerte del ánimo. Muchas desvergüenzas podría contar, pero es vergüenza ponellas con la pluma y una sola diré. Era por los últimos de agosto, y acabando de comer me reposaba un poco, y como me reposaba, me ponía a decir el oficio de Nuestra Señora. Y una vez estando durmiendo, él me despertó a prisa y me dijo:
–Señor Pasamonte, vuestra merced se vaya, que queremos ir fuera.
¡Oh, Dios nos libre de traidores! Yo lo vi con su capa puesta y su mujer con el manto, y no sea tal el fin de sus días como su concierto. Yo, muy enojado, respondí:
–Señor Trigueros, cuando su casa toda fuera oro, ¿no estaba segura, estando yo en ella? Yo he dejado mi posada y los tengo por padres. ¿Dónde tengo de ir con este sol?
Y su mujer respondió:
–¿No te dije yo que lo dejases estar? Vámonos.
Y así se fueron, y yo me senté a decir el oficio de la Madre de Dios. Lo que su hija Mariana intentó y su falsa intención de ellos, lo sabe Dios y le doy inmortales gracias porque me libró de ella y dellos sin ser virtud mía. Otras maldades podría contar después de haber sacado mi mujer del monasterio, pero mejor es callallas por ser deshonestas.
41
Cuando su hija Mariana anduvo perdida y ellos habían pedido por justicia al conde de Lemos el virgo de su hija, imputándolo con falsedad a don Juan de Figueroa, yo entonces acudí por su remedio y fui al virrey y le dije:
–Ilustrísimo y Excelentísimo Señor, hame tocado por lo que Dios ha sido servido que aquella mozuela (por quien a Vuestra Excelencia han pedido el virgo por don Juan de Figueroa) sea hermana de mi mujer, puesto que a mi mujer la señora Duquesa de Osuna la puso en el monasterio de Sancto Eligio con otra hermanilla suya que allí está. Lo que pido de merced a Vuestra Excelencia es que, pues los días pasados mandó de poder absoluto arrebatar la hija de Benavides y ponella en el monasterio de las Arrepentidas por otra tal cosa como el de esta mozuela, que se use del proprio poder y se ponga esta, pues es hija de honrado padre.
Y por la honra de nuestra nación y por ser hermana de mi mujer, que yo lo recibiría en gracia particular de Su Excelencia, pues ya era informado dello, y que yo le informaba de verdad se condenaban con ella y condenaban a muchos. Hubo muchas demandas y respuestas y dos veces me hizo llamar el virrey, y cuando yo me salía por la sala y en aquella audiencia pública, me escribió mi nombre y sobrenombre y dónde era, en el libro de su memoria que traía en sus calzas. Fue Dios servido que cayó malo y se murió, que para gente tan maliciosa como hay en estos reinos no convendría virrey de tan buenas entrañas. Dióseme el billete, pero fue con exploración de voluntad, y yo no lo quería llevar, y díjome el secretario Chávez que tenía miedo. Lo que yo le respondí, él lo sabe, y también me dijeron que picaba en la sartén. Yo llevé el billete al Auditor General, y arrebataron la moza en una silleta y la llevaron a explorar la voluntad, y no hubo menester maestro, que dijo que quien dijese que era puta mentía, y que para ser monja, monasterios había en Nápoles muy honrados, que no quería entrar en monasterios de putas. Y ansí, la volvieron en casa de su madre y han seguido tantos daños sin los que se seguirán. Y el mal hombre dio memorial que yo le quitaba su honra; él sabe lo que le respondieron. Esto hice yo por ellos, cuando los pudiera destruir por justicia; a quien lo estorbó, se lo demande Dios.
42
Que su hija Mariana dijo a don Juan de Figueroa y a otras personas con quien se había revuelto, que su madre me había entosigado con vidrio molido y solimán en la bebida y comida. Y también me dijo Juan Nieto de Figueroa y su mujer que a ella propria se lo había dicho la Mariana.
43
Que el mal hombre dijo que yo era fraile y que lo probaría; y esto y el haber dicho yo soborné al confesor con dineros bastaría a echallo en una galera.
44
Que la mala mujer hizo un caso, estando yo en casa suya, que sólo el demonio lo pudiera hacer; y fue que un día tomó su manto y su hijuela pequeña por la mano y se salió de casa. Mi mujer principió a llorar y a decirme:
–Señor, a Sancto Eligio ciertamente, a decir mal de mí a la abadesa.
Yo acallé a mi mujer y le dije:
–No tengas pena, que más valdrá mi palabra que la suya.
Y me puse a decir el oficio de Nuestra Señora, y estándolo diciendo, no sé si fue ángel malo, si bueno, que me dijo al oído:
–Agora te deshonra por las iglesias.
Yo tuve por tentación aquel dicho, y me salí de mi cámara y me fui a otra ventana, y allí me fue dicho otra vez:
–Tú no me quieres creer, pues lo verás.
Yo no hice caso y lo tuve por tentación, y acabé de decir el oficio de Nuestra Señora. A la tarde tornó mi mujer a la niña apartadamente comigo, y le perguntó dónde había ido la señora madre. La muchacha dijo:
–A la tal iglesia en tal parte y a la tal en tal parte– y ninguna era Sancto Eligio.
Mi mujer entonces quedó contenta, y las iglesias donde había ido son de una mesma religión y donde yo tenía mis confesores, y en verdad que el uno en Roma me lo habían advertido por mi confesor, y como yo estaba en tanta necesidad de consejo y peligro de vida, acudí a mi confesor y a la iglesia más cerca, y dije al portero:
–Llámeme al padre tal.
Y el portero me dijo no estaba en casa.
–Pues llámeme otro confesor cualquiera.
Díjome:
–No hay ninguno.
Y diome con la puerta en la cara, y yo quedé espantado. Fui a la otra iglesia, donde estaba el que me habían señalado en Roma, aunque estaba lejos; y me sucedió lo proprio. Entonces creí lo que se me había dicho cuando decía el oficio de Nuestra Señora, y de verdad que no tuvieron razón, porque si acaso en los visajes de mi cara conocieron algo de lo que la maldita había informado y hecho con sus venenos y infernales artes, oyéranme y miraran las potencias de mi ánima; y cierto, aunque indigno, no podía decir lo del apóstol San Pablo: «Cum infirmor, tunc potens sum». Di gracias a mi Dios y acudí a la iglesia de Sancto Spiritus, religión de Sancto Domingo, a do tenía mi otro confesor, y frecuenté mis sacramentos, que son el remedio de católicos, y tomé consejo. Miren si hay traición que se pueda igualar a esta: procurar de quitar la vida del cuerpo y del ánima.
45
Tanto que pasó lo que en estos cuarenta y cuatro artículos he escripto, han pasado tres años y más meses. Y este año de ciento y tres, a ruego de algunos amigos y porfía de mi mujer, que me decían que pues yo no les tenía odio, por qué no les trataba y hablaba. Y el día de la Sanctísima Trinidad, oí vísperas en el monasterio de la Trinidad, y comimos en una capilla mi mujer y ellos y yo, y con deseo yo de saber sus vidas. Duró la amistad dos meses, porque ellos se habían retirado a la calle de los tres Reyes, donde agora viven, y me decían que vivían bien. Digo mi culpa que yo merecía mil muertes por haberme fiado de Judas otra vez. Dos veces me acompañé con ellos en una carroza y otra en una feluga, haciéndome creer que el doctor que había habido la hija en la dama enviaba la faluga y la merienda, y descubrí tres enamorados con harta vergüenza mía.
46
La madre y la hija fueron a Anagno a que la hija tomase las estufas, por si sanase de la pierna manca, y yo había de ir con una carroza por ellas; y ellas enviaron a decir que no fuese la carroza por otros tres días. Y yo aquel día no sé de qué tirado, di comigo en Anagno al hilo de medio día, que se asaban los pájaros, y hallé la dama con un enamorado en la cama y la madre asentada en el proprio aposento. ¡Miren qué maldad!; y el buen esnarigado hace muestras de no consentir por temor del virrey y no de Dios.
47
Considerando el grande yerro que yo había hecho en tornar a su amistad, no osaba romper por temor no me fuese muerto estotro niño como el primero. Pero al fin me determiné, o viva o muera, si Dios no le quiere guardar, y con cierta ocasión aporreé a mi mujer, y a la coja que estaba en mi casa le quise romper la otra pierna y la eché en malhora. Y cierto se creyó hacer sus mangas en mi casa, pero yo acabara el resto si tal atrevimiento osaran.
48
Yo comí en su casa dellos entre esta amistad algunas veces, pero con grandísima sospecha, estando alerta por la esperiencia si conocería en mi cuerpo las señales de algún mal malo o de veneno; y cierto que son perversísimos, que luego que rompí con ellos, me vi perdido el sueño y gran gana de vomitar, y no poder comer, y otras malas señales que son verdaderas. Y de la mitad de agosto hasta los últimos, no diera por la seguridad de mi vida un real. Y con frecuentar los sacramentos espeso y algunas oraciones, estoy bueno, gracias a Nuestro Señor, que yo merecía la muerte. Y el mal hombre, en la iglesia de Sancto Spiritus, debajo el púlpito me menazó que mi niño me podría ser muerto y yo perder el otro ojo; y yo le juré informar a Su Excelencia y él fue luego a Melchior Mexía de Figueroa y a otros señores me tomasen la mano.
49
Acuérdome que la segunda romería que yo hice con mi mujer y ellos, fue ir a Nuestra Señora del Arco para confesar y comulgar. Y llegados, yo dije quería ir a buscar un confesor, y ellos se pusieron a reñir que no se podía confesar ni comulgar, que habíamos venido a holgarnos. Yo consentí, y comimos en la carroza, que no quisieron que tomásemos una cámara. Allí con señas hizo la putilla burdel a ciertos señores, y si mi mujer no se hallara comigo, o yo matara a Trigueros o él a mí. ¡Miren qué traidores!
50
Loóse la traidora de mi suegra que si ella podía haber un pañuelo de la abadesa de Santo Eligio, que ella la haría tornar loca; y tengo por cierto que por eso me quitó a mí una camisa que me había hecho (que no valía siete reales) para sus encantos. Pero Dios me guarde de veneno, que lo más no lo estimo en nada.
Todo lo que está aquí escripto en estos cincuenta artículos es verdad; y si las hijas quieren jurar verdad, esta probado. Y el secretario Lezcano y su mujer saben parte, y la mujer de Juan Gerónimo Salinas, y el capitán Aledo, y su mujer, y el abadesa de Sancto Eligio, y otras monjas de allí, y la mujer de Pietro Antonio de Sayas, que su marido, que esté en gloria, tuvo a mi mujer por hija, y era maestro de Sancto Eligio; y doña Anna de Liñón sabe mucha parte, y un letrado amigo mío, que se llama Domingo Machado, y un aventajado que se llama Alonso Garfía, y si el presidente Vicencio de Franchis fuera vivo, él lo hubiera remediado.
Todo lo que contra ellos está escripto se reduce a cuatro cabos por donde merecen harto castigo; conviene a saber:
1. Que Tngueros es casado segunda vez, viviendo la primera mujer.
2. Que venden la hija y comen de su pecado.
3. Que me han levantado y levantan muchos falsos testimonios y ofendídome notablemente en mi honra y procurado devorcio entre mí y mi mujer para vendella como a la otra.
4. Que con hechizos y venenos me han procurado y procuran matar a mí y a mis hijos muchas veces.
Yo no pido justicia sino misericordia, y es que pues viven tan mal y buscan de perder a tantos, y serán causa que yo haga algún homicidio (porque con malos consejos amonestan a mi mujer; que antes haga por su madre que por mí) y mi casa y hijos se perderán; que le mandasen al mal Trigueros se fuese con toda su casa a un presidio de Puglia y allí se le pague su intretenimiento, que por ventura allá no tendrán la comodidad que hay en este aviso de Nápoles. Y es servicio de Dios, pues yo vivo bien y soy conocido y sustento honra, sea favorecido, pues los muchos y honrosos servicios y trabajos en servicio de mi Rey lo merecen, y certifico se hará gran servicio a Dios y se escusarán muchos daños.
Capítulo 53
En el capítulo cincuenta y dos están entendidos estos cincuenta artículos de maldades, para que por ellos se vea el grandísimo mal y daño que procede de tratar con los malos spíritus, pues por las cosas que mis suegros han hecho contra mí se ve van guiados por ellos. Y digo otra vez y torno a decir que reniego del demonio y de todas sus obras y de cuanto en ellos hay, porque no hay nada bueno, y todo lo bueno es para engañar y tramar lo malo, que si de Dios recibieron el saber con tanta abundancia, perdida la gracia, todo su saber es descomulgado y para mal. Y más digo que diciendo verdades mienten y engañan con su saber tan falso, y llámolo falso, pues no pueden merecer por el; y si algunos sabios y sabios prudentes han descubierto muchos secretos admirables, han sido para engañar en lo general, como se vee claramente, que con pocos y perversos sabios han tirado cuasi el mundo tras sí como por un Sergio, el Alcorán de Mahoma, y un Martín Lutero, y un cardenal Volseo, y otros semejantes, que cualquiera de ellos ha hecho más mal que todo el provecho que de ellos puede haber, que tengo por cierto es ninguno. Dios, por quien Él es, haga entender esta verdad así como yo lo tengo experimentado. Y tengo por cierto que ninguna industria humana hubiera bastado a tales maldades si no hubiera consejos de malos spíritus. Y podrá decir Nuestro Dios y Redemptor: «Sicut credidistis fiat vobis». Y para probar que diciendo verdades mienten, contaré un caso verdadero. Estas malas ánimas y descomulgadas brujas, con decir que no se les puede probar y por no haber podido triumfar de mí, les tomaba el demonio, por saber cómo me defendía. Y una noche miraba yo en visión durmiendo (en casa de aquella buena que mató su marido) estar al derredor de mi cama muchas de la cofadría de Satanás, y las miraba y conocía algunas. Morían por saber cómo me defendía y libraba, y yo no respondía nada, pero vi que a la cabeza de mi cama se alzó la hostia y el cáliz. Hecha esta demonstración, que no vi quien lo hacía, ellas todas a una querían asirme y decían:
–¡O el traidor, que es fraile!
Pero no me podían tocar, no se quién me defendiese. Ellas desaparecieron y yo me desperté, admirado de la visión más que de otra cosa, y consideré en mí que la virtud de los divinos sacramentos de la Penitencia y Eucaristía me defendían. Pero ellas entendieron que yo era fraile, y así se decía después por la ciudad. Ven aquí cómo el demonio, diciendo y haciendo demostraciones verdaderas, miente y engaña. Y así digo que es necesario que su Sanctidad y el Senado Apostólico, a público pregón y voz de trompetas, echen un bando que diga:
Vistos los daños que entre católicos se siguen por tener y tratar y oír a ángeles malos, damos por descomulgados a quien tal tuviere o oyere o tratare.
Y privándole de las armas a los frenéticos, no se matarán con ellas ni seguirán tantos daños como siguen, y los que querrán ser malos y hacello, siéndole prohibido por la iglesia de Dios, será muy buen defensor y protector y no dirá: «Sicut credidistis fiat vobis» en estos efectos.
Capítulo 54
Dirá algún especulativo y mejor sofístico: «¿Quién le mete a este soldado necio sin estudio en estas disputas, pues la Iglesia de Dios tiene tantos doctores para defender sus causas?». A eso respondo que el haber derramado mas sangre que algunos en servicio de mi Dios, como se ve por lo escripto atrás, y haber predicado con su divino favor su sancta fe en tierra de enemigos de la fe y compadecerme de los que mi Dios ha redemido. También dirá: «¿No le era mejor a este soldado haber hecho una memoria de sus pecados de la propria edad que ha comenzado a escribir sus trabajos y hacer una confesión general de ellos que le importara más?». A eso respondo que ya lo he hecho dos veces, una en España, cuando vine de Turquía, con un padre que se llamaba Contreras, de la orden de Sancto Domingo, en Calatayud, y otra he hecho en Nápoles a la persecución de mis suegros, que esperando que viniese el año sancto me entretenía que viniese a Nápoles; y no viniendo, hice la confesión general con fray Ambrosio Palomba, que agora es Prior de Somma, de la religión de Sancto Domingo, porque creí cierto morir de los venenos de mis suegros, si Dios no obrara con su divino favor. Y para que se vea que en soldados como yo tiene Dios algún buen estilo por su gracia, quiero contar mi vida spiritual como he contado mis muchos trabajos.
Una agüela que yo tuve era mujer de mucha oración, y a mí me quería mucho más que a mis hermanos y me hacía muchos regalos, porque me preciaba de estar de rodillas más que mis hermanos; y por su memoria digo aun una oración en romance que ella me enseñó, que comienza: «¡Oh muy benigno y soberano Rey y Señor, &c». Quedé güerfano de diez años o por ahí. Siendo de edad de trece años, me trujo mi hermano de Soria en Calatayud para estudiar la gramática; entonces me escribí cofadre de la Madre de Dios del Rosario bendito, y loada sea para siempre jamás. Lunes y martes y miércoles lo ofrecía por mí; jueves, por mi padre y madre y parientes; viernes, por las ánimas de Purgatorio; sábado, por todos los que están en pecado mortal, y domingo, por el universo estado de la Iglesia. Y cada primer domingo de mes, confesar y comulgar, pudiendo. Y en esta costumbre y otras oraciones fui esclavo de turcos, y allí no se perdió la buena costumbre; antes se aumentó, gracias a Dios, que algunas veces remando rezaba mi rosario con los dedos en el bogavante, y a son de algunos palos perdía la cuenta. Venido de Turquía, hallé las indulgencias Filipinas en la Compañía de Jesús, y un padre (que se llama el padre Martín, en Calatayud) me dio una medalla y el buleto, y yo lo tengo en mucha veneración y procuro ganar todo lo que está escripto al buleto, y acomodo allí mis devociones con las del rosario sancto desta manera: a media noche, o antes o después, cuando despierto, diciendo treinta Ave Marías y dos Credos y una Salve y treinta y tres veces el nombre de Jesús, gano los tres capítulos primeros como allí están escriptos, y bendiciendo la cámara y mis hijicos con algunas oraciones, y me torno a dormir. Y a la mañana, cuando se toca la oración, si estoy despierto, o cuando lo estoy, digo el Miserere, y dicho, me principio a vestir, y luego me persigno y santiguo tres veces por tener la mano a buen uso y no hacer como algunos, que parece repiquete de broquel cuando se hacen el señal de la Cruz, y cruzo los brazos y digo: «Benedicta sit sancta & individua Trinitas, nunc & semper & per infinita saeculorum saecula. Amen». Y digo luego: «Aperi, Domine, os meum ad benedicendum, laudandum & glorificandum nomen tuum. Munda cor meum ab cibus vanis, perversis & alienis cogitationibus. Illumina affectum ut devote & attente & sine intermissione omnes divinas orationes peragere valeam ante conspectum divinae Maiestatis tuae et exaudiri merear per Christum dominum nostrum. Amen». Otra: «Iesus, Maria. Fluens stilla de mamilla Beatae Marire semper Virginis, in nobis expellat omnem malum ardorem libidinis & a nobis expellat omnem terrorem formidinis omnesque inimici visibilis & invisibilis reprimat vires & insidias. Amen». Y luego digo aquel psalmo: «Deus in adiutorium meum intende, Domine ad adiuvandum me festina &c», que está escripto después de las letanías de los siete psalmos. Dicho este psalmo, digo las oraciones con que me apercebí cuando oí la voz que me dijo: «Ora contra eas»: la primera, que es la que canta la Iglesia los domingos: «Visita, quaesimus, Domine, habitationes istas», y haciendo cruces; y después digo: «O bone Iesus, sis mihi, Iesus, lancea, crux, clavi; miseros a crimine lavit titulus triumphalis, liberat nos ab omnibus malis, Iesu fili Daniel, miserere mei, Iesus, Iesus, Iesus. Omnia tibi possibilia sunt, Domine Deus meus, non propter mea merito sed propter magnam tuam misericordiam. Amen». Otra: «Pax domini nostri Iesu Christi & virtus passionis eius et integritas beatissimae Virginis Mariae et benedictio omnium sanctorum et custodia omnium angelorum nec non suffragia electorum Dei omnium et titulus Domini nostri Iesu Christi, Iesus Nazarenus, Rex Iudeorum, sit triumphalis hodie et quotidie inter me et omnes inimicos meos visibiles & invisibiles et contra omnia pericula tam corporis quam animae meae. Amen». Otra: «In nomine Iesu omne genu flectatur, coelestium, terrestrium & infernorum». Admitiendo el sentido principal, le doy este: coelestium: “por influencia de estrellas”; terrestrium: “de todas cosas causadas en la tierra”; infernorum: “aunque sea con artes de demonios, que todo se postre, se aniquile y deshaga a este sacratísimo nombre. Y estas palabras del apóstol es lo que más uso, haciendo cruces en todos lugares de mi cuerpo y en particular al corazón. Y luego una protesta a mi Redemptor soberano, que dice: «Salvator noster Iesu Christe, per triginta & tres annos & menses tres quos fuiste in hac vita miserabili et per proetium apretiati quem aprobaverunt filii Israel exaudi, Domine, preces meas. O Virgo foelicissima, ostende ad filium tuum pectus & ubera et ipse filius ad patrem manus & pedes & lateris vulnus. Intercedantque novem chori angelorum tresque virginum & martyrorum & confessorum tresque status mundi. Virtutum ut dimittantur nobis peccata nostra et impetrentur gratiam ut non revertamur in ea. Et gratia Spiritus Sancti sit nobiscum in omnibus viis nostris. Et omne malum quod adversus nos quaesierunt vel quaesituri sunt per maledictas superstitiones & artes diabolicas nihil possint, nihil valeant, nihil noceant nihilque praesumptio spiritus habeat. Potius obsecramus te, Salvator mundi, propter agnitionem peccati sui veniat super eas vel super eos qui quaesierunt vel quaerunt vel quaesituri sunt nos interficere & separare a charitate tua sancta & aliquid malum facere. Non quod cupiamus vindictam quia redempti sumos tuo pretiosissimo sanguine, sed ut videant, agnoscant et doceant quod nihil faciendum sit per similes superstitiones & artes diabolicas. Amen, Iesu». Destas oraciones he visto milagros palpables, que no tornándose a Dios, viene sobre quien hace el mal y quien no lo querría creer, póngase comigo a la prueba y lo verá como otros lo han visto y sabían por ello a su pesar. Dichas estas oraciones, digo: «Pater de Coelis, Deus, miserere nobis; Fili, Redemptor mundi, Deus, miserere nobis; Spiritus Sancte, Deus, miserere nobis. Sancta Maria, ora pro nobis; Sancta Dei genitrix, ora pro nobis; Sancta Virgo virginum, ora pro nobis; omnes sancti angeli & archangeli, orate pro nobis; omnes sancti & sanctae Dei, intercedite pro nobis». Y: «Vias tuas, Domine, demonstra mihi & semitas tuas aduce me». Otra: «Angele Dei &c». Luego la salutación angélica, con sus tres Avemarías, y aquel psalmito Laudate Dominum, omnes gentes y el Veni, Creator Spiritus, con tres orationes al Spiritu Sancto. Y luego el Credo: Visita, quaesumus, Domine y Per signum crucis, y una oración que dice: «Domine Iesu Christe, ego quamvis infirmus et miser peccator, firmiter et puro corde et ore ad plenum confiteor sanctam fidem catholicam & omnes articulos eius sicut alma mater. Ecclesia proedicat, docet et tenet. Sed cum multa, Domine, occurrant pericula et varia tentamenta: si forsitan (quod absit) occasione ipsorum aut in articulo mortis aut alias per alienationem intellectus a sancta fide catholica deviarem aut alicui peccato consentirem, protestor nunc pro tunc et contra coram tua sanctissima maiestate et gloriosa beata María semper virgine & omnibus sanctis quod in hac sancta fide catholica et in plenitudine fervoris eiusdem fidei in sinu sacrosanctae Ecclesiae matris meae (quae nolis claudere gremium redeunti ad se) sine consensu alicuius peccati volo semper vivere & mori. Amen Iesu». Otra de San Gerónimo que dice: «O bone Iesu, Verbum patris &c». Luego torno a bendecir la Sanctísima Trinidad y digo el Ave maris stella y la Magnificat con una oración pro salute animae et corporis, y esto es como un introito al orar. Luego, con la más humildad y devoción que puedo, digo la confesión general y nombro a algunos sanctos de mis devotos, acusándome algún pecado si lo he cometido después que me confesé, con propósito de confesallo al confesor. Luego otra oración muy devota que dice: «Laus honor et gloria &c». Y luego tres oraciones a Nuestra Señora, que son a su Sanctísima Madre María, y O domina mea, y O María Dei genitrix, y otra oración al ángel de la guardia, y otra a San Gerónimo, y otra a Sancta Catalina, y otra a Sancta Lucía, y luego aquella en romance que me mostró mi agüela de niño, y luego el psalmo Qui habitat, con su oración, y luego otro psalmo que dice Ad dominum cum tribularer clamavi, con su oración, y luego otro psalmo que dice Dominus regit me et nihil mihi deerit, con su oración, y luego otro psalmo que dice Dominus, illuminatio mea quem timebo, con su oración, y luego la antífona de viandantes, con el psalmo Benedictus dominus Deus Israel, con tres oraciones. Y luego un himno sagrado que dice: «O sapientia quae ex ore altissimi prodiisti &». Luego unas oraciones que están a las letanías, hasta la que dice Ure igne, y luego una oración sagrada que yo he puesto en ella muchas partes de la Sagrada Escriptura, que comienza: «Deus, propitius esto mihi peccatori & custos mei &c», y luego aquellos versos de San Bernardo que comienzan «O bone Iesu, illumina oculos meos, ne unquam dormiam in morte». Y luego las siete palabras de la Cruz, como las compuso el venerable Beda. Dicho todo esto, digo tres Paternostres y tres Avemarías a honra de la Sanctísima Trinidad, y luego cinco a las cinco llagas, y luego siete a las siete alegrezas o gozos de Nuestra Señora, que hacen el número de quince, que en este número está todo nuestro bien: Sanctísima Trinidad y doce apóstoles, nueve coros de ángeles, tres de vírgines y mártires y confesores, y tres estados en la Iglesia de Dios militante, y quince misterios de la Madre de Dios, y antes de entrar al templo de Salomón se cantaban aquellos quince psalmos por estos misterios graduales. Yo tengo hechos los días a un sancto cada día por devoto para ofrecer mis oraciones: el lunes a Sancta Catalina, martes a San Gerónimo, miércoles a Sancta Lucía, jueves a San Leonardo, viernes a San Pedro, sábado a San Pablo; domingo, tres: San Juan Baptista y Evangelista y Santiago. Después que vine de Turquía, he ajuntado otros sanctos con estos: el jueves a San Lorenzo, mi paisano, y a Sancto Antonio. Y con todos he ajuntado al beatísimo San Joseph, esposo de la Madre de Dios, y al humilísimo San Francisco de Paula y a Sancto Domingo y mi San Gerónimo. Dichos los tres Paternostres y Avemarías, digo al ofrecellos, comenzando del sancto que corre el día: «Oh virgen y mártir Sancta Catherina, oh beatísimo San Joseph, oh San Francisco de Paula, confesor humilísimo, oh Sancto Domingo, doctor sanctísimo y beato Gerónimo: ofreced estos tres Paternostres y tres Avemarías, quos non ut debui sed ut potui dixi, ad aeternam Trinitatis [gloriam] per septem vulnera Domini nostri Iesu Christi, quinque quae habuit in ara crucis, alias duas in domo Pilati super caput sacratissimum suum & super humeros sanctissimos suos. Et ad sacratissimam Virginem Mariam per septem gaudia & 15 mysteria quae habuit de sacratissimo filio suo, Domino nostro Iesu Cristo. Intercedentesque novem chori angelorum, tresque virginum & martyrum & confessorum, tresque status mundi virtutum, ut dimmitantur mihi peccata mea et gratiam ut non revertar in ea. Et gratia Spiritus Sancti sit mecum in omnibus viis meis. Et omne malum quod adversum me & consortem meam & filios meos quaesierunt, vel quaerunt, vel quaesituri sunt per maledictas superstitiones et artes diabolicas morbosque reciprocos & contagiosos & aliquid mortiferi, nihil prosint, nihil valeant, nihil noceant, nihilque praesumptio spiritus habeat. Potius obsecramus te, Salvator mundi, veniat super eas vel super eos qui quaesierunt et quaerunt vel quaesituri sunt nos interficere et separare a charitate tua sancta & aliquid malum facere, non quod cupiamus vindictam quia redempti sunt praetiossissimo sanguine tuo, sed ut videant, agnoscant et doceant quod nihil faciendum sit per similes superstitiones et artes diabolicas. Amen, Iesu». Ven aquí, señores, las armas con que yo hago reventar brujas y brujos y demonios; y en una tierra, como me veían, decían luego: «El ciego falso, que sabe más que el diablo», y es mi Dios y Señor por su divina gracia y Él nos guarde de venenos. Ofrecidos los tres Paternostres y Avemarías, digo una oración que tengo a las cinco llagas de Nuestro Señor, diferente cada día, y digo los cinco Paternostres y Avemarías y los ofrezco como los tres. Después digo la Salve con su oración y la otra antífona que corre: «Alma Redemptoris mater; o, Ave Regina Coelorum; o Regina Coeli, laetare», con sus oraciones que corren, y digo la oración Pro salute por mí y por mi mujer y hijos, y digo la oración Concede nos famulos tuos, por cuatro personas que tengo obligación en España. Digo una oración por el estado de la Iglesia, digo otra por el Pontífice, otra por el Rey, otra por la paz, otra por la mitigación de los herejes, otra por las ánimas de purgatorio general, otra por los que mueren en captiverio, otra por mi padre y madre, parientes, amigos, y bienhechores. Después digo los siete gozos de la Madre de Dios, con su oración y siete Paternostres y Avemarías, y las ofrezco desta manera: «Oh Virgen y madre de Dios sacratísima y beatísimo Joseph, estos siete Paternostres y Avemarías os sean ofrecidos por las siete alegrezas que recebistes de vuestro glorioso hijo y por los ruegos y merecimientos de los bienaventurados San Juan Evangelista y Santiago, San Gerónimo, San Miguel Arcángelo y el ángel custodio y San Bernardo y Sancto Domingo. Exaudiat me ipsa beata Virgo María et ostendat ad filium pectus et, ubera et ipse filius ad patrem manus et pedes & lateris vulnus intercedantque novem chori &c, como lo primero. El sábado y el domingo digo todos los himnos de Nuestra Señora y otra oración que comienza «Ave María, ancilla sanctae Trinitatis humilissima», muy devota. Y otra muy devota al ángel custodio, con otras oraciones, y luego el evangelio de San Iuan, con una oración que dice: «Deus qui nos in tantis periculis constitutos &c». Luego digo: «Magna est misericordia tua, Domine Deus meus; in te confido, non erubescam neque irrideant me inimici mei etenim universi, qui sustinent te non confunduntur». Y luego: «Sub tuum praesidium confugimus &c»; y luego: «Nihil dignum in conspectu tuo ego ideo deprecor maiestatem tuam ut, Deus, deleas iniquitatem meam». Y luego: «Maria, mater gratiae &c» y «Domine, non sum dignus ut habites per gratiam sub tectum meum &c. Omnia tibi possibilia sunt, Domine Deus meus; non propter merita mea sed propter magnam tuam misericordiam concede mihi lucem intellectualem et corporalem»; y «Opera tua sint, Domine, in me sine me, quia ego nihil possum, nihil valeo sine te. Ne derelinquas me, Domine Deus meus, quia omne mandatum optimum et donum perfectum optimum de sursum est». Y aquel psalmo: «In te, Domine, speravi, non confundar in aeternum» con una oración: «Deus qui justificas impium, etc.». Y una oración a la Sanctísima Trinidad y otra a la Madre de Dios con muchos loores, y ésta es la primera parte de oración que procuro hacer, primero de salir de casa, si puedo, o si no, en la iglesia.
Capítulo 55
Como entro en la iglesia: «Introibo in domum, etc.». A la pila: «Per aquam benedictam deleantur nostra delicta, asperges me, Domine &c». Arrodillado delante el Sanctísimo Sacramento, persignado y santiguado y bendicha la Sanctísima Trinidad, digo la confesión general y tres Paternostres y tres Avemarías por mí ofrecidos como arriba; y por las indulgencias Fhilippinas gano indulgencia plenaria y gano otra indulgencia plenaria por las proprias diciendo siete Paternostres y Avemarías por el universal estado de la Iglesia; y para esto tengo yo dicho una obsecración general, que la llamo así por no repetillo todo y cansar la memoria. Y es así primero: «Propter pacem et concordiam regibus et principibus christianis et victoriam contra inimicos sanctae matris Ecclesiae & suos ministros et propter insulas Philippinas et omnes qui vadunt ad convertendas vel praebent auxilium. Et propter animae quae sunt in poenis purgatorii et omnes qui sunt in peccato mortali et propter parientes, amicos, benefactores, inimicosque et malefactores. Pluviamque nobis tribue congruentem, fructusque terrae dare et conservare digneris et ab aere decedat malignitas tempestatum & fulgurum, pacem et salutem nostris concede temporibus. Amen». Cuando digo los siete Paternostres y Avemarías, digo: «Propter obsecrationem generalem», por no repetillo todo. Oigo dos misas, una por mí y otra por mi mujer y hijos, y si oigo algunas más, es por redemir el tiempo que no las oí en Turquía, que también son indulgencias por el buleto. Rezo cuatro rosarios al día, que solía rezar quince rosarios, y también era engaño, que no podía tanto la memoria. Destos cuatro rosarios, uno es por mí, con un miserere y cinco Paternostres y Avemarías por obligación del voto de religión, que bendita sea tal absolución, pues todas las cosas que yo tenía por devoción me hizo obligación, como si lo indivinara. Los otros ocho, uno por la obsecración general, con cinco Paternostres y Avemarías, por un caballero veneciano que me hizo mucho bien. Otro por las ánimas de Purgatorio, dando principio de mi padre y madre, etc., con cinco Paternostres y Avemarías por algunos bienhechores y malhechores; el otro, por el rey muerto y vivo y sus ejércitos, con un De profundis por este sueldo que me dan, y cinco Paternostres y Avemarías al glorioso San Pablo, que los ofrezca como arriba contra omnia genera basiliscorum. Luego otros cinco por don Francisco de Castro y su padre y madre, con un De profundis por esta plaza residiente que me dieron, con que escusaron cinco muertes, que Dios lo remedió por ellos. Estos cuatro rosarios tengo como por obligación, y algunas fiestas principales rezo los quince rosarios, parte por la obsecración general y por las ánimas de Purgatorio. También rezo quince Paternostres y Avemarías por otras personas. El contemplar de los rosarios: lunes y martes, a los gozosos; miércoles, viernes y sábado, a los dolorosos; jueves y domingo, a los gloriosos. Estas devociones no las rezo todas en una iglesia por no parecer a las gentes hipócrita, pero me voy a otra iglesia y gano por los tres y siete, y acabo allí mis oraciones y misas y doy gracias a mi Dios con aquel himno Iesu, nostra redemptio, &c. Cuando oigo las misas, considero aquel sacerdote que imita la persona de Jesucristo con aquellos ornamentos con que fue esguernido y burlado y tormentado. Y siempre que el sacerdote se vuelve, hinco los ojos en tierra como indigno de miralle. Considero aquella misa en tres partes, a honra de aquella individua Trinidad. Levántome con velocidad a oír el Evangelio, porque desde la confesión que digo con el sacerdote estoy de rodillas, rezando mis rosarios con la más atención que puedo, y pareciéndome vergüenza no estar de rodillas (si hay salud) delante de Dios. La promptitud con que me levanto al Evangelio es por dar a intender que pondré mil vidas por él (como ya el Señor me tiene probado por su gracia). Hago pausa al rezar y estoy casi sin alentar, si puedo, escuchando, porque el Evangelio es el blanco donde infieren todas las sagradas letras. Al principiallo, me persigno y santiguo; acabado, me santiguo y torno a rodillar y ato mi hilo. Al Sanctus me humillo y lo digo con el sacerdote, y luego me pongo alerta con el spíritu para hincar los ojos en aquella hostia sagrada, y como la alzan, juzgo a mi Redemptor cuando le alzaron en el monte Calvario, y batiendo los pechos digo: «Credo quia tu es Christus, filius Dei vivi», y digo: «Iesu, fili David, miserere mei» y digo: «Adoramus te, Christe &c, benedicimus tibi, quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum». Y digo el Credo con velocidad y ánimo hasta que se alza el cáliz, y digo: «Credo quod tu vere es sanguis domini nostri Iesu Christi qui iterum effusus fuisti in ara Crucis, ibique dignatus es abluere peccata nostra». Y digo: «Miserere nostri, Domine, miserere nostri,quia multum replecti sumus despectione». Y digo: «Te ergo quaesumus, famulis tuis subveni, quos praetioso sanguine redimisti». Que son tres a la hostia y tres al cáliz, siempre con la Trinidad. Y después, con los ojos en el suelo, digo las siete palabras de la Cruz como las compuso el venerable Beda, y digo: «¡Oh bienaventurados San Gerónimo, Sancta Catharina y Sancta Lucía!, ofreced esta oración sanctísima que mi Maestro y Redemptor dijo en la ara de la Cruz: unus ad Patrem, ut concedat mihi memoriam, intellectum et voluntatem bene operandi, altera ad filium, ut extinguatur in me omne malum incendium libidinis & carnalis concupiscentiae, altera ad Spiritum sanctum ut praebeat mihi veram lucem intellectualem et corporalem». Y torno a atar mi hilo. Y cuando el sacerdote dice: «nobis quoque peccatoribus», yo digo «Tibi soli peccavi et malum coram te feci». Y cuando el sacerdote hace la demonstración de los aparecimientos de Cristo y su ascensión, que quiere decir el Paternoster, yo digo: «Assumpta est Maria in coelum, gaudent angeli et exultant archangeli». Y cuando el sacerdote dice: «Pax domini, yo lo digo con él, y el Agnus Dei». Y dicho, me hago con presteza cruces en el corazón y digo con presteza aquella oración de arriba: «Pax domini nostri Iesu Christi &c». Y después digo: «Domine, non sum dignus ut habites per gratiam sub tectum meum, &c»; y digo: «Omnia tibi possibilia, domine Deus meus, non propter mea merita sed propter magnam tuam misericordiam, concede mihi lucem intellectualem et corporalem». Y digo: «Opera tua sint, domine Deus, in me sine me, quia ego nihil possum, nihil valeo, nihil praesumo sine te, ergo ne derelinquas me, Salvator mundi, quia omne datum optimum et omne donum perfectum de sursum est». Y torno a atar mi hilo. Y cuando el sacerdote dice «Ite misa est» y echa la bendición, yo me alzo y me persigno y santiguo. Él dice el Evangelio de San Juan y yo la Salve, y acabadas mis oraciones –como tengo dicho– con «Iesu nostra redemptio», me voy a comer.
Capítulo 57
Acabado de comer, si es de verano, me reposo un poco; y si es invierno, me entretengo en algo un poco y tomo el oficio de Nuestra Señora, y lo primero digo el oficio del Spíritu Sancto y después otras oraciones y las dos de Nuestra Señora: Obsecro te, Domina, y O intemerata, y otras de Santo Tomás y Oratio in afflictione y psalmo In tribulatione y el de la Trinidad: «Quicumque vult salvus esse &c», y las oraciones y antífona de viandantes con el psalmo «Benedictus Dominus &c», y digo la letanía de la Madre de Dios de Lorito dos veces, una por mí y otra por el conde de Benavente, que tengo dos mandatos suyos en confirmación de mi plaza. Y después digo todo el oficio de la Madre de Dios, y el miércoles digo también el gradual, y el viernes digo también todo el oficio de los muertos; mas los otros días, dicho el de Nuestra Señora, digo solas las vísperas de los muertos. Después digo los siete psalmos penitenciales con sus letanías, hasta decir aquel psalmo «Deus, in adiutorium meum intende &c» y paso a otra oración de más adelante, que son muchas, hasta acabar en aquel himno del Spiritu Sancto: «Veni, sancte Spiritus, emmitte coelitus lucis tuae radium», y acabo con aquel himno: «Iesu, nostra redemptio». Después torno a decir la letanía de Nuestra Señora de Lorito, que ruegue a Dios por nuestro sueldo, que por no ser pagados ha cuatro o seis meses padecemos extrema necesidad en nuestras casas los pobres. A la tarde, cuando entra la guardia, me entro en una iglesia y vesito las siete iglesias de Roma espiritualmente, así como las anduve corporalmente cuando estuve en Roma. Y cumplo con la obligación del rosario de visitar cinco altares para gozar todas las indulgencias de Roma. Entrado en la iglesia, tomo el agua bendita y me arrodillo al altar mayor y hago cuenta que estoy en San Pedro de Roma. Y digo la confesión breve de Dominicos y tres Paternostres y Avemarías por mí, y luego los siete Paternostres y Avemarías por la obsecración general. Así, visitando siete altares, voy por todas siete iglesias spiritualmente, y hago como en la primera. Al ofrecer, digo: «Oh glorioso apóstol San Pedro, cuya iglesia spiritualmente yo visito en la ciudad de Roma, y beatísimo San Ioseph y San Francisco de Paula y Sancto Domingo y San Gerónimo, ofreced estos tres Paternostres y Avemarías ad aeternam Trinitatem per siete vulnera domini nostri Iesu Christi, quinque quae habuit in ara Crucis, alias duas in domo Pilati, super caput sacratissimum, crura & humeros sanctissimos suos. Et ad sacratissimam Virginem Mariam, per siete gaudia & 15 misteria quae habuit de unigenito filio suo, domino nostro Iesu Christo. Intercedentesque novem choros angelorum, tresque virginum & martyrum & confessorum, tresque status mundi virtutum, ut dimittantur mihi peccata mea gratia ut non revertar in ea & omne malum &c», como arriba, y los siete por la obsecración general; y así voy por todas siete haciendo lo proprio, y es un estremo bien de orar. A la noche digo aquellas oraciones preparatorias y el Evangelio de San Juan, y «Deus propitius esto mihi peccatori», y el himno: «Te lucis ante terminum», y todo haciendo cruces bendigo mi casa con aquella oración: «Visita, quaesumus, Domine». Me echo a dormir con mi rosario al cuello, y mi hijo un Agnus Dei. Con todo esto me mataron el primero hijo, que quiso Dios viese (y a mi costa) lo que no creyera jamás, gracias inmortales le doy. De manera que con lo de la noche y la mañana y los rosarios y Patenostres y el oficio y iglesias de Roma, y al acostar, son siete a honra de las siete horas canónicas que reza la Iglesia militante. Miren, señores, quien tiene este stilo como el Avemaría, qué buena harina le harán los demonios y qué buena información.
Capítulo 58
También dirá alguno: «Buena es mucha oración, pero mejor es poca y no ofender a Dios». Digo que es verdad, que, conservando la gracia, con poca oración es el hombre oído y se puede salvar; pero también es necesario siempre orar y nunca faltar, que suele haber hombres de tan flacos spíritus y tan débiles naturales, que les parece les basta no ofender a Dios y rezar poco. Y podría ser pensasen hay algo de suyo, y lo que es falta de natura atribuillo a virtud suya y que no les puede la tentación, si bien el no ofender a Dios es sumo bien. Hay otros de tan robustos naturales, que habrán caído en algunos errores, porque el demonio, como hállanos naturales, hace los efectos, porque es grande astrólogo, y a estos tales es menester muy continua oración para sustentarse. Y yo soy de los fuertes en ofender a mi Dios y Redemptor. Porque si a muchos con malditas artes los tiene en pecado, es por no allegarse ellos a los sanctos sacramentos y huir las ocasiones y práticas malas. Pero yo no tendré escusa, porque nuestro Dios y Redemptor me ha hecho entender esta maldad, y demás de mi devoción me ha puesto en obligación a los divinos sacramentos, como tengo dicho, cada primer domingo de mes y todas las fiestas de Apóstoles y de Nuestro Señor y Nuestra Señora y Pascuas, y a no comer carne los miércoles y ayunar todos los viernes toda la vida, si hay salud y comodidad, que hasta esto me ha dejado mi Dios a mi descreción. Pero guárdense los que no tienen esta luz si se reparan con los sacramentos, porque hay infinitos que hacen oficios de Anticristos por malas artes, y doy la culpa a quien no les quita las armas con pena para que Dios les quite el poder, y que no diga: «Sicut credidistis fiat vobis». ¿Cómo ha de obrar mi Dios y Señor sus maravillas y gracias, si los hombres todas sus industrias y invenciones las hacen con los malos ángeles? Quiero tornar a mi propósito de las mercedes que Dios me ha hecho y lo mucho que yo le he ofendido, que quería ir dando voces por estas calles publicando mis pecados y las gracias de mi Dios en defender mi vida de tantos peligros y venenos. Pero no tengo de qué desanimarme, que sólo Dios puede conocer a los malos; y quien trae la sierpe en la manga o el fuego en el pecho, por fuerza le morderá o quemará. Y séame Dios testigo en el cielo y en la tierra que las mayores maldades que contra mí se han hecho han sido por no querer estar en pecado ni querer consentir maldades. Ánimo, ánimo, y no desmayéis, Pasamonte, y llorad vuestros pecados. Pero, ¡ay de mí!, que si quiero hacello en casa, la mujer y hijos me inquietan; y si me retiro a alguna capilla en las iglesias por no ser visto ni notado, hasta esas me cierran, porque los ladrones, que no perdonan los altares, no dan lugar a que nadie esté en secreto, y los sacristanes quieren cerrar sus capillas. Pues ¿qué remedio? Pedillo a Dios, que quiere la paz y no la afliction y servirse de las noches que no estorba nadie. Scuto circumdabit te veritas eius: non timebis a timore nocturno. Cuántas veces, ¡oh scudo soberano de verdad, me habéis defendido de estos timores nocturnos! A sagita volante in die. Que son estas saetas, Señor, tan malas, que caen los hombres de improviso, como caen tantos en Nápoles, y caía yo, cuando vuestra divina gracia me libró, y eché el gusano por la boca, y la que me causaba la muerte le sacaron tantos por las heridas. Fiel sois, mi Dios, que decís: «Mihi vindictam et ego retribuam. A negotio perambulante in tenebris». Cuántas veces, mi Dios, destas malas fantasmas vos, mi Señor, lo sabéis. Ab incursu. Cuántas veces ha sucedido, mi Redemptor, haberme hecho tantas maldades y haber perdido el ojo derecho. Ruego, mi Señor, que me salve yo con un ojo y no me condene con dos. Et demonio meridiano. Deste maldito demonio de la carne, ¡cuántas veces me habéis librado, mi Dios y Señor!, y que he estado en el fuego de la occasión y no me he quemado. Pero ha sido magnificencia de mi Dios y no virtud mía, pues otras veces me he quemado y me hubiera consumido si no fuera favorecido de mi Dios. Cadent a latere tuo mille & a dextris tuis &c. Señor mío, aquí me tiembla el corazón: cuando me vengo a acordar de aquel horrendo spectáculo que vi con mis ojos y consumirse a una parte y a otra. Verum tamen occulis tuis considerabis et retributionem peccatorum videbis. ¡Oh Señor mío soberano, justa y sanctísima cosa es mirar la pintura con los ojos, dónde está bien pintada y dónde mal, y considerallo. Mirar la pintura de ese divino rostro con todo ese sagrado cuerpo puesto en una cruz, y permitiéndolo el Soberano Pintor , por nuestra redemptión, y mirar lo mal pintado de mis culpas. Y, pues lo que se mira se ha de mirar con los ojos y considerallo, tornénse los ojos fuentes y laven lo mal pintado. Y esta retribución, Señor mío, de los pecados, ¿quién la bastaría a dar satisfactoria?, ninguno en el mundo, Señor. Videbis. Decís, mi Dios, que lo veamos. Veo, Señor y Dios mío, que Vuestra Divina Majestad dio por mí la satisfacción; que la nuestra sin ella fuera nada, pero también es necesaria la nuestra. Si del glorioso San Pedro se lee que escondían los gallos que no los oyese cantar, porque tenía hechos canales en los carrillos de llorar por una noche que negó al Señor, yo, que lo he negado noches y días, que haré, miserable de mí. Sola una esperanza me sustenta a que no parezca, y es que vos, mi Redemptor y Señor, me sois adbogado con vuestra divina Madre; y con esto y derretirme de lágrimas y proseguir mi stilo spiritual, tengo speranza de salvarme y gozar de la patria celestial.
Capítulo 59
Dirá también alguno: «No es lícito descomulgar a nadie, que es privallo de los sanctos sacramentos». A esto digo que el quitalles las armas con que se degollan con pena, no es privalles de los divinos sacramentos, antes lo tengo por gran servicio de Dios. Y si los doctores hubiesen padecido y derramado su sangre y sudado con mucha agonía por el mundo, verían los muchos males que causan los demonios, y cómo ellos y su saber es de mucho daño y de provecho que no importa nada. Estemos a razón: si el Spíritu Sancto inspira donde quiere y ninguno sabe dónde va ni dónde viene, ¿en qué razón cabe que ninguno haya de saber de qué región es el espíritu que tiene? Y más, que dicen que el que tiene uno de la región del aire es de mayor calidad. Por cierto que para mí es grande abusión y lo tengo por grandísima tentación. Si me querrán argüir: «¿Por qué dejó Dios tantos males ángeles en la tierra y en el aire?». A esto respondo que para tentar a los hombres; los ángeles de menos calidad, para tentar a los de menos calidad, y los de más calidad, para tentar a los hombres de más calidad, como son los más sabios. Y también digo que los dejó para su propria confusión, porque habiéndolos criado Dios sin carne y sangre y con tanto saber y sin quien los tentase, ¿quién les forzó a pecar contra su Dios y Criador? Pues ves aquí, ángel malo (dirá Dios), el hombre de sangre y carne y que también erró, y teniendo quien le tentase, merece lo que vosotros perdistes y no ganaréis por vuestra confusión. Paréceme que ésta sea otra razón validísima, y para mí la primera me basta, y si éstas no bastan, ténganlos por aguadores para acarrear nublados de una parte a otra. También dirán que por estos malos spíritus se enteran los hombres en la eternidad de la gloria y del infierno. A esto digo que harto es necio y falto de fe el católico que se lo escribe el Evangelio y busca más de aquellos cuatro testigos y decillo Dios por su boca, y quien querrá ver y tocar váyase en Roma o en lugares sanctos, donde sanan tantos endemoniados, y lo verá y tocará y entenderá su poca fe. También dirá: «¿Quién le pone a este soldado sin letras y pecador a querer enmendar lo que los sanctos no han hecho?». A eso respondo que los gloriosos sanctos bien han conocido el daño y han esperado que Dios lo enmendase como sumo Criador. Y tengo por cierto que sólo el sancto no será engañado y los demás todos lo serán, y quien no tendría por cierto que católicos no tenían tal abuso, que para mí cierto lo es. Señores míos, si estos malos y perversos ángeles fuesen de provecho, ¿qué necesidad tendría nuestro Rey de gastar tantos millares en espías como gasta, por saber lo que hacen los enemigos de la fe (y algunas deben de ser tan malas como ellos, que juegan a dos hitos), sino es conjurar un maldito spíritu y que trujese la respuesta? Pero maldito sea yo de Dios y de sus sanctos si dellos me fiare. Porque ya tengo dicho que todas sus verdades son para encajar una mentira, y hacen más daño con la mentira que provecho con las verdades, y todo su saber es para mal. Basta, padres míos, lo que está escripto para salvarnos, y no busquemos más. Prohíbase esta maldad para que Dios nos defienda y ampare, viendo que tenemos nuestra esperanza en él. Porque por vía de estos malos espíritus quieren mudar los naturales a las personas y hacellos bestias y tenellos subjectos a todos sus gustos o matallos. Y créanme que (como dije al principio) no hay mejor maestro que el bien acuchillado; y a costa de mi vida sé esto y no de las ajenas; y también de las ajenas, como lo escribiré. Y júzguenlo Vuestras Reverencias, que esta es mi intención y no otra, de que por no estar privados los hombres con pena a no tener ni oír malos spíritus, hay tantos males entre católicos. Y más, digo que todos los malos pecados de carne que hay contra natura proceden de estas malditas artes, porque con sus naturales fuerzan a los hombres y con demonios a traellos a sus gustos, y el demonio hace contrarios efectos y engaña a todos y se va riendo, y después, con una sofística razón que dice a la bruja o al brujo, él es causa de muchas muertes y males, y todo esto acarrean estos malos espíritus con su falso saber, y yo pintaré cuál es la tentación natural y la cuasi forzosa en otro capítulo. Y por que no me tengan por del todo necio, aunque no soy teólogo, por lo que en tierra de turcos he predicado, quiero atreverme a probar con una autoridad evangélica cómo por vía de estos malos espíritus son los mayores pecados que hay en el mundo, y de lo que Dios está más enfadado, y son la causa de la ruina del mundo antes de tiempo, y sabrá muy bien nuestro Redemptor salvar en un punto a muchos para henchir sus cielos, pues con mucho discurso no le han querido ni sabido entender. La autoridad es ésta: escribe el evangelista San Lucas que la última palabra que nuestro Redemptor y Maestro Jesucristo dijo en la cruz fue: «Pater, in manus tuas commendo spiritum meum», haec dicens expiravit. Diránme que esto fue para avisar a nosotros (y más en tiempo de muerte) cómo nos habemos de encomendar a Dios; y dicen muy bien, y es verdad que nuestro Dios, con su divino saber, en una palabra muestra muchas cosas y todas muy buenas, y en aquel último de su vida previno Dios y oró asu Padre por la mayor necesidad del mundo, y en que había de haber mayores maldades y pecado; y el fin de su oración fuese por lo más necesario. Pues, Señor y Redemptor nuestro, si vuestro cuerpo es sanctísimo y vuestra ánima es sanctísima, y todo lo que en vuestra Divina Majestad hay, porque está unido siempre a la divinidad, ¿que spíritu encomendáis y en tal tránsito y último fin? «Yo os lo diré», responderá el Señor. Encomiendo el spíritu de mi Iglesia y la unión de mis católicos a mi Padre Eterno, porque estos mis spíritus baptizados, con los otros descomulgados ángeles, serán causa de más pecados y de más enojarme, y así en este último fin encomiendo la mayor necesidad. «Por cierto, mi Dios y Señor, yo lo entiendo así, como quien lo ha experimentado a costa de su vida y ánimas ajenas y vidas, que creo han sido causa de sus muertes por dármela a mí, miserable pecador, y vuestra Divina Majestad me ha defendido». También me dirán que el glorioso evangelista San Juan escribió otras palabras y dijo: «Consummatum est, et inclinato capite tradidit spiritum», que muestra ser la última. Pero lo que yo siento en esto es que nuestro Señor y sus sanctos en esta materia lo han escripto por tan ocultas palabras para que nadie entienda lo malo. Y si yo a pura mi costa no lo hubiera experimentado, como buena cabeza de aragonés, no lo creyera, como no lo creo y lo reniego. Iterumque reniego del demonio y de sus obras, pero es verdad que lo hacen. Y si San Juan dijo «inclinato capite tradidit spiritum», yo entiendo que cuando dijo «consummatum est», inclinando aquella divina cabeza, dijo lo que escribe San Lucas y espiró. Y miren que dice San Juan: «Tradidit spiritum», que también se puede entender que llevó a su Padre Eterno esta última encomienda como la más necesaria. ¡Oh mi Dios y Señor!, vos lo remediad y me haced entender, digo el spíritu de su Iglesia Católica y la unión de sus fieles católicos.
Capítulo 60
Una sentencia oí predicar una vez en una ciudad harto sospechosa, que me dio pena el oílla y más en un cierto propósito bien escusado; y la sentencia fue: «Contraria contrariis curantur». Sentencia es verdadera por cierto, si se toma como se debe tomar, y también digo que es falsísima al sentido que el universal abuso le pone. Con una purga muy amarga es verdad que se cura una mala fiebre, y así digo que la principal purga de los pecados es la penitencia dada por los confesores y otras voluntarias, como son ayunos y oraciones y disciplinas. Hay otras que lo permite Dios, como son enfermedades naturales, y otros trabajos, como son privación de hacienda y hijos. Tomados con paciencia, dan gran conocimiento del pecado y quedan los hombres muy humillados y con verdadero conocimiento y arrepentimiento de sus pecados y enmienda de sus vidas. Y de esta manera la sentencia es muy verdadera: «contraria contrariis curantur», pero tomada a estotro sentido, como es decir que “con los proprios venenos y demonios se sanan los malos males”, yo digo que es falsísima la sentencia y muy engañosa y llena de mil traiciones y abusos infernales. Si bien es verdad que al demonio es fácil deshacer lo que él hace y engañar a otros asnos y bestias maliciosas como ellos. Vengamos a la prueba: hulana entosigó a hulano por algún mal efecto; la otra bruja lo sanó porque lo pagaba (que ya estamos a tiempo que se compran las malas artes y aun se dan de balde a tal que sean de la cofadría de Satanás). Sanóle; otro tal era el malato como quien le sanó, que con esto se acredita el demonio con deshacer lo que él hace. Pero a fe que si el herido es enemigo suyo, que nunca él le sane; llamo enemigo suyo que sea hombre de chapa, que ni él ni sus cofadresas le hayan podido tener en pecado de obstinación, y que se ha aprovechado de los divinos sacramentos. A este tal no le sanará; antes procurará su muerte, porque es persona de quien él no puede ganar nada. Que tiene otra propriedad el maldito espíritu, que si bien a él le pesa que ninguno se salve, porque se teme no llegue el día de su infierno, él lleva con paciencia (aunque revienta por ello) que uno sea bueno para sí solo. Pero cuando es el cristiano hombre que procura por su prójimo, como es en sacar ánimas de purgatorio y buscando indulgencias y modos de aprovechar en la Iglesia de Dios, aquí es su rabia, como quien dice: « No le basta a este traidor nuestro enemigo hacer su hecho, sino que también quiere procurar los ajenos. ¡Pues muera!». Y procura mil modos de acabar la vida a estos tales. Y como ellos de por sí pueden muy poco, dicen: «Vamos a nuestros amigos baptizados, pues nos dan crédito por nuestros estilos de nuestro saber, y descubramos los pecados de este enemigo nuestro; y descubriendo las verdades, mesclaremos también mentiras y así los haremos entosigar yacabarán su bien y no descubrirán nuestros secretos y faltas». Y a cuántos han acabado la vida por estos medios, porque si Dios no hace milagro, ¿cómo vivirá el entosigado? Probemos esto, que ya está el mundo de manera que quiere prueba. Ya he escripto atrás las molestias que causan por saber los pensamientos, pues por este proprio estilo hacen enterar de los pecados ajenos, no sólo los cometidos, pero los nunca pensados. Reniego del demonio y de sus obras, que muchas noches me han hecho caer en sueños en los pecados cometidos, y despertándome tener yo conocimiento de las personas. Y en estos casos quiero yo ver y tocar, que de sus proprias bocas me he venido a certificar, y, como digo, no sólo los cometidos, pero los nunca pensados. Como una vez hicieron una demonstración que yo había tomado unos dineros sobre una mesa que no había nadie, y otra vez que había hurtado una capa de un clérigo en una iglesia, no bastando hacerme ladrón de fuera, sino dentro la iglesia, y oíles yo decir:
–¡Miren el mal hombre, que se nos hace justo y en todo es fingido!
Y séame Dios testigo que de hacienda ajena no sé que tenga pecado venial, cuanto más, mortal. Y dan tanto crédito al demonio, que me han procurado la muerte muchas veces y me la hubieran dado si mi Dios no me hubiera defendido. Pero bastaba descubrir lo que yo había cometido para yo merecer mil muertes y no darme lugar a penitencia, ni valer más con Dios; pero gracias a Su Divina Majestad, que es nuestro protector. Y con la frecuencia de los divinos sacramentos y oraciones y aquella protesta a mi Redemptor, viene sobre quien me hace el mal si no se emiendan. Y de verdad que hay algunas personas que me hacen buena cosa y me querrían ver hecho pedazos, Dios les perdone y me defienda dellos por su divina Pasión, que muchas veces pido a Dios la muerte, cansado de estas abusiones. Y de verdad que tres o cuatro personas que me amenazaron de darme la muerte y hicieron los efectos, han muerto del proprio mal. Dios se apiade dellos y dellas, que si fuese necesario los nombraría, y por ventura yo he sido el primero a rogar por ellos. También dije de probar en este capítulo cuál es la tentación natural y la casi forzosa. Llamo natural la que de Dios es permitida, porque ninguno, creo, se puede salvar sin ser tentado, pues que el hijo de Dios lo fue; y por aquí es nuestro merecimiento. Y la comparo yo esta tentación del demonio a una mala mujer que está a una ventana puesta y hace del ojo al pecador o a lo más lo tira un poco de la capa. El hombre bueno, aunque le haga una poco de risa, pasa adelante y la carne siempre hace un no sé qué; pero adelante.
Otra mejor dice Dios, o digamos en similitud: «Mira, hombre, que el demonio es un valiente, y es necesario que tú le metas mano con lindo ánimo, porque de otra manera saldrás herido o muerto. Pero si le metes mano con lindo ánimo y haces resistencia, sé cierto que huirá luego. Ven aquí, señores, lo que llamo yo tentación natural y de Dios permitida, pero la que es contra la permisión de Dios es la que hacen los hombres malos y malas mujeres por sus tratos que tienen con los demonios, forzándole a que hagan más de lo que de Dios es permitido a ellos, y a esta llamo yo casi forzosa, no que lo sea del todo, porque Dios no nos niega su ayuda y estamos obligados a pelear hasta morir; y si morimos, morimos en su divino servicio; y si vivimos, es por su defensa. Y esta casi forzosa, y no del todo, la comparo yo a aquella mala mujer que no de la puerta ni de la ventana, sino siguiendo de noche y de día al hombre, y comiendo y después de comer y a todas horas, ¿quien no cairía? Paréceme a mí que sólo el que Dios defendiese. O si aquel valiente le siguiese a todas horas y no diese tiempo ni reposo, ¿qué espada ni brazo bastaría? Ninguno, sino la defensa de Dios. Pues esta diferencia hago yo de la una tentación a la otra. ¡Dios por su sagrada pasión lo remedie! Pero Dios remediado lo tiene, sino que los hombres no quieren caer de su necedad, y sin el querer del hombre no obra Dios, pues a los que sanó milagrosamente quiso siempre su querer. Nadie se engaña con decir: «Dios dice esto o estotro». Y mírese si lo que dice Dios lo dice preceptivamente para que se haga. Porque nuestro Dios, con el pincelo de su divino saber, pinta los corazones de los hombres y aun todos los estados, y por decillo el Señor y no habelle sabido entender, podría ser mayor condenación, pues vemos cierto que las potestades de los libres albedríos siempre nuestro Dios las tuvo, tiene y tendrá libres. Digo al bueno para que caiga si no se tiene y al malo para que sea bueno si quiere. No me quiero cansar más, padres míos, sino que digo que yo me doy por descomulgado si en algún tiempo yo tuviere ni oyere de mi propria voluntad a ningún espíritu malo. Sino guardar aquella sentencia del Apóstol: «Nolite omni spiritui credere, sed probate spiritus si a Deo sunt». Y digo y afirmo que la ruina de toda la cristiandad es por no privalles con pena no tengan ni oigan a malos ángeles. Y por esto he escripto este libro y no es otra mi intención. Vuestras Reverencias lo vean y determinen, que la Iglesia de mi Dios más blanca es que la nieve en los más altos montes con la pureza de la Madre de Dios, y más rubicunda que el más fino coral con la sangre del Hijo de Dios, y más bien entoldada que con oro ni con perlas con los divinos Sacramentos. ¿Y qué mejor tapicería que nueve coros de ángeles y tres de vírgines y mártires y confesores y tantos dones del Spiritu Sancto? No ha menester estos hierros viejos de demonios sino para hacer martillos para el infierno. Y ansí lo creo y lo juzgo, y digo que he sido dieciocho años captivo de turcos y tratado con judíos y griegos, que destas malas artes son grandes maestros; y tengo por cierto que no pueden andar blancos los que andan en el carbón; quiero decir que los que tratan con malos spíritus por fuerza se les ha de pegar algo, aunque más justos piensen ser. Y tengo por cierto que este trato privó a los judíos del conocimiente de Jesucristo y no otro. Y la Iglesia Griega miren con cuán poca fe está y en manos de los enemigos; no creo lo ha permitido Dios por otra cosa sino por estos malos tratos, y por ellos han quedado casi ciegos. ¡Oh doctores sagrados!, poned el remedio en nuestros católicos, que veo el mundo perdido y cuasi ciego por estas maldades, y no quiero decir la causa, porque todos los religiosos no son sanctos. Dígala Dios, que la sabe mejor que yo, y le doy inmortales gracias por haberme hecho conocer esta verdad, y quiero morir con ella y por ella por gracia del Señor. También dirá alguno que por estos trabajos se ha servido Dios traerme a penitencia y más conocimiento de sí. Digo que es muy alto parecer y que se lo agradesco mucho, pero no es verdad sino engaño fingido. Porque ya he dicho, y lo torno a decir, que cuando más bien fundado he estado, más daños me han hecho; y doy que esto se admita en el tiempo de edad cuando fui niño, porque no había pecado. Guarden, señores, no haya sido porque con sus astrólogos hayan conocido yo les había de dar en la cuenta. De mí no presumo nada sino que me tengo por indigno de ningún bien, pero soy contento con mi opinión, pues me va bien con ella y mi Dios me ayuda sin yo merecello por su gracia. Estoy confuso por ver tantas maldades y atributos que dan al demonio en este atributo de «contraria contrariis curantur», y he visto muchas veces que en estas cosas ocultas hace mi Dios y Redemptor los milagros ocultos, y ellos dan el sentido a sus infernales invenciones, y cuando más no pueden, dan consejos que hagan decir misas a Santo Antonio, a la Verónica del Señor, y que sanarán de algunas enfermedades, que cuando el demonio no puede más, se contenta tomen su consejo. Pero Dios no da su gloria a nadie: dóile inmortales gracias por todo.
Acabé este presente libro en Nápoles, de mi propria mano, haciéndole copiar de verbo ad verbum y de mejor letra a los veinte de diciembre 1603, gracias a mi Dios, y lo firmo de mi propria mano, jurando en confesión sacramental por verdad todas las cosas que en él tengo escriptas. Escribílo con licencia de mi confesor fray Ambrosio Palomba, Maestro en Sacra Teología en la religión de Sancto Domingo.
Gerónimo de Pasamonte.
Domingo Machado, bachiller en Sancta Teología por la Universidad de Salamanca, hago fe cómo yo he copiado este libro, y cómo teniéndolo yo a encuadernar en casa de un librero, fue dicho libro tomado por orden del Sancto Oficio y llevado al Episcopio desta ciudad de Nápoles, donde estuvo por espacio de cuatro y más meses a reveer, hasta que, no hallándose en él cosa contra nuestra sancta fe ni contra las buenas costumbres, fue restituido a Gerónimo de Pasamonte, autor del dicho libro, dándole por libre de la falsa acusación que malsines le habían hecho, imponiéndole ser herético y haber escrito en él herejías y nigromancias, por donde le fue forzoso aparecer él ante el Provisor y Vicario General, y yo como escritor y trasladador de dicho libro. Y porque todo es verdad, para memoria de con juramento confirmallo yo, cada y cuando que será necesario, y para que dello conste, he hecho la presente, firmada de mi mano y nombre, que es fecha en Nápoles, a 14 de Noviembre 1604.
Bachiller Domingo Machado.